La Venezuela de hoy, militarista y autocrática, pobre y fallida, de ilusiones rotas que siempre renacen, es la misma Venezuela de ayer, la que ha existido por más de 200 años de vida independiente, con la única excepción de los 40 años de libertad y democracia representativa de la mal llamada cuarta república, que se inició con la caída de Pérez Jiménez en enero de 1958 y sucumbió con la elección de Chávez en diciembre de 1998.

Después de más de un siglo de gobiernos dictatoriales, bajo el yugo del militarismo heredado de la larga y sangrienta lucha por la Independencia, y cuando parecía que el país se enrumbaba por la senda de la civilidad y la democracia con el proceso político iniciado el 23 de enero de 1958, el triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998, nos devolvió al pasado, a la Venezuela de ayer, la que nos ha caracterizado durante la mayor parte de nuestra vida como nación independiente.

El rechazo a esa democracia incipiente y deficiente, pero perfectible a la larga, del período ya mencionado, surgió de los cuarteles, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (así denominada en esta nueva etapa de su vida), llevada de las manos del “Comandante Eterno”, cuando justamente requeríamos, para superar los problemas del momento, del “Ciudadano Idóneo”.

Con Chávez volvieron los hombres de a caballo del siglo XIX, los Ezequiel Zamora y los Maisantas, de dudosa moralidad y vigencia, y se hizo presente la imagen de un rostro aindiado, o más seguramente mestizo, con boina roja terciada, simbolizando al militarismo de siempre, envuelto ahora con un nuevo ropaje de convicciones ideológicas de índole socialista y marxista, provistas por Fidel Castro y su revolución y aclamadas solemnemente por la impertérrita y perenne izquierda venezolana y latinoamericana, siempre huérfana de ideas propias.

Las ideas, aún las más falsas, son no obstante resistentes cuando florecen en tierra fértil. Durante 24 años ellas han estado golpeando a Venezuela y a los venezolanos. Han destruido al país y a la industria petrolera venezolana, una de las más fuertes y mejor organizadas del mundo, evaporando sin provecho los inmensos recursos que ésta puso en sus manos durante el boom petrolero de inicios del siglo XXI, antes de que fuera abatida por la ineficiencia burocrática de la “revolución”.

Para 2024, año en el que se supone habrá una elección presidencial limpia y garantizada por el mundo democrático (si éste realmente cumple su promesa de exigir y lograr tal evento) el chavismo habrá alcanzado ya la edad de 26 años, los mismos que duró el régimen dictatorial más largo de la historia nacional: el gomecismo (1909-1935).

¿Saldremos del régimen chavista en diciembre de 2024? ¿Se logrará la unión de todas las fuerzas opositoras del país, absolutamente necesaria para alcanzar el triunfo sobre el régimen político que sin pizca de exageración constituye el peor de todos los habidos en la acerba existencia de la nación) Todo dependerá del comportamiento de la dirigencia opositora en esa que será su última oportunidad. Desde enero de 2016, luego del gran triunfo de diciembre de 2015 en las elecciones parlamentarias, la dirigencia opositora venezolana ha venido cometiendo errores y fraccionándose en forma continua e irresponsable. ¿Seguirá por ese camino o finalmente se podrá a la altura de las circunstancias?

Las interrogaciones anteriores constituyen las grandes incógnitas de la Venezuela de hoy. De su solución correcta dependerá que Venezuela quede estancada por tiempo indeterminado en el barro del pasado o despliegue sus alas, como el ave Fénix, para un vuelo al futuro, mejor y más provechoso.

 

 


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