I just wish I could have told him in the living years” Mike & the Mechanics

De niño no entendía lo frecuente de las visitas de mi padre a casa de mis abuelos. Tendían a ser largas, sobre todo los fines de semana cuando coincidíamos con algún tío o primo. Sin la presencia de mis primos se hacía tediosa, aún y cuando la sola presencia de mis abuelos me daba una sensación de confort y seguridad que aún, después de tantas décadas, puedo sentir. Con mis primos salíamos al jardín a jugar y montar bicicleta, entonces no quería que aquella visita terminara nunca. Ese, nuestro sitio de encuentro con la familia, se convertiría con el tiempo en una suerte de altar que representaba lo más sagrado para mí. Papá llevaba siempre sus ofrendas, flores y dulces, pero sobre todo, a nosotros, sus hijos. Nos ofrecía a sus padres, no para ser sacrificados como en culturas antiguas llenas de simbolismo y sortilegios, no, solo para alegrarles el día.

Con el tiempo, después de perder a mi abuela en una desigual batalla contra el cáncer, me quedó mi abuelo. Viejo y cada vez más solo me di a la tarea de acompañarlo cada vez que me fuera posible. Ya yo era mayor de edad y podía conducir, no tenía que esperar a que mi padre decidiera ir. Aquellas visitas que a temprana edad veía como obligadas ahora eran anheladas. Aprendí mucho sobre él en esos últimos años de su vida, cuando le invadió la amnesia anterógrada dándole rienda suelta a sus más viejos recuerdos en aquel Líbano de finales del siglo XIX y principios del XX, aún bajo dominio otomano. También rememoraba sobre sus primeros años en su país adoptivo que no era otro sino el mío. Y aprendí porque ya a esa edad repetía constantemente, como si lo hiciese por primera vez,  las mismas historias que tanta nostalgia le traían.

Por circunstancias de la vida he convivido con papá durante estos últimos años, luego de la desaparición física de mamá. He revivido con él lo ocurrido después del fallecimiento de mi abuela, y es que mi abuelo se fue quedando cada vez más sólo. Al igual que le ocurrió al abuelo, ahora a papá sus hijos y nietos no lo visitan con la misma frecuencia de otrora. Es justo decir que nos tocó vivir en una época y país en que la emigración es la regla y no la excepción. Sin embargo, siempre podemos echar mano en este siglo XXI, a las redes sociales que están a la orden del día. Esta realidad también me deja claro, sin lugar a dudas que, la figura materna es primordial en cualquier hogar, irreemplazable, y es ella quien atrae, cobija y une a la familia.

Durante el velorio y subsecuente entierro de mi abuelo no pude dejar de notar las caras largas y tristes de familiares que tenía mucho tiempo sin ver. Algunos de ellos, no lo visitaban casi nunca y cuando lo hacían era por muy poco tiempo debido a los tantos compromisos del día a día. Verdaderamente dolidos, no se apartaron del féretro hasta el último momento, como si quisieran aferrarse a esa vida que ya no latía más. Desde aquel 22 de enero de 1982, no dejo de cavilar, en cada uno de los velorios a los que me ha tocado asistir y viendo repetirse esa misma escena una y otra vez, como es que para muchos de esos familiares entristecidos, sin ellos darse cuenta, aquella ida al cementerio se convertía en la visita más larga que alguna vez le hicieran a su ser querido.

Cuando el ciclo de la vida sigue inexorablemente su curso y aquellos que eran nietos ahora son abuelos y vemos como nuestro período de caducidad se nos viene encima, no debemos reparar en prestar atención a nuestros allegados. Mañana puede ser muy tarde para ellos, pero sobre todo lo será para nosotros. Que la visita más larga no sea la última, la más fría.


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