Si algo ha quedado demostrado en los tres últimos meses en el mundo es que el temor a ser víctima de un virus que conduzca a perder la vida se convirtió en un factor de inmovilización social, en una escala que ni siquiera podría anticipar Bill Gates, quien a finales del pasado año, cual Nostradamus, pronosticó el posible desarrollo de un virus que escalaría al nivel de pandemia.

De ese temor no se han salvado ninguna de las civilizaciones que hoy cohabitan en el globo, pues por igual se han recluido y paralizado los ciudadanos de Oriente y Occidente, ante la amenaza de convertirse en un dígito más de la fatídica estadística de las víctimas del virus de Wuhan; y es que aún, ante la evidencia de todos los expertos que predicen la más salvaje recesión económica de la que haya sido testigo el mundo moderno, y sin importar la larga cadena de quiebras, atrasos y tragedias económicas individuales y colectivas, se ha impuesto ante todo y por sobre todo el valor de la vida como el elemento guía de la conducta humana moderna, donde hasta los practicantes de deportes extremos que arriesgan su existencia día tras día se han sometido al llamado a quedarse en casa.

En el contexto descrito muchos han salido a pescar en río revuelto, ante la evidencia a gran escala de que el miedo es tal vez el arma más poderosa para alcanzar el sueño de todo régimen autoritario, que es el control y la dominación social. Así, observamos cómo las democracias más sólidas, principalmente en el hemisferio occidental, están pagando el precio más alto de la crisis generada por la pandemia, tal vez porque por una parte la libertad de expresión que es regla de oro en las verdaderas democracias permite esparcir como pólvora las noticias negativas, la alarma y en consecuencia el miedo; y por la otra, porque en su seno se desarrollan tejidos sociales que suelen gozar de un alto bienestar e independencia económica, que les hace sentir por tanto que tienen mucho que perder, por lo que al estar expuestos a las amenazas a su salud, el miedo se amplifica mucho más que en otras jurisdicciones con menos libertades. Y es allí, en esos países donde el autoritarismo es la norma, donde muchos gobernantes han salivado con esta extraordinaria oportunidad de imponer toda clase de controles excepcionales, amparados en la extraordinaria excusa de la salud pública como bien superior, utilizada al final de la historia como una mera herramienta para exaltar el miedo y alcanzar el mayor control y dominación posible.

En Venezuela, con un desgobierno que forma parte del deshonroso club del autoritarismo, sus protagonistas se frotan las manos ante la oportunidad que les abrió la providencia de mantener a un país dopado bajo los efectos y las reglas del miedo. Pero dicha coyuntura, lejos de aprovecharla para que luego de la anestesia sus ciudadanos despertasen con un país más soportable, más bien la han desperdiciado, acelerando exponencialmente el deterioro y haciendo cada día más invivible esta tierra para el ciudadano común. Es así como durante la pandemia, manteniéndose bajo las reglas del estado de alarma y del estado de excepción, y bajo la guía del miedo, el pueblo en su más representativa mayoría se ha mantenido fiel a su instinto de preservación, mostrando una gran disciplina en el capítulo de cuidarse responsablemente; sin embargo, ya con la soga al cuello y ante la vivencia diaria de tragedias personales y colectivas, ese mismo pueblo se encuentra casi en el punto de girar las circunstancias, donde quedarse en casa por miedo al contagio del coronavirus será superado por el miedo a perder la vida por quedarse en casa esperando frente a un televisor o un teclado, y aceptando como válida la irracionalidad y conducta opaca del desgobierno.

Al final de la historia, protestas como las que se desarrollan en Estados Unidos bajo el lema “Black Lives Matter”, en alusión al racismo y la discriminación histórica de la raza negra, donde han tomado como referencia el asesinato de George Floyd a manos de funcionarios de la policía de Minneapolis, son una muestra clara de cómo giró la rueda recientemente en ese país, de una vuelta donde la preocupación principal era la preservación de la vida propia, a otra donde les importa y mucho, la vida de otro. Acá en estas latitudes, aún con la existencia de infinitas dificultades, la ecuación no debe ser distinta, y como si se tratase de un espejo, veremos en nosotros mismos el reflejo de Floyd, así como la de todos y cada uno de quienes han caído víctimas de la violencia política en el país, sin olvidar la amenaza a nuestra propia supervivencia, pues la vida, nuestra vida, nos importa, y debemos hacer cuanto esté a nuestro alcance y en cualquier terreno para defenderla.

@castorgonzalez

 


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