Las autoridades de la república rusa de Chechenia comparan con terroristas a las personas con coronavirus, por lo que la gente comenzó a ocultar la enfermedad y a morir en sus casas. La periodista Elena Milashina lo denunció en un artículo el 12 de abril y un día después el presidente Ramazan Kadyrov la amenazó de muerte a través de Instagram.

En el video, Kadyrov, como los dictadores de siempre, acusaba al medio independiente Novaya Gazeta y a sus reporteros de ser “marionetas de Occidente”, y pedía a la Presidencia rusa que parara “a esos seres no humanos que escriben y provocan al pueblo”. De no hacerlo, advertía, alguien de Chechenia tendría que cometer un delito para silenciar a la periodista.

Moscú restó importancia a tales amenazas, pero ordenó que se retirara el artículo de la web de Novaya Gazeta. Aunque ahora está de nuevo online, el texto aparece censurado, en una demostración de que Elena Milashina ahora está en grave peligro. Amnistía Internacional emprendió una campaña, con la recolección de firmas en todo el mundo, para exigirle al presidente de Rusia, Vladimir Putin, que garantice con urgencia la vida de la comunicadora y que ponga orden en Chechenia. Sin embargo, el negro historial en materia de derechos humanos en esa nación, que incluye asesinatos de periodistas ordenados desde el poder, permite sin embargo abrigar dudas y sobre todo mucho temor.

En su artículo “Morir de coronavirus es un mal menor” (12/4/20), la periodista de investigación Elena Milashina, redactora de proyectos especiales de Novaya Gazeta, escribió: “Ninguna de las personas a las que entrevistamos ha sido sometida a prueba para detectar el covid-19. Además, personas sometidas a cuarentena o ‘autoaislamiento’ forzoso dijeron que en modo alguno informarían por voluntad propia a las autoridades de fiebre, tos u otros síntomas. La razón es simple: Kadyrov ha equiparado públicamente con terroristas a las personas infectadas con covid-19 y ha pedido que se tomen medidas adecuadas contra ellas”. Y por eso concluye: “La población chechena prefiere optar por el mal menor: la muerte por coronavirus”.

Milashina, que desnudó la precariedad de los hospitales chechenos –donde aún en el reducido número de centros asistenciales remodelados de Grozni, la capital chechena, “el personal médico cose sus propias mascarillas y batas”– enfureció aún más al dictador al escribir que mientras la población intenta salir adelante con la ayuda humanitaria de la Fundación Kadyrov, “Ramazan Kadyrov celebra fiestas con barbacoa fuera de su residencia”.

Con la misma falsa moral de los fiesteros de Los Naranjos en la Gran Caracas, “mientras se prohíbe a la gente salir de sus casas y poblaciones, Kadyrov circula en automóvil por las calles desiertas de Grozni”. “Se detiene a hablar con los policías que atrapan a infractores ocasionales –señala la periodista– y disfruta reprendiendo largo y tendido a quienes osan incumplir las normas de la cuarentena”.

Kadyrov entró en controversia con el primer ministro ruso, Mijaíl Mishuntin, que criticó a las autoridades chechenas por el cierre injustificadamente riguroso de las fronteras de esta república. De inmediato las autoridades de salud chechenas comenzaron a hablar de la “estabilización de la situación”, pero muy pronto “la inexorable realidad hizo desvanecerse el mito de la estabilidad”, como ocurre con el manejo dudoso de la situación de la pandemia por el régimen venezolano.

Como indica la denuncia de la periodista Milashina, el personal médico checheno no estaba listo para prestar atención a pacientes con covid-19, pues “el suministro de mascarillas y trajes de protección a los hospitales, por no hablar de ventiladores y equipos de tomografía computarizada, deja mucho que desear”.

También deja mucho que desear el manejo de la crisis del coronavirus por Kadyrov, que ha hecho caer asimismo la popularidad del presidente ruso Vladimir Putin, enredado por otra parte en una criticada reforma de las pensiones. Pero la mala noticia para los enfermos de covid-19, los periodistas y los defensores de derechos humanos es que Putin apoya al dictador checheno, su aliado en el propósito de atornillarse en el poder.

Los rusos aprobaron el miércoles pasado una reforma constitucional de Putin, que servirá para perpetuar su control sobre Rusia hasta 2036. En realidad no había dudas sobre el resultado del referéndum: el Legislativo había aprobado las reformas a comienzos de año y la nueva Constitución ya estaba en venta en las librerías. La oposición no hizo campaña por el confinamiento, pero sobre todo por el carácter fraudulento de la consulta, cuyo único objetivo era garantizar al ex oscuro agente de la KGB una presidencia de por vida, como la que quieren sus socios en Venezuela con su propio CNE.

Mientras tanto, activistas de derechos humanos y periodistas como Elena Milashina continúan su trabajo en Rusia “con un peligro real para sus vidas”, advierte Amnistía Internacional. La periodista Anna Politkovskaya  asesinada cerca de su apartamento en Moscú en 2006, era muy crítica de Kadyrov y Putin. Nunca se supo quiénes fueron los autores intelectuales del crimen, aunque dos hombres fueron condenados por el caso. Por eso la valentía se llama Elena.


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