“Todos estábamos atrapados por el mismo mecanismo aplastante. Sin la dudosa relación entre tenacidad y duplicidad, sin relaciones personales e insistencia no habría aparecido ninguno de los libros que, finalmente, lograron atravesar la tupida red de la policía de la palabra. He vivido en un trauma privilegiado”

Norman Manea

La indiferencia civil es una forma a través de la cual se evidencia la pobreza del espíritu, pues no sentir que los atropellos, la indignidad y las tropelías nos  afectan a todos, supone hibernar el carácter bajo un estado de catatonia de la eudaimonía, uno de los tantos conceptos aristotélicos que hemos olvidado al mutar todas las sociedades hacia estadios de contornos kafkianos, esos en los cuales se muta de ser humanos a blatodeos, seres inmundos que reptan, que viven en los intersticios de las casas, en las hendiduras pestilentes de la adulación al poder y la venta de las posturas. La inconsistencia con los principios parece estar vinculada a la nacionalidad de este expaís, en donde la depauperación del logo, la vacuidad del alma, la miseria material y la indiferencia recrean al conjunto de las Parcas o Moiras, tres viejas de nacimiento que cortaban el destino de los mortales; en nuestro caso ese destino yace cercenado por la coexistencia de todas las pobrezas y el nihilismo o levedad ante la vida.

La Venezuela actual no es la de los recuerdos, esta es un émulo retorcido, un cuartel de militares corrompidos, implacables y connaturalmente crueles y serviles; estas fuerzas armadas son la poltrona cómoda en la cual se parapetea el tirano, para humillarnos, vejarnos y seguir desangrando al país, robándose hasta el último recurso, pues somos una suerte de ciudad terrenal corrompida hasta los huesos, salida de la obra de San Agustín, y le hemos dado la espalda a la justicia y la caridad, quedando un gran latrocinio, un agujero inmenso que se traga todo, un infortunio perpetuo del habla, cuya integración deviene vacuidad, desesperanza y desde luego, nihilismo.

Usando a Milan Kundera, somos una “broma”, una entelequia que entre “risas y olvido” terminó por entumecerse civilmente, hacernos minusválidos de la gnosis e intentar responder las payasadas del régimen, con sus propias armas puerilmente crueles, así pues, si existe Drácula y Superbigote, en las filas de la atolondrada oposición, misógina y lapidaria, se le responde con una tira cómica al estilo de las mangas japonesas de Pokémon, en donde “el flaco hace” políticas públicas. ¿Hasta cuándo la burla, la subvaloración y la afrenta a la intelectualidad? Desde luego no me representa Superbigote o cualquiera de las ridiculeces salidas de las sienes de un payaso trocado en dictador que pretende ser artista, una suerte de obra de Norman Manea. Pero tampoco apruebo que me gobierne un flaco. ¡Basta ya de motes!, somos seres humanos, elementos ontológicos y no números, menos códigos.

En el marco de las primarias hemos estado expuestos a una fauna mitológica a lo Jorge Luis Borges, allí concurren toda suerte de elementos, intentando desde luego desmerecer  la  seriedad de la única aspirante en presentar un equipo económico sólido en ratio técnica y Bildung, los demás se dejan entrevistar en el exterior y ante la mirada atónita de la comunicadora social, demuestran su absoluta incapacidad discursiva para definir al régimen que tenemos. Entonces sobreviene la pregunta cual espasmo moral: ¿esta gente no leyó a Schmitter y O’Donnell?, ¿adolecen de una idea peregrina de transición? La respuesta es dicotómica: o son ignaros o se han dejado comprar, pues no persiguen  los intereses progresivos del bienestar común, sino exclusivamente motivaciones crematísticas. Es inaceptable que un país desangrado por más de 7,1 millones de migrantes, sin Estado de Derecho, con presos políticos y crímenes de lesa humanidad recopilados en tres informes realizados por la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, ostente un aspirante a las primarias opositoras que no sea capaz de asumir que Maduro es un tirano, pues en su erosionada capacidad lógica solo los dictadores se hacen del poder por la vía de hecho, vaya extravío, imagino que esta incapacidad de orientación semiológica demuestra desde la óptica de Heidegger que el lenguaje de este sujeto no tiene residencia en el ser. Lo grave subyace en que ese es uno de los millones de seudohablantes que sostienen la mentira como política de Estado, los millones que repiten falacias, los millones que aplauden y los muchos que se alegran ante los bonos de la miseria.

Esta Venezuela indiferente e indolente debe ser estremecida por el peso de la verdad, decir por ejemplo que nuestro ingreso mínimo es el cuarto peor en el mundo, luego de Ruanda, Ghana y Somalia; recordar que cuando esta estafa del chavismo llegó al poder, los ígneos discursos del teniente de Sabaneta se dirigían cual saetas hacia las iniquidades de un salario bonificado, Chávez terminó repitiendo los peores errores de la IV República, logrando convertir esos errores en vicios que sustituyen las virtudes; los relatos de las torturas aplicadas por este régimen dan cuenta de su infinita capacidad para hacer el mal, pero de la distopia totalitaria hemos pasado a la lúdica, la del mundo feliz, la de los pactos, el hablar quedito, el colaborar, somos la reproducción social de la obra premonitoria de Alberto Jiménez Ure, somos los desahuciados, los del medio, debajo de nosotros los esperpentos, aquellos que comen de la basura y son tratados como tal, y sobre todos, los avanzados, los enchufados, los amos del lujo sibarítico, los de Las Mercedes y los restaurantes que bajaron de las alturas, pues la recuperación era solamente una burbuja de cleptocracia.

Hay mucho que extrañar de esa Venezuela, la que dejamos perder cuando Hugo Chávez nos salió como una fistula, que desangraría y contaminaría todo el destino del país. Ante el cálculo de abandonar, de soltar, de hastiarse, me queda el único compromiso digno, decente y hermosamente humano, el de educar con sentido crítico, muy a pesar del odio que siente el régimen y sus colaboradores por quienes enseñamos. Nosotros no sabemos de conjuras, de violencias, de agresiones, pero  con las tizas y marcadores irredentos se escribe el pensamiento crítico y libertario de una generación que debe ser rescatada de la levedad del ser, de la indiferencia, una generación que tiene el reto de asumir que la miseria no le es propia, que la coprolalia ha de ser defenestrada, y sobre todo, que no debe acostumbrarse a esto.

Finalmente, en el ejercicio de educar reside la última barricada, ya no en las instituciones, sino en nuestra psique, en nuestra gnosis, en nuestro espíritu, allí somos irredentos, en el aula se enseña a gritar rebeldías, para exigir el  deber ser y no el ser estático, en cada clase la palabra se troca de acción comunicativa a cosa viva, el locus asume la carga ilocutiva de la verdad y perlocutiva de la procura del bien general, estas amargas líneas, no son un manifiesto  de derrota, son la silente acción de extensión extramuros de mi ejercicio docente, pues en la frenética y corrupta Venezuela de Maduro, aún somos muchos los profesores pobres, pero jamás tendrá el tirano y su abyecto régimen el logro de habernos convertido en pobres profesores, los pobres son quienes usurpan el poder, son tan pobres que lo único  que tienen es el erario público hecho botín personal, a sus tropelías y amenazas, dejo mi lengua que asume la mordaza como un trapo sucio tras la mano tembleque de quien la ordena poner, vendrá la lluvia y lavará la plaza y también volverá la luz, para que cumplamos el sueño de Andrés Eloy Blanco y echemos los grillos de la ignorancia al mar.


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