Después de que Argentina ganó la Copa del Mundo, Hernán Casciari escribió “La valija de Lionel”. Más allá de la empatía suscitada por el texto y de la justificada reacción del crack, al hablar de las raíces argentinas de Messi en la Barcelona de principios de siglo, su descripción de la emigración a España es incompleta, o, cuanto menos, parcial. Lo digo por vivir allá desde 1976.

Su enfoque comienza en el acento. Para Casciari hay dos tipos de inmigrantes: quienes guardan la valija en el ropero y dicen vale, tío u hostia, y quienes no lo hacen y mantienen sus costumbres, como el mate y el yeísmo (yuvia, caye). La cuestión es más complicada, al ser solo dos conductas extremas y minoritarias.

Al excluir a la mayoría de los argentinos llegados a España en los últimos 50 años, su tipología es marginal y relega a una amplia franja intermedia, llena de modulaciones, no solo al hablar, pronunciar y elegir las palabras, sino también en cómo comportarse ante la sociedad de origen y la de acogida.

De un lado, están los que buscan integrarse rápidamente, aun a costa de meter la c hasta en la sopa (clace por clase), del otro, los que defienden a ultranza sus señas identitarias, incluyendo el seseo (comienso por comienzo). Estos convierten el acento y los modismos en una coraza protectora ante un entorno hostil. En definitiva, el tradicional enfrentamiento entre ceceo y seseo, o más aún, entre integración y asimilación.

¿Es más importante comunicarse o mantener las señas de identidad? ¿Puede un docente, diariamente enfrentado a sus alumnos, no guardar la valija? ¿Es lo mismo un inmigrante económico (como los de 2001 o los de últimos meses) y un exiliado político (como quienes buscaron refugio en España a partir de 1976)? ¿Qué hacemos con las palabras, como batacazo, con significados contrarios a uno y otro lado del charco? ¿Las dejamos dentro o fuera?

El acento solo es relevante allí donde se comparte el mismo idioma y el bilingüismo es más complicado. Un inmigrante hispanohablante no afronta los mismos problemas en Francia o Reino Unido, donde es más fácil resguardar la lengua materna de la contaminación ambiental. Frente a valise o suitcase, la valija seguirá siendo la valija sin confusión alguna.

También está la experiencia personal e intransferible del inmigrante y los condicionantes de su salida. El concepto de sociedad de acogida importa, ya que la decisión de irse, seguir fuera o retornar es voluntaria. Nadie te obliga a emigrar, ni adónde, y si lo hacés es porque esperás mejorar tus condiciones de vida.

Pero, una vez allí, el tiempo va amoldando tu existencia a partir de los amigos que incorporás, de la familia que establecés o de los hijos que van a la escuela.

Es impresionante cómo cambió la tecnología y cómo ésta marca la relación entre el inmigrante y sus orígenes. Internet, Skype y Whatsapp facilitaron el intercambio fluido de noticias y afectos y hoy se puede seguir en tiempo real lo que ocurre en cualquier lugar del planeta, incluyendo el terruño.

Empecinarse en las esencias identitarias lleva a hablar en términos bélicos. Casciari dice: “Nos costaba mucho seguir diciendo gambeta en vez de regate, pero al mismo tiempo sabíamos que era nuestra trinchera final. Y Messi fue nuestro líder en esa batalla”. Posiblemente, la victoria mundialista lo llevó a magnificar temas que de otro modo no se hubiera planteado. Aun así, el empeño en diferenciar a ellos de nosotros, cecear y sesear, carece de sentido.

Mate y termo han devenido señas de argentinidad. El peligro de seguir esos derroteros es el nacionalismo ñoño y la cursilería, como llamar a Messi “hombre sencillo”. Quien viaja en avión privado y usa valijas Louis Vuitton o similares no es precisamente sencillo. Puede ser buen hombre, pero no sencillo.

Casciari abusa del tamiz uniformizante y conjuga su mundo en blanco y negro. Por eso todos los inmigrantes (volvieran o se quedaran) disfrutaron viendo a Messi trayendo “a casa… la Copa del Mundo en su valija sin guardar”. Él hizo posible “esta historia épica”, algo imposible si a sus 15 años “hubiera escondido su valija”. Pero, “nunca equivocó su acento ni olvidó su lugar en el mundo”.

¿Y si Messi hubiera guardado su valija? ¿No sería el genial jugador que es? Pese a sus virtudes innatas, “la Pulga” se formó en la Masía, la fábrica de futbolistas del Barça. El problema no está en no haber sucumbido al “vale” sino en haberse decidido a no jugar con la selección española y sí con Argentina.

Los riesgos de emigrar son muchos. Uno sabe que se va, pero no si volverá o cuándo y de qué manera. Están los que se integran más o se asimilan, los que menos y los que, sencillamente, no lo hacen, algo que nadie sabe cómo será por más empeño que ponga en dejar la valija dentro o fuera.

Muchos exiliados españoles murieron esperando el deceso de Franco y repitiendo permanentemente el mantra de “el año que viene en Jerusalén”.

La identidad no es excluyente, tiene infinitas gradaciones. No es obligatorio elegir entre ser español o argentino. Uno puede ser español y argentino al mismo tiempo, incorporando vivencias positivas de proveniencias diversas.

El mestizaje identitario es la mejor cura contra la xenofobia. En los días que nos ha tocado vivir no es cosa menor. Por eso, dejemos de lado los acentos y despreocupémonos del dónde hayamos dejado la valija/maleta al comienzo de nuestro largo y azaroso viaje.

Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina


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