La gente supo de la naturaleza del gobierno de Hugo Chávez cuando apenas comenzaban a tomar vuelo las ideas comunistoides en su cabeza y empezaba a ejercer su sed de venganza en contra de quienes se le oponían. Fueron días y días en las calles, pues todavía no se había atrevido a arremeter en contra de los manifestantes. Hasta que la gran marcha en Caracas le dejó muy claro el mensaje: una inmensa mayoría de los venezolanos lo quería fuera de Miraflores.

Ya para el 11 de abril de 2002 se sabía que el exgolpista que fue electo presidente con una votación abrumadora lo que quería era aplicar en el país el modelo cubano y los venezolanos no estaban dispuestos a aceptarlo. Había coraje, valor, pero también mucha rabia porque Chávez pretendía acabar hasta con la joya de la corona, Pdvsa. Y por eso nadie tuvo miedo. Las fotos de aquel día son para la historia. Nadie se quedó en su casa. ¡A Miraflores! fue el grito que surgió entre la multitud.

Una gran masa de personas cargadas de valentía y ganas de luchar por su país siguió la dirección trazada, con la idea de que les sería permitido -como pueblo soberano que era- exigir en el propio palacio de gobierno un cambio. Pero Chávez mandó a emboscar la marcha, a disparar contra inocentes; allí se hizo palpable el régimen del terror que se había instaurado en Miraflores y que todavía sigue allí, cada vez más cruel.

El mandato de la sociedad civil era claro y Chávez no pudo hacer otra cosa sino renunciar. ¿Para qué hablar de los errores del día siguiente? Lo que pudo detenerse pasados apenas unos años encontró la manera de aferrarse a la silla presidencial. Pero aquel presidente, que juró ante un crucifijo rectificar, le mintió a Dios y a los que le seguían.

De allí comenzó Venezuela a acercarse al abismo sin que nada la detuviera y menos con el sucesor de Chávez al mando. Los pocos escrúpulos que pudo haber tenido el primero son inexistentes en Nicolás Maduro. Aquella unión de fuerza, aquel grito de libertad, aquella consolidación de objetivo que se vio en las calles hace 20 años, no ha podido volver a reunirse. Y si bien han sido los jóvenes y muchos representantes de la sociedad civil quienes insistieron luego, en 2007, en 2014 o en 2017, nada ha podido lograrse. Esto es motivo suficiente para que los partidos que se dicen opuestos al régimen reflexionen, analicen.

Ojalá este aniversario de aquella marcha apoteósica sirva para que se den cuenta de que no es hora de discutir quién quiere ser presidente sino cómo hacer para extirpar el mal que tiene a Venezuela sumida en el atraso y la pobreza. Una debacle que comenzó hace 20 años, pero que con unidad y objetivos claros es posible detener para reinstaurar la democracia y recuperar aquel país que todos añoramos.

 


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