Cientos, miles, millones de veces se habrá dicho que los padres se han de esmerar en dar a los hijos lo que los primeros no tuvieron. Que esto sea cierto o lo contrario pudiera ser considerado importante por algunos para determinar si un padre ha sido bueno o no; no faltará sobre este aspecto gran cantidad de consideraciones en cuanto a que tal afirmación no debe entenderse en cuanto a una dimensión material sino respecto de la educación y preparación para la vida que debe dejarse a los hijos, por lo que muchos padres procurarán la mejor educación que puedan ofrecer a sus hijos, lo que sin lugar a dudas apareja la ingente dedicación de recursos materiales.

Si bien la educación que puede darse a los hijos es de importancia, no es tampoco garantía de que ello en definitiva los haga personas y ciudadanos de bien, por lo que mal podríamos dócil y calladamente aceptar ello como absoluto y afirmar que sea la educación lo imprescindible, igual opinión hemos de tener sobre cualquier legado material, ya que bastan los ejemplos en la historia de la inmediata dilapidación propia de la prodigalidad.

No existe duda alguna que el año 2020 ha sido, y aún es, uno de los más complejos y difíciles de nuestra historia reciente, no solo de la humanidad y en todo el orbe, sino también en específicas regiones; y que decir de los países con grave deterioro de sus instituciones democráticas, en la que el abuso, la maldad, el cinismo, la miseria, el resentimiento, el expolio, la rapiña, la mentira, el engaño, el daño, el terror, la muerte y muchas otras perversiones son el día a día. Nos es suficiente a los miembros de estas sociedades no solo ver cualquier noticia para verificarlo, sino que basta simplemente asomarnos por nuestras ventanas, o más triste aún, únicamente cerrar los ojos y recordar el contexto nacional hace un año, o cinco,  o veinte, pero ¿qué tiene que ver la situación de gran adversidad que atravesamos con el Día del Padre? ¿Con ser un buen padre o procurar serlo?

Jamás dejarán de sorprendernos los clásicos en su gran capacidad de descubrir y transmitir conceptos y que a pesar de contar con las actuales definiciones en nuestros idiomas modernos, son insuficientes para captar la total extensión de los significados tan elaborados como lo es entre otros el de la areté que indudablemente transciende la más elevada idea que podemos tener sobre la virtud, solo por referirnos a uno de ellos.

De vuelta a la idea de ser un buen padre y lo clásico, no obstante la gran cantidad de obras que podríamos referir, vienen a mi mente las reflexiones de quien ha sido considerado el más grande sabio de la humanidad, Sócrates, quien de la pluma de Platón en uno de sus primeros y no tan promovido diálogo, “Laques”, toma como referencia el genuino interés de sus interlocutores  en cuanto saber cuál será la mejor manera de instruir y educar a los hijos, resultando como es propio de esa clase de diálogos la importancia de la “andreía”, es decir, la “valentía”, el “valor”, como aspecto esencial en la formación de los hijos.

Más allá de las múltiples apreciaciones de tan interesante diálogo sobre la valentía, destaca si puede considerarse valiente aquel general en una situación de batallas en condición de superioridad o, por el contrario, si el verdadero valiente sería aquel que no obstante saberse en condición de minusvalía permanece en la contienda, o si también puede considerarse valiente quien se retira ante una inminente derrota, todo ello dentro de tantas otras profundas meditaciones propias de los diálogos platónicos.

Sin duda que la tarea de la paternidad en sus distintas etapas lleva implícita situaciones que reclaman valor, que demandan valentía, esa “andreía” propiamente dicha que trasciende instituciones sociales que preferimos dejar aparte para este ejercicio y que en la más estricta intimidad del padre tendrá que enfrentar, sea sabiéndose en condiciones de superioridad frente a la adversidad, en minusvalía o incluso huyendo de la batalla puntual pero sin renunciar a la aspiración final. Para cada situación, cada paternidad es particular, desde quien se desempeña en una misión en el extranjero dejando a los hijos en su país de origen y únicamente compartiendo pocas veces al año, o quien pueda transmitir su condición de nacional de un Estado a su hijo para procurarle mejor calidad de vida, o quien por mantener apariencias está compelido a compartir habitación y hasta el lecho con quien no siente conexión alguna y no ha decidido abandonar tan penoso claustro, en todos ellos existe un gran componente de valor, según las circunstancias.

Atravesamos sin duda tiempos muy difíciles, pudiera decirse que los más duros de los que va del siglo XXI, tanto globalmente como en cada uno de nuestros países, y qué decir de la complejidad del caso venezolano, en la que no solo nos toca enfrentarnos a los retos que supone una pandemia, sino que además debamos hacerlo en un Estado absolutamente fallido en el que los más básicos servicios simplemente no existen y la opacidad del régimen, como en otros aspectos, es la norma. Aun así debemos enfrentar el ejercicio de la paternidad y más en el caso de hijos pequeños, no existe posibilidad alguna de flaquear, de siquiera imaginar que existen formas de eludir ese llamado para ser valientes, para extraer todo el valor de nuestro entorno y transmitirlo a nuestros hijos como la mejor enseñanza que podamos darles de cómo sobrellevar la adversidad con entereza y convertirla en fortalezas, no la de nosotros, sino de ellos, de nuestro hijos, quienes en un futuro no muy lejano nos juzgarán no solo si atendimos al llamado de esa “andreía” que en contadas veces la vida nos la exige, sino de la templanza y la justicia que conforman la virtud.

¿En quién está juzgar si alguien ha sido un buen padre y cuándo se profiere dicho juzgamiento? Tengo mi opinión personal, pero en conversaciones con múltiples personas en vísperas de estas líneas, a pesar de específicas divergencias, coincidimos que no son otros que los propios hijos los únicos legitimados para sentenciar quién ha sido un buen padre, juicio de valor que solo podría proferirse luego de que la encomiable labor haya concluido, especialmente cuando se atraviesan aciagos momentos y son los valores inculcados los que nos dan fuerza para enfrentar y superar las dificultades.

Venezuela, Día del Padre del año 2020, tiempos de despotismo, crisis y pandemia; papá, me corresponde proferir mi sentencia definitiva: cumpliste tu misión, fuiste un valiente y buen padre.

Hijo, probablemente no comprenderás muchas cosas que ocurran o que yo como tu padre haga, algunas incluso las adversarás, ya llegará el momento de juzgar y te propongo un día para hacerlo, el 20 de junio de 2066, mientras tanto, más allá de unas medias o una corbata, el mejor regalo que podrás darme, incluso cuando yo no esté, es ser siempre tú, íntegro, auténtico y valiente, simplemente ser un hombre de bien.

A todos los padres en su día y que la providencia los bendiga con la valentía necesaria para ejecutar la loable labor de aportar al mundo ciudadanos de bien, en particular venezolanos valientes y justos.


Extracto del ensayo del mismo nombre publicado por el autor en http://www.chinohung.com.ve/2020/06/la-valentia-de-ser-papa.html


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