El régimen hace lo que le viene en gana, sintiendo el inevitable rechazo de la opinión pública nacional que sobrevive a sus censuras y bloqueos al mismo tiempo que los medios internacionales tienden a escandalizarse por las novedosas facetas que exhibe. Y es que echando por el suelo todos los ardides que condujeron a la última y difícil designación del directorio del Consejo Nacional Electoral, cuyo período constitucional aún no concluye, decide ahora rebarajar el juego político que le da alcance a los propios que se suponen por siempre distintos a los extraños.

Deslealtad y ventajismo son dos de las características más sonoras en los tiempos comiciales de esta centuria. La llamada democracia participativa y protagónica ha redundado en aquellas arbitrariedades descaradamente sostenidas que visaron la construcción teórica de la autocracia competitiva ya de aparente agotamiento: consultas, como las presidenciales de 2018 y las parlamentarias de 2020, incurrieron en un franco, simple y abierto fraude electoral que dejaron atrás las anteriores y exitosas jornadas plebiscitarias que supieron de toda suerte de maniobras y persecuciones hasta alcanzar su mejor momento con el retiro de los candidatos opositores en las parlamentarias de 2005.

Actualmente, la Comisión Nacional de Primaria ha intentado ser consecuente no sólo con la normativa vigente, sino con los dispositivos institucionales del madurismo, pero éstos no lucen diseñados para su más amplia aceptación, ni sus conductores entrenados para faenas medianamente competitivas. Por ello, desde los predios miraflorinos ha bajado la orden para que renuncien los militantes del oficialismo, acaso, sopesando qué elementos llevará a los dos restantes rectores y sus suplentes, a imitarlos tarde o temprano.

La desconfianza y poca estima política respecto a los propios, celebrados hasta no hace mucho, fuerza a Miraflores a reemplazarlos por otros que considera más sagaces y obedientes para la causa continuista. Prácticamente, la elegante destitución los equipara un poco al tratamiento que se ha dado a los extraños, generando la convicción de que acá, absolutamente nadie,  tiene garantizada la vida política por muchos méritos que logre acumular, afectando dramáticamente la narrativa del poder establecido.

La más grande y verdadera de las mentiras es que haya respeto por todos lo que abracen la causa socialista, porque aun conviniendo apasionadamente en la existencia de las instituciones bolivarianas, ninguno de sus titulares cuenta con posibilidades reales de estabilidad y desarrollo político. Por ejemplo, invocada la omisión legislativa o no, designados por el Tribunal Supremo de Justicia o la Asamblea Nacional, por demasiados comprometidos que se encuentren, los rectores pueden verse y se ven relevados repentinamente, ni siquiera más adelante compensados por la tremenda bofetada disciplinaria.

Quedan fracturadas las necesarias pautas, o reglas expresas y tácitas de convivencia en el sector oficialista, todavía recordada la reciente razzia experimentada por un notable de sus grupos económicos. El poder no alcanza para todos, y el autoritarismo que ya no simula un mínimo de competencia,  reclama un superior y más grave estadio de realización.

De modo que tampoco los bolivarianos y socialistas disponen de las instituciones que niegan al resto de los venezolanos: los mecanismos mínimos, reglados y eficaces para la promoción y el ascenso político, les están crecientemente vedados. Y, faltando, por debajo de la realidad aparente, está la más cierta de todas, como  la del viaje regresivo de todos los venezolanos hacia la barbarie tan urgido de revertir.

@Luisbarraganj

 


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