“Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”, frase creada por el poeta Pablo Neruda (“Un canto para Bolívar”) y repetida hasta la saciedad en Venezuela, se puede usar perfectamente en la Alemania de Adolf Hitler cambiando lo cambiable con relación al emperador Federico I “Barbarroja” de Hohenstaufen (1122-1190). Porque responde a un recurso mitológico conocido como el “héroe durmiente”, en el cual el gran líder del pueblo no murió sino que está durmiendo hasta que su gente lo necesite. Para ello debe ser invocado y al “renacer” se une a los mejores (caballeros) y salva a la nación del peligro (Hermanos Grimm, 1818, Sagas germánicas). Los nazis realizaron su respectiva adaptación del mito y crearon un enemigo para Europa y la civilización occidental: el “judeo-bolchevismo”, cuya mayor expresión era la Unión Soviética. Por esta razón Hitler llamaría Barbarroja a los planes de invasión de Rusia. Operación militar donde tenía puestas todas sus esperanzas de victoria en la Segunda Guerra Mundial (SGM) y el inicio de la utopía de la Gran Alemania como primera potencia del mundo.

El mito de Federico Barbarroja a su vez es heredero de otras tradiciones germánicas y occidentales que alimentan la utopía nazi. Nos referimos al temor a las invasiones bárbaras de las estepas asiáticas (por lo general) que vienen a destruir la civilización romana y después europea. Bárbaros que van mutando desde los hunos, pasando por los musulmanes (árabes y turcos), mongoles, eslavos y en el siglo XIX y XX el judaísmo y el comunismo. Tal como explica el periodista italiano Curzio Malaparte (cuyo nombre real era Kurt Erich Suckert, 1898-1957), existía “un prejuicio burgués que veía la revolución bolchevique como un fenómeno típicamente asiático”. Rusia era vista como exótica, atrasada y fanática, premoderna y para nada occidental. Con el fin de superarlo tituló la recopilación de sus crónicas como corresponsal de guerra en el Frente Oriental: El Volga nace en Europa. Una manera de denunciar la manipulación propagandística del Tercer Reich al hablar de una cruzada de Europa contra Asia. La otra tradición es la referencia constante de Hitler a su “Reich de los mil años”, tiempo que había durado aproximadamente los imperios tanto de Roma como el sacro romano germánico. De este último se han identificado sus orígenes con Carlomagno (742-814) y su mayor expansión con Barbarroja. El pueblo alemán visto como padre y protector de Europa al crear un imperio.

La visión mítica es fundamental en los fascismos, es la llamada sacralización de la política que explica el historiador Emilio Gentile en buena parte de su obra y en especial en: El culto de Littorio: la sacralización de la política en la Italia Fascista (1993/2007). Hecho que nace como reacción al proceso secularizador y al debilitamiento de las religiones tradicionales, desplazando lo sagrado y ritual al ámbito de la política de masas, siendo el nacionalismo su mejor ejemplo. El autor advierte cómo de manera temprana, intelectuales que conocieron de cerca el bolchevismo lo identificaron con el islam (Bertrand Russell). Son “religiones políticas (el nazismo, el fascismo, el comunismo) que intensificaron el aura sacra que siempre rodeó el poder, arrogándose la función, propia de la religión, de definir el significado y el fin último de la existencia.” Construyen una utopía a la cual deben sacrificarse sus seguidores, estableciendo una era de salvación donde nacerá un orden y hombre nuevo. Esta mentalidad terminaría convenciendo a Hitler y al nazismo, e incluso buena parte de la sociedad y el Estado alemán, que la invasión de la URSS era la gran cruzada que cambiaría la historia.

La conquista del Este es desde muy temprano una obsesión para Hitler y así lo establece en su autobiografía y panfleto “doctrinario” titulado: Mi lucha (1925). Era el centro de su concepción ideológica (racista), internacional, económica e incluso militar. En ella los “arios” (alemanes étnicos) encontrarían recursos para desarrollar su industria y elevar su nivel de vida. Poblada por los eslavos, considerados  «untermenschen» (infrahumanos) por los nazis, les permitía tener suficiente mano de obra para ser explotada-esclavizada y así construir una fortaleza que ni el Reino Unido y ni siquiera los Estados Unidos iban a poder vencer. George Orwell lo explica en la reseña (21 de marzo de 1940, “Mi lucha, Adolf Hilter”) publicada en el New English Weekly al referirse a sus “objetivos y opiniones”: “Es la visión fija de un monomaníaco y no es probable que sea afectada por las maniobras transitorias de la política del poder como el pacto ruso-germano (…). El plan expuesto en Mein Kampf era aplastar primero a Rusia (…).” Y agrega lo que cree es la utopía de hacerse realidad:

Lo que él vislumbra, dentro de cien años, es un Estado sin discontinuidades, de 250 millones de alemanes, con abundante “espacio vital” (es decir, hasta Afganistán o sus alrededores), un horrible imperio descerebrado donde, esencialmente, nada ocurre, excepto el adiestramiento de jóvenes para la guerra y la incesante crianza de carne de cañón fresca.

Al final, la decisión sobre la “Operación Barbarroja”, tal como afirman buena parte de los historiadores especializados, no estaba sustentada solo en creencias y mentalidades aunque ellas inspiran y legitiman la meta. Se pasó por una larga planificación de casi ocho meses en la cual el Alto Mando Alemán estudiaría su factibilidad y consecuencias. A esos aspectos dedicaremos nuestro próximo artículo. Para comprender todas las variables que fueron estudiadas (y en general el Frente Ruso) hay una amplísima bibliografía e incluso un largo desarrollo historiográfico que sigue produciendo todos los años nuevas investigaciones. Poco a poco iremos citando los que consultamos, pero por ahora les dejamos estos títulos: una obra que recopila buena parte de los hallazgos recientes en los archivos rusos abiertos al acceso de los investigadores desde los noventa: Xosé M. Núñez Seixa, 2007/2018, El frente del Este. Historia y memoria de la guerra germano soviética (1941-1945). Y lo más reciente de este año 2021: Laurence Rees, Hitler and Stalin. The tyrants and the Second World War; Sean McMeekin, Stalin’s War: A New History of the Second World War y Jonathan Dimbleby, Barbarossa. How Hitler lost the war.

 


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