Mucho se está hablando del crecimiento de la economía venezolana. En términos porcentuales se indica que ha habido un aumento de 5%. La especial situación se ha puesto de manifiesto de modo que se puede percibir de forma obvia: al país han venido figuras emblemáticas del canto que se están presentando a sala llena, en lugares de gran caché, pagando los altos precios de los tiempos actuales. Y eso no es todo. También se ha incrementado el número de bodegones en el país, específicamente en las ciudades más emblemáticas, lo que ratifica el singular acontecer. Adicional a eso, los buenos restaurantes no dejan de estar activos los siete días de la semana. En definitiva, para muchos, la fiesta se lleva a cabo viento en popa.

En realidad todo lo anterior puede verse como algo maravilloso, pero también como simple consuelo porque no se escudriña a fondo. Mientras Nicolás Maduro y su grupo de más alto rango se mantengan ilegítimamente en el poder, las mejoras en el país serán limitadas. Las mismas beneficiarán a un grupo muy pequeño de la población, pero jamás alcanzarán el nivel que se tuvo en la era democrática. Los hechos están ahí para demostrarlo.

Sólo a modo de ejemplo, lo que se pone de manifiesto en los hospitales públicos de todo el país es el más desgarrador abandono. Eso ha sido consecuencia de la absurda y criminal política puesta en práctica por la revolución bonita. El número de médicos y especialistas de la salud que se ha ido del país es de muchos miles. Las razones de fondo de la estampida son múltiples: la discriminación por no ser leales a la revolución; los ínfimos salarios; la falta de medicamentos y equipos para la atención debida de los enfermos, y el asqueroso manejo político de un servicio vital para la ciudadanía. De las paupérrimas condiciones de nuestras universidades públicas y muchos otros centros de estudio, lo mejor es no hablar.

Como resultado de lo anterior, sólo un grupo muy selecto de nuestra población puede darse el lujo de pagar una consulta de 70 o 120 dólares en las buenas clínicas y consultorios del país que, por lo demás, son pocas. En cuanto a las remesas que envían los venezolanos que ahora están fuera de nuestras fronteras, la verdad es que las mismas apenas alcanzan para algo de comida o la compra irregular de uno que otro medicamento.

Lo antes indicado explica el menor promedio de vida que ahora tienen los venezolanos; y todo gracias a las políticas arbitrarias y discriminatorias puestas en práctica, a lo largo de muchos años, por Maduro. Pero lo más grave es que, calladamente, la devaluación de la moneda nacional sigue su curso y, para colmo, los precios de la mayoría de los productos esenciales y servicios aumentan sin parar, aunque con menos fuerza que antes. El inevitable impacto de ello es obvio: los sueldos de los que trabajan y las remesas que se reciben de los emigrantes no rinden lo suficiente. En palabras más llanas, vamos de retroceso y con pocos frenos porque el proceso inflacionario no ha parado. Eso explica que la canasta alimentaria se esté acercando a 400 dólares.

Mientras las desgracias en el país siguen su curso, el conductor de Miraflores se dedicó a viajar con una gran comitiva a países nada afines a la democracia y en los que las libertades escasean. Esa fue la nada honrosa salida que encontró para mitigar la cachetada que recibió de Joe Biden, con ocasión de la reciente reunión de la IX Cumbre de las Américas.

Es obvio que para el presidente estadounidense, al igual que para Ciorán: “La complacencia con el adversario es característica de la debilidad, es decir de la tolerancia, la cual en última instancia no es más que una coquetería de agonizantes”.

@EddyReyesT

 


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