La pandemia que azota al mundo nos ha mostrado las debilidades del sistema internacional. Las respuestas de los gobiernos no han sido del todo coincidentes. Discusiones internas partidistas e ideológicas dejan de lado lo esencial, priorizando y dando preeminencia a los intereses políticos y a asuntos menos importantes.

La pandemia es una amenaza global, pero no es la única. Hay prácticas igualmente graves que invaden las sociedades y que muestran a los Estados individualizados, ineficaces para enfrentarlas y superarlas. Me refiero a delitos transnacionales como la corrupción (y actos conexos), el narcotráfico, el apoyo al terrorismo -este más bien un crimen- y la extracción y tráfico ilegal de materiales estratégicos, todos definidos en convenciones y textos internacionales, en relación con los cuales se han adoptado medidas y acordada alguna cooperación entre Estados y organizaciones internacionales, lo que lamentablemente hasta ahora no ha surtido los efectos esperados. La corrupción sigue protegida en el lavado, consentido por autoridades e instituciones nacionales; igual el terrorismo, apoyado por algunos regímenes forajidos, dando paso a los santuarios o espacios de protección; el narcotráfico, también poderoso y penetrante, con el fortalecimiento de carteles operados desde las más altas esferas del poder y, entre otros, la venta de minerales estratégicos al margen del comercio regulado, es decir, mediante transacciones ilegales.

Los efectos de la pandemia son devastadores. Los gobiernos no entendieron y parece que todavía siguen sin entender el alcance y la gravedad de sus efectos, no solamente sanitarios, sino económicos, sociales, culturales, debilidades que permiten a algunos movimientos igualmente transnacionales ganar espacios políticos y alterar el orden. Tampoco parecen haber entendido la gravedad y los efectos globales de los delitos transaccionales. Igual ineficacia que abre el espacio a la erosión y al debilitamiento de las democracias y las sociedades, a la vez que destruye la moral de los pueblos. Pero al lado de estos, ya regulados o al menos objeto de ciertas regulaciones nacionales e internacionales, surge una amenaza ideológica, intangible, pero con efectos nefastos en contra de la democracia y sus principios y valores, que se nutre precisamente de los dividendos producto de actividades ilícitas.

Desde hace unos años el régimen corrupto de Venezuela, forajido en esencia, por su actitud ante el orden jurídico establecido y aceptado por todos y fallido en sus actuaciones como gestor del patrimonio público, se ha dedicado a exportar un proyecto ideológico que nacido en democracia, basada en el pluralismo y la tolerancia, utiliza sus mecanismos para destruirlo y acomodarlo al objetivo único: detentación del poder y la perpetuación con fines individuales, pese a que en teoría el mal llamado proyecto socialista se habría de construir para garantizar a todos, sin discriminación, el disfrute de todos los derechos humanos.

La expansión del llamado socialismo del siglo XXI, una operación costosa, con beneficiarios de diversos niveles, intentó penetrar en algunos de nuestros países, con éxitos relativo. Mas tarde se haría presentes, mediante los mismos que asesoraban en la región, a la Venezuela dominada y sumisa, en España y más allá, al intentar posicionarse como tendencia en Europa, ya en Italia comienzan, en Francia siguen, en donde las protestas no tan pacíficas han marcado algunas heridas a la sociedad y han generado el debilitamiento de los gobiernos democráticos.

La expansión ideológica se realiza de diferentes maneras, en diversos sectores, más a través de los medios, al crear megatendencias, basadas en informaciones perversas, desviación de las realidades, aprovechando las debilidades de la sociedad en determinados momentos, como este que vivimos ahora de la pandemia, oportunidad que se les brinda para golpear a las instituciones democráticas, buscando afectos a cualquier precio.

La respuesta a esta amenaza debe ser contundente. La democracia no puede ser demolida por un grupo de farsantes que intenta imponer una ideología y un sistema de vida a las mayorías, aprovechando el poder, al que llegan por las reglas aceptadas, al penetrar las sociedades a través de las redes sociales que muchas veces marcan las tendencias, aunque se basen en la desinformación o la información perversa manipulada.

Es el momento, en medio de esta pandemia y de las amenazas globales, de hacer frente s esta penetración peligrosa que, insisto, pone en jaque los principios y los valores de la democracia, el único sistema que, sin duda alguna, ofrece libertad y dignidad, sobre todo el respeto pleno de todos los derechos humanos de todos los ciudadanos.


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