Por María Margarita Galindo

Corren los tiempos y la profesión docente se desvanece al punto de que la deserción en esta carrera rompe registros negativos en nuestras universidades. De hecho, la formadora de docentes por excelencia en Venezuela, la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), es muestra de ello, la cual pasó de tener una matrícula de 105.239 en el año 2008 a 51.413 inscritos en 2017, según sus propias estadísticas. ¿Y cuántos de ellos serán los egresados en un país donde la diáspora supera los 4 millones de venezolanos y se espera que este año emigre otro número importante?

La profesión docente ha sido sumergida en la más profunda desvalorización por parte de las instituciones encargadas de la materia educativa, nuestros salarios son de hambre y miseria. No existe ninguna protección social. Los seudosindicatos no funcionan en ningún sentido. La realidad del docente venezolano es que no tiene ni para pagar el pasaje del transporte público, ni zapatos para caminar, menos para alimentarse. ¿Dónde está la vocación del maestro de dar enseñanza con amor?

La vocación puede existir en un docente, pero de acuerdo con estudios científicos la primera necesidad del ser humano es la alimentación y el eminente psicólogo Abraham Maslow, en su famosa pirámide de las necesidades humanas, lo certifica. Entonces, nos preguntamos: ¿Quien no puede cubrir sus propias necesidades básicas, podrá cubrir las necesidades de otros? Duele reconocer que ya ni de manera digna podemos atender a nuestros estudiantes que sucumben ante las mismas carencias humanas.

La vocación se desvanece y se convierte en desmotivación cuando vemos una reducida cantidad de «colegas» haciendo el juego político ante quienes han destruido lo más valioso de un país: la educación. La vocación se convierte en utopía cuando el salario de los educadores venezolanos varía a lo sumo entre los 3 y 10 dólares mensuales, en un país donde la canasta alimentaria según datos del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda) alcanza los 176 dólares.

Ante esta dramática realidad, ¿cómo sobrevivimos los docentes? Esa es la gran interrogante. Aunque la vocación permanezca en nuestro ser y enseñemos ad honorem, cubrir nuestras necesidades básicas y de nuestras familias nos obliga a abandonar años de formación y dedicación a esta hermosa labor para migrar hacia otros oficios que permitan soportar la compleja situación del país, o sencillamente abandonarlo buscando nuevos destinos y horizontes.

Estamos perdiendo lo mejor de nuestro país, los profesionales que han decidido formar a otros bajo estándares de calidad, de entrega profesional y emocional, de hacer bien las cosas en el sentido del conocimiento y el desarrollo humano. ¿Cuál será el precio para recuperar un docente e investigador universitario con trayectoria de vida académica y profesional? ¿Cuánto habrá que superar para recuperar ese amor por enseñar de nuestros educadores?

Los maestros y profesores de nuestro país tenemos derecho a una vida digna. Vivir en la miseria no es ejemplo para nadie. La vocación de maestro se lleva en el alma y no en el título. En ese contexto, asumimos con responsabilidad que el actual ministro de Educación, Aristóbulo Istúriz, solo tiene el título de profesor porque en la praxis resulta evidente que nunca llegó a sentir la profesión docente. Su desprecio por el magisterio venezolano lo demuestra al ser parte de quienes, incluso, han promovido la sustitución de educadores con años de formación y estudios universitarios de pre y posgrado por «maestros emergentes» del mal llamado programa de algo que llaman «chamba juvenil», capacitados en solo cinco semanas ¡Toda una barbarie de destrucción pedagógica!

¡Docentes, colegas! Necesitamos vencer la oscuridad, necesitamos unirnos y demostrar que la educación es la fuerza que podrá impulsar una nueva Venezuela llena de desarrollo y prosperidad. Tenemos la mayor herramienta para contribuir a que nuestro país pueda vivir una nueva y mejor etapa de vida. Eso no significa volver al pasado. Significa un futuro cimentado en la educación de sus ciudadanos, en el que el venezolano tome conciencia de sus acciones como sujeto activo de una nación.

La educación es un arma poderosa, no la dejemos morir en manos inhumanas y egoístas de seres que solo aspiran a su bienestar individual a expensas del sufrimiento de muchos; verbigracia, el país como un todo.

La educación es el combustible que permitirá avanzar a Venezuela en esa nueva etapa de desarrollo que le espera en los próximos años.

Aún hay vocación, pero la educación está en terapia intensiva, pues hasta la infraestructura sucumbe ante tanta desidia.

Nunca olvidemos que solo la educación puede salvar a Venezuela.

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