Maduro

La sola posibilidad de que un candidato presidencial de izquierda pueda ganar las elecciones en algún país del mundo occidental y especialmente en el continente americano, enciende las alarmas entre los venezolanos de oposición. Estamos inmersos en una polarización que nos aprisiona y nos limita. Habría que comenzar a ver los matices entre lo que puede ser realmente izquierda (muy diferente a utilizar un lenguaje una retórica antiimperialista para encubrir autoritarismos y corruptelas) antes de  tachar de comunista a cualquier postura progresista.

Medir a todos con la misma vara se origina en buena parte (no quiero decir que sea la única razón) por la solidaridad automática que algunos gobiernos llamados de izquierda tuvieron con Hugo Chávez y en menor medida con Maduro. Claro está que no todas las solidaridades han tenido un contenido ideológico – si de ideología se pudiera hablar- y que muchas de ellas tuvieron su razón de ser en la teta petrolera venezolana, de lo que no está exento el castrismo cubano que pudo mantener su fachada revolucionaria gracias al apego fetichista de Chávez y su pandilla a la gesta de Fidel.

Por poner solo algunos ejemplos, así ha sido con el gobierno de Sánchez en España, extrapolando el comportamiento de Zapatero a todo el PSOE y olvidando de paso que también es el partido de Felipe González. Otro ejemplo notable fue la apasionada defensa de Trump en las elecciones estadounidenses haciendo suponer que por ser del partido Demócrata Biden cambiaria su posición hacia la oposición venezolana, lo que ha sido desmentido en la práctica, evidenciándose que el compromiso de Trump fue sólo más falaz y declarativo.

Como era de esperarse, de esos temores no escaparon las recientes y polarizadas elecciones de Chile, que se resolvió en un balotaje entre el izquierdista Boric y el ultraderechista Kast. Una vez triunfante Boric, desde su primer discurso marcó distancia con Maduro. El siguiente paso fue nombrar como canciller a Antonia Urrejola quien desde la presidencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA hizo fuertes críticas a los gobiernos de Nicaragua y Venezuela.

Muy recientemente Boric ha fijado posición mucho más clara, lo que da razones para pensar en una izquierda regional verdaderamente democrática. Criticó el brutal retroceso en las condiciones democráticas y socio-económicas de Venezuela. En lo que pareciera una clara referencia a la dupla de Andrés Manuel López Obrado-Fernández, expresó la necesidad de enfrentar más abiertamente el alegato permanente que hacen ciertas izquierdas a la autodeterminación de los pueblos para terminar justificando conductas que inapropiadas, como limitaciones a libertad de expresión y de reunión, dicho en otras palabras,  el despotismo.

En esa misma dirección declararon recientemente el tambaleante presidente peruano Pedro Castillo y el candidato izquierdista colombiano Gustavo Petro. Éstas últimas solo sabremos si son sinceras u oportunistas, en caso de que accediera al poder, dada la complejidad y polaridad de  la política colombiana, tradicionalmente inclinada hacia la derecha.

Queda también la duda de cuál será la conducta de Lula en caso de ganar las elecciones en Brasil dado que ya no queda nada por exprimir en Venezuela y seguir vendiendo a Odebrecht  le daría muy mala prensa.

El que si no da señales de anotarse en esta línea de izquierda democrática es el presidente Fernández de Argentina, quien fue a rendirse a los pies de Putin, justo en el momento en que éste pone en peligro la paz mundial y amenaza con enviar tropas a países vecinos. Otro tanto hizo con la China de Xi Jinping. Lo que adicionalmente es una riesgosa e incomprensible  apuesta del gran deudor del FMI.

En fin, ante esa nueva ola de izquierdismos latinoamericanos tendremos que saber discernir el grano de la paja si aspiramos a una solidaridad efectiva con nuestra menguada lucha libertaria. No estaría mal tampoco recordar de cuando en vez que no somos el ombligo del mundo.

 


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