José Rafael Pocaterra McPherson (1889-1955) fue un gran periodista, prosista y diplomático venezolano, escritor de acrisolados méritos que publicó infinidad de artículos y crónicas de prensa, así como cuentos y novelas de singular valor y nombradía en la literatura nacional. Sus Memorias de un venezolano de la decadencia –obra de gran interés literario e histórico– constituye una de las críticas más contundentes que ha recibido el régimen político imperante en el país a vuelta del siglo XIX, con énfasis añadido en el gobierno del general Juan Vicente Gómez (1908-1935).

Alguna vez oí decir en mis años de estudiante en el Colegio San Ignacio de Caracas, que afortunadamente en Venezuela no se repetirían las particularidades y motivaciones que dieron lugar a ese documento –las Memorias de Pocaterra– tan enconado, yerto y apasionado que sin duda constituye un penetrante llamado a la conciencia nacional. En aquellos años sesenta del pasado siglo no había razones válidas para pensar que algún día regresaríamos a las viejas prácticas decimonónicas de los caudillos militares y sus partidos armados que desdoblaron tanta vergüenza, violencia y desasosiego en la sociedad venezolana. Cabe resaltar en este espacio la nota del editor en una de sus publicaciones –Monte Ávila 1979–, que nos dice: “…Una violencia, por cierto, cuya monótona repetición en nuestra historia permite, además, que las Memorias sigan siendo significativas hoy, como una especie de doloroso emblema de una existencia que, al cabo, es globalmente latinoamericana…”. Y es que Latinoamérica, guiada en las últimas décadas por los malos pasos de La Habana y sus respaldos fraguados en totalitarismos antidemocráticos –algunos rayanos y otros imbuidos en fracasos históricos–, parece haber dejado de ser el continente del futuro para convertirse, salvo las excepciones del caso, en el suplicio del nuevo mundo.

La narrativa de Pocaterra se apoya en su experiencia vital ante el castrismo que le recluye en los castillos de Puerto Cabello y de Maracaibo por sus ideas políticas, para más tarde enfrentarse al gomecismo que primero lo intimida y después lo encierra durante varios años en la cárcel tétrica de la Rotunda –fue acusado de participar en actividades conspirativas–. Sus verdaderas motivaciones se reducían a mostrar los rasgos tiránicos del régimen y a desmontar la tesis del gendarme necesario insinuada por los positivistas a quienes llegó a calificar de “intelectualidad genuflexa”. Aquellas cárceles indignas eran como tumbas de muertos vivientes sometidos a torturas, hambre y otras penurias que Pocaterra describe con inusitada vehemencia. La Vergüenza de América quedaba notoriamente representada en la figura sombría del dictador y sus áulicos empedernidos. Un régimen cruel e inconmovible que encontraba justificaciones y partidarios dentro y fuera de Venezuela, quienes con ello solo exhibían su verdadera naturaleza.

Así pues, las ideas de Pocaterra vertidas con carácter y pasión venezolana en esta obra clásica de nuestra literatura, a la manera de decir de Eduardo Santos en su magnífico prólogo de la primera edición, son “…como la venganza justa y necesaria de cuantos en esa época han padecido persecuciones por la justicia en la patria de Bolívar y de Bello, o han pagado con su vida la resistencia a los tiranos, o han sido arrastrados por ellos a la desgracia y a la ruina…”.  Si como hemos referido al inicio de estas breves anotaciones, se trata de un llamado a la conciencia, vale decir a la comprensión y el conocimiento de nuestra realidad nacional y responsabilidades, es preciso abordarlas en nuestros días aciagos como imprescindible reflexión igualmente llamada a convertirse en motivación para un cambio de actitud ante el desconcierto que estamos viviendo. No podemos seguir esperando que las cosas se resuelvan solas, ni que vengan auxilios foráneos a solventar lo que los venezolanos no somos capaces de afrontar con nuestra propia voluntad y aptitudes civilizadas –para los verdaderos demócratas, en ningún caso será admisible el empleo de la violencia–. El tiempo actual, como en los días del “Cabito” –dejando a salvo el laudo concretado en pretensión de despojo de la Guayana Esequiba y el bloqueo naval de 1902–, “…transcurre lento, monótono, sin grandes acontecimientos. Los mismos problemas, el mismo estilo oficial, la misma literatura periodística…” como apuntara Ramón J. Velásquez en su notable introducción a las memorias contemporáneas del general Antonio Paredes.  Es hora de la conciencia y del pensar íntimo acerca de nuestra circunstancia –la casi inverosímil reedición en pleno siglo XXI de una Venezuela de la decadencia aún peor que la de Castro y Gómez–, pero también debe serlo para la acción inteligente, decidida y valiente, que nos permita superar nuestros males en beneficio de la dignidad nacional y de todos los ciudadanos de este país.

 


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