La quinta temporada de The Crown se corona en el podio de la serie, al narrar las desventuras y juegos de tronos de la casa real en la era de los noventa, desde el mandato de John Major hasta la llegada de Tony Blair, sin que todavía la sangre de Lady Di llegue al río.

Precisamente, su escandaloso y conspirativo fallecimiento ha quedado en suspenso, para la próxima entrega de la saga, completando en 2022 los antecedentes que condujeron a su muerte en 1997, como la sonada ruptura con el príncipe Carlos y su traumático divorcio de la monarquía.

La temporada se centra en ella, su dramática historia de caída en la corona, producto de las infidelidades de su esposo con Camila Parker, quien por ahora continúa atascada en una estereotipada casilla de patito feo incómodo, de elefante de la casa real, cuya sola mención despierta tempestades como Voldemort, no hablar ya de su posterior reconocimiento como futura esposa del monarca de Reino Unido, y por ello, aspirante a la línea de sucesión.

Peter Morgan ha escrito una de sus temporadas más oscuras, si cabe, al exponer la decadencia del aura y la estrella de la reina Isabel, a consecuencia de los escándalos que van minando la credibilidad y la verdadera utilidad de la corona.

El primer episodio, una obra maestra kubrickiana, muestra el declive y el aislamiento de los herederos desconectados de la realidad, frente a unos padres y abuelos que siguen manteniendo rituales y tradiciones costosas, por cuestiones de apariencia, tal como el flamante yate de lujo de la reina, que empezará reclamando su subsidio a la gestión de John Major, para terminar retirándose de sus funciones durante el ascenso de Tony Blair, que propone privatizarlo con el nombre de su campaña y quitarle su financiamiento estatal.

Los ojos de John Major consienten la perspectiva crítica del espectador de a pie, que asiste invitado a una fiesta en un castillo, donde la felicidad del baile oculta la erosión de una casta, como en el Gatopardo, amén de incomunicaciones varias y errores costosos de cálculo.

Por igual, el condescendiente Major interviene en la negociación de la ruptura de los príncipes de Gales, cual abogado de paz que debe abandonar su trabajo público, a fin de participar como mediador en un proceso de separación de dos vidas íntimas.

Los límites políticos se van confundiendo y disolviendo en la serie, provocando el deterioro de la imagen de todos los involucrados.

La dirección consigue recrear, de nuevo, los ambientes solitarios y vacíos de la monarquía, compuestos de habitaciones, espacios y salones como de Museo de antigüedades, a punto de estallar en fuego.

No en balde, un episodio ilustra la ruina y la combustión de una propiedad fundamental de la dinastía, al tiempo que Diana organiza una entrevista explosiva con la cadena BBC, a espaldas del estatus, como una suerte de bomba mediática, que amenaza con arrasar los cimientos de su linaje.

Harta de ser espiada y discriminada, Lady Di se busca a un reportero fiel que la escucha y la entienda, para dar su versión de los hechos, acerca de su sentimiento de depresión y melancolía, al verse apartada por el séquito de la reina, lo que va afectando la relación con sus hijos.

La estética guarda vínculos con el cine de la totalidad como conspiración de los setenta, aludiendo a las formas del thriller paranoico de Alan Pakula en All The Presidents Men y el Coppola de La conversación.

De modo que la denuncia de la protagonista se representa como una justicia poética, un acto de venganza terrorista por el estilo de Guy Fawkes, una traición de Estado, según el concepto de The Queen y los maestros de su hijo.

A su vez, la serie quema sus naves por el valor de la libertad de expresión en BBC, al informar oportunamente, como Gargantas Profundas de Watergate, con independencia de los gobiernos de turno y de la propia corona.

Varias conjuras se tejen alrededor de su majestad, a la manera de un Game of Thrones, siendo la de Carlos una de las más evidentes, en su deseo de lograr la abdicación de su madre, en su favor.

El príncipe monta una corona paralela, con relacionistas y secretarios, para ir imponiendo su agenda de un refrescamiento y un cambio necesario en la casa real, a cuenta del desprestigio de su marca old fashion.

Desde el enfoque de la serie, Carlos se ve como el Tony Blair del Palacio de Buckingham, que conducirá a la monarquía por una etapa de modernización, para evitar la extinción de su modelo y el fin de su reinado simbólico.

La serie visibiliza el desencuentro y la tirantez, entre la reina madre y las demandas de su hijo, seguramente anticipando el cuadro actual del ascenso de Carlos al trono, en medio de controversias, protestas callejeras y dudas.

Por último, mencionar que la escritura tridimensional de la serie continúa intacta, proporcionando un fresco de una estirpe en crisis, con una paleta sombría y vintage de colores.

La irrupción de una monarquía del dinero se encarna en la escalada social de los Al Fayed, que se plasman a la perfección en sus métodos pragmáticos y capitalistas de comerciantes trepadores, destinados a limpiar su origen humilde con el derroche, la compra de títulos y sellos de prestigio (Harrods, Ritz y el Oscar), el diseño de una leyenda de “self made men” que arrancaron revendiendo botellas de cocacola, y culminaron codeándose con Hollywood y la élite de Gran Bretaña.

Todavía no hemos llegado al momento cumbre de la novela, cuando se crucen fatídicamente los destinos de Dodi Al Fayed y Lady Di.

Dicho idilio accidentado y funesto quedará para la siguiente temporada. Nos dejaron con las ganas de saber más.

Mérito de la quinta temporada, demostrar la vigencia de su idea, y seguramente el atractivo de una monarquía, que ha podido sobrevivir, por lo que vemos, a las peores tempestades y naufragios de su embarcación, guiados por un timonel que curiosamente se ha despedido en 2022, marcando un futuro incierto.

Por lo pronto, hay The Crown para rato, así como intrigas palaciegas y huidas a caballo con el duque de Edimburgo, que pasea sus aventuras en un último gesto de afirmación humana y crepuscular.

Porque al final, se nos dice, los hombres pasan y el sistema prevalece, a pesar de sus resquebrajamientos. De repente ahí estriba la principal lección de la serie, que es la de una Corona que supera adversidades, desde la resiliencia y su adaptación a los duros cambios de época.

Impresionante el casting y el nivel de los actores. Emmy para todos!

Larga vida a The Crown!


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