Cuando era niña, la época que esperaba con más ansias era la Navidad. Siempre me pareció maravilloso que un grupo de pastorcitos y tres reyes magos, siguiendo la luz de una estrella, llegaran a un humilde pesebre en donde un niño judío, el hijo de Dios, nacería.

No puedo negar que me encantaba recibir regalos ese día y siempre pensé que esos obsequios, por pequeños que fueran, eran los cotillones que San José y la Virgen María les daban a todos los niños del mundo para celebrar el cumpleaños de su amado hijo.

Luego, no recuerdo quién, alguien me dijo que eso no era cierto… que en realidad los regalos eran del Niño Jesús y que como era tan pequeñito, le pedía ayuda a un gordito dulce, bonachón y vestido de rojo, para repartirlos en una sola noche. Eso sí, nadie podía verlo y esa es la razón por la que el día anterior, los niños teníamos que acostarnos temprano.

Cada año, la Navidad adquiría un significado diferente sin dejar de ser mágica y entonces descubrí que los protagonistas de esa historia, están vivos. Los llevamos dentro de nosotros y es que, en Navidad, el Niño Jesús, rico o pobre, nace todos los años y lo vemos en el muchachito que inocente quiere un juguete o como ocurre en Venezuela, en el niño que confía que nadie lo lastimará y sueña con una familia que lo ame.

El Niño Jesús, en Venezuela, es el niño o el adolescente enfermo quien, con inocencia, reza para que sus padres puedan comprar los medicamentos que lo harán sentir mejor. San Nicolás son todos los médicos quienes, con amor y abnegación, los atienden en hospitales como el J. M. de los Ríos, en donde ya nadie sabe cómo hacerle entender al mundo que los muchachitos que acuden allí son pequeños pacientes que luchan por no morir.

El Niño Jesús, en Venezuela, es esa chiquilla dulce y tierna que requiere de un trasplante de órgano y que, sin embargo, tiene siempre una sonrisa iluminando su rostro porque sueña con crecer para quizás, ya de grande ¿por qué no?, estudiar Medicina y salvar a otros niños que como ella también quieren vivir. San Nicolás son aquellos voluntarios que como el Doctor Yaso, con una nariz de payaso y mucho cariño en el alma, le sacan una sonrisa al dolor.

El Niño Jesús, en Venezuela, son los maestros que luchan por lograr obtener, con respeto y dignidad, el salario que merecen. Son quienes les enseñan a sus alumnos que hay que estudiar, ser honestos, tener principios morales y aspirar a la excelencia. San Nicolás son todos aquellos padres quienes trabajan sobretiempo para que sus hijos tengan acceso a la mejor educación y aprendan la importancia de vivir en democracia.

La vida no es fácil, cada vez se hace más dura pero el espíritu navideño reconforta el alma, nos hace sentir mejor y nos enseña que la bondad no debe morir, que el amor a la familia es lo más importante y que mientras sigamos vivos, nuestra obligación es intentar ser felices y hacer felices a otros.

No dudo que el Niño Jesús sea diferente en cada país, pero siempre encontrará cobijo y posada en el alma de la gente buena, en el corazón generoso de quienes desean a otros el bien, en el amor de un niño quien confía que nunca lo dejarán solo porque siempre tendrá alguien que lo ame y lo proteja. Por esas razones, y a pesar de tanto dolor que hemos vivido, decoremos cada rincón de nuestro hogar con la alegría y los colores de la Navidad. Una lucecita que ilumine nuestros sueños, una, aunque sea pequeñita que encendamos dentro de nosotros, se convertirá en un faro para exteriorizar la luz que llevamos por dentro.

Hay un secreto que les quiero contar: el Espíritu de la Navidad existe. Todos nosotros somos el Niño Jesús, San José y la Virgen María. Todos nosotros somos los pastorcitos, los tres reyes magos, la mula y el buey. Todos nosotros somos vida, paz, esperanza y amor.

Durante estas fiestas decembrinas, transformémonos en seres más humanos, más sensibles. Perdonar, ayudar y proteger a los más débiles, son las lecciones que nos faltan por aprender… la vida es corta y vale la pena hacer el intento de ser mejores personas. Vamos a amarnos mientras todavía podamos hacerlo.

Por complicada que se haya vuelto nuestra existencia, compremos un regalito o hagámoslo con nuestras manos, uno solo, busquemos a un niño de la calle, a un viejito solitario o a alguien que cree que no tiene nada y, envuelto en papel de regalo, obsequiémosle un pedacito de sueño con un trocito de amor. Vamos a ser Niños Jesuses y hagamos feliz a alguien que, en esta Navidad, no esperaba nada.

@jortegac15


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