¿Qué provoca el miedo? Lamb de Valdimar Jóhannsson es una inclasificable combinación entre horror, un análisis meticuloso sobre la maternidad y el sufrimiento. Pero también, es una mirada original a la posibilidad de lo inconcebible. Si durante 2021 el cine de terror se enfocó en la posibilidad de lo improbable, Lamb subvierte el esquema y apunta en otra dirección. Y esa vertiginosa mirada hacia un lugar desconocido del género, lo que sostiene un argumento tan inexplicable como poderoso.

En Lamb de Valdimar Jóhannsson, los paisajes cuentan historias. Y también, elaboran una concepción inmediata sobre la forma en que la película concibe los espacios. Poco a poco, esa conexión entre lo que se mira y como se analiza, se convierte en el centro de la trama. Porque en realidad, esta visión sobre el horror por completo original, poderosa y por momentos indescriptible, se basa en la interpretación de la realidad.

Una que además, se sostiene sobre la óptica de lo que consideramos verosímil, realista, comprensible. El director elabora una condición sobre lo improbable y lo transforma en sobrenatural. Para después crear algo más inquietante. A mitad entre lo que no puede mostrar y lo que se adivina entre sombras, el filme puede llegar a ser confuso. Pero en realidad, Lamb es una obra cinematográfica en perfecto equilibrio.

En especial, Jóhannsson juega con el recurso de una profunda infelicidad para hacer comprensible lo que narrará a continuación. No solamente se trata de lo que narra el guion —ya de por sí inverosímil y abrumador— sino la forma en que lo hace. Maria (Noomi Rapace) e Ingvar (Hilmir Snær Guðnason) son una pareja rota, llena de heridas invisibles y en especial, de un sufrimiento descarnado.

O eso es lo que parece insinuar su rutina diaria. La cámara se convierte en un obsesivo observador de los pequeños detalles del paisaje desolado. Ella y él, están destrozados por algún motivo ulterior. ¿O solo se trata de la metáfora sobre la agreste belleza que los rodea?; un juego de percepción semejante en el cine actual es todo un riesgo y Jóhannsson lo toma sin dudarlo.

En especial porque sus actores crean una tensión irrespirable que anuncia algo al fondo de su vida. ¿Qué es lo que María e Ingvar ocultan?; ¿se trata solo de una percepción huidiza? Incluso la música navideña desentonada, la sensación del acecho, construyen una atmósfera irrespirable. Jóhannsson desea que el espectador pueda comprender que hay algo entre las sombras.

Una escisión en la realidad y la normalidad a través de la cual sus personajes se miran. Todavía tardará un poco en mostrar de qué se trata. Pero a medida que los primeros minutos de la película avanzan, el argumento es pura confrontación. ¿Qué esperamos a medida que recorremos los campos solitarios, el cielo inabarcable?

De la misma manera que Tarkovski, Jóhannsson está convencido del cuidado al momento de narrar el punto central de su obra. Y es esa convicción, lo que permite que la película llegue de inmediato a un punto sofocante e irrespirable. Es entonces cuando Jóhannsson construye las condiciones para mostrar lo que ¿esconde? el guion. O mejor dicho, para confrontar al espectador con una mirada a la realidad tan brusca, como valiente, audaz y brillante.

Los horrores diminutos de lo incomprensible 

Por supuesto, contar la forma en que Lamb muestra a su centro motor, es restar interés a lo realmente poderoso de una obra basada en la sorpresa. Pero Lamb no depende — no por completo — de mostrar sus secretos. La criatura que María e Ingvar cuidan y aman, es inexplicable. Es un desafío a la imaginación, es una cruenta percepción sobre la naturaleza y el amor paternal. Y Jóhannsson la muestra desde una óptica que invade, envuelve y sostiene a la película dentro de su propio centro de gravedad.

Ada, una especie de híbrido mitológico, es de por sí, una mirada a lo sobrenatural. Pero en lugar de crear una atmósfera que abrume al espectador con el fenómeno de su existencia, Jóhannsson recorre el camino más tortuoso. Ahora la cámara se hace subjetiva y la normalidad en el hogar de los protagonistas, en sí misma una subversión. Tal pareciera que el director desea provocar con el hecho de la cuestión sobre lo que es corriente, admisible y real.

Pero a la vez, lo terrorífico —porque esta es una película de horror y Jóhannsson no lo olvida— está al límite de lo que se contempla. Lamb es una obra de arte de precisión argumental y con un diálogo portentoso sobre el bien y el mal. Más allá de eso, también es un recorrido entre lo que consideramos parte de lo que podemos aceptar. Jóhannsson reduce los diálogos al mínimo y juega con los detalles de las rutinas de María y Ingvar.

Ada —creada con tecnología digital pero también efectos físicos— existe en la medida en que sus ¿padres? le contemplan. Le aman, le cuidan. Con más hilos de unión entre psicodramas acerca de la aceptación de la realidad que con el horror folk, Lamb es un desafío. A la imaginación, a la capacidad del film para narrar una historia que no parte de un punto en concreto pero de varios. Como obsequio de “lo desconocido” que Ada es, hay un pacto entre la maravilla y el miedo. Es extraordinaria pero también temible. Es una mirada al miedo y también al amor. O ¿puede solo no existir? La película es lo suficientemente tramposa para dejar en medio de un páramo de dudas al espectador. Y esa es una de sus mayores fortalezas.

Lamb, el miedo, el dolor y las ausencias 

Little Otik (2001) de Jan Švankmajer es probablemente el antecedente más inmediato de Lamb. Basada en el cuento checo Otesánek de Karel Jaromír Erben, la película de Švankmajer, reflexiona sobre la maternidad, el dolor, el duelo y el odio a través de una extrañísima premisa que supone una síntesis de cierto horror metafórico.

En la historia original, una raíz con forma de niño cobra vida y comienza a devorar a quienes le rodean con un insaciable apetito. En la película de Svankmajer ocurre otro tanto, pero el director además, analiza la percepción sobre la fertilidad femenina como una condena bíblica a la que parece anudarse cierto enigma inquietante. Jóhannsson crea el mismo conjunto de ideas y preocupaciones pero las lleva más allá, las prioriza y las hace más angustiosas. El director pulsa varios hilos a la vez. La obsesión colectiva por engendrar, que convierte en una especie de sátira sobre la obligación social. También, la presunción de la sociedad homogeneizada bajo la tradición.

Lamb es una cínica reflexión sobre la identidad cultural y sus consecuencias. Para Jóhannsson, la sociedad es un tapiz de escenas absurdas que se entremezclan entre sí para crear individuos aplastados por el conservadurismo. Lo insiste y lo muestra a través de escenas satíricas, que sin embargo son algo más que simples mofas sobre lo que consideramos normal. Ambigua, siniestra y perversa, Lamb busca algo más que transgredir y encuentra sus mejores momentos en la capacidad del director para incomodar. Lo hace además con una burlona capacidad para señalar los colectivos y llevarlos al terreno de lo mágico y lo primitivo.

La película tiene el estilo enigmático de una obra que no está destinada a comprenderse en un primer visionado. Con Béla Tarr como productor, hay un dolor punzante que avade explicaciones sencillas. Pero más allá de su originalidad, Jóhannsson juega con la percepción de la realidad para construir una idea tenebrosa sobre lo que asumimos como verdadero y normal.

La película se adentra en terrenos confusos y por momentos desiguales, casi inocente. No obstante, no hay nada ingenuo en su mirada perspicaz sobre la confusa naturaleza humana y sus heridas. Sin duda, su punto más alto.

 


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