Hace apenas un mes la Organización Mundial de la Salud informaba al mundo de la existencia de 48 proyectos de vacuna contra el COVID que en ese momento ya se encontraban efectuando ensayos clínicos en humanos. Hemos estado observando, desde nuestra posición de ignorantes supinos en la materia, una carrera sin freno hacia la consecución de una solución a un virus que ha conseguido doblegar al mundo y lo ha sometido a penurias inimaginables. Pero una cosa es el camino que transita la ciencia y una muy diferente la que tiene que ver con la política o con la diplomacia.   En el terreno de la ciencia, las prisas no tienen cabida y, aun así, ya hemos comenzado en el planeta la etapa de vacunación sin que se haya dado respuesta a muchas preguntas.

En lo que atañe a la política, la batalla entre Estados Unidos, Rusia y China por una primacía también en este campo vital, impacta y confunde al ciudadano a través de la prensa que reseña los hechos. Es que el factor comunicacional ligado a lo político está allí para complicar el tema. La opinión de algunos expertos en los asuntos chinos es que la narrativa para el público sobre las vacunas forma parte, en China, de un tema de “patriotismo”. Para los chinos, para Xi Jinping, como su líder, y para el Partido Comunista, la reputación de su país es lo más relevante, cuando se trata de disponer de la vacuna antes que ningún otro país.

Lo cierto es que no solo lo que se transmite desde Pekín es su control absoluto de la pandemia, lo que pudiera ser cierto. Además, China se hace loas de haberse adelantado a cualquier otro, pues allí ya se han vacunado, para esta hora, más de 1 millón de ciudadanos. O sea que celeridad es sinónimo de eficiencia.

Una propaganda bien orquestada desde el gobierno ha traído como consecuencia que en China el ciudadano de la calle tiene –o parece tener– una confianza mayor que en el resto del mundo en su propia vacuna: más de 80% se siente cómodo con estar de primeros en la fila. Ello debe ser destacado porque las vacunas chinas no han sido probadas como si lo han sido las de Pfizer, en tres distintas etapas y niveles, en Reino Unido, Estados Unidos y Canadá.

Para el jefe del Estado chino las vacunas son, por otra parte, un instrumento de validación de su política filantrópica o de cooperación, si se quiere, con el mundo menos desarrollado. Se ha hecho allí un esfuerzo considerable por poner su fórmula a disposición de estos países de manera gratuita o a precios muy accesibles. Para las naciones beneficiarias el bajo costo o la gratuidad cuenta por mucho, pues la vacuna china no requiere de inversiones en cámaras de frío para mantenerlas.

Daría entonces la impresión de que en China se está corriendo la arruga para más adelante cuando el mundo tenga suficientes elementos para saber, con seguridad, cuál de todas las vacunas provoca menores efectos colaterales. Y ello solo se sabrá en meses. Algunos de los que estudian el comportamiento político de la oficialidad china han afirmado que sus líderes apuntan a enmascarar, con la distribución temprana y masiva de su vacuna, los pecados que hubieran podido cometer al inicio de la pandemia, con un silencio muy bien orquestado sobre el origen del COVID.

“Rapidez versus seguridad” pareciera ser el axioma del Partido Comunista empeñado en apuntalar, por una vía algo forzada, la imagen de su líder y de su país.


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