La universidad como concepto y concreción de la educación, la sabiduría y los valores humanos asume en los actuales momentos amplios retos. Lo cierto del caso es que su papel debe ser resituado, partiendo de que el nexo que tradicionalmente vincula al humanismo con la Universidad pareciera haberse debilitado. Sobran las argumentaciones que claman un retorno a su fuente originaria, partiendo de que la universidad es esencialmente universidad humanista.

Tendríamos así que todo proyecto actualmente debería intentar señalar, descubrir y promover los vínculos del humanismo con el quehacer sustantivo de la universidad. Un humanismo que trae sobre sus espaldas más de mil años de historia y tradición en Europa. Un humanismo que la universidad trae en sus entrañas. Un humanismo que la dignifica y la justifica como valor universal.

Ciertamente una universidad que pretenda desentenderse del humanismo es una universidad que aspira a su aniquilación o suicidio como universidad, como semillero y como valor académico. Requerimos retomar algunos temas y debates. Entre ellos el humanismo que le compete a la universidad venezolana promover e incrementar dentro de su espacio propio. No se trata de cualquier corriente humanista, sino de aquella que busca que el hombre se forme como ser humano y propicie la realización de los demás seres humanos.

No perdamos de vista que cuando de humanismo se habla, como tarea primordial de la universidad, no nos referimos a la creación de una cátedra sobre el humanismo ni tampoco a la existencia de la facultad de ciencias sociales y humanidades (que si bien es cierto sabemos de su importancia y trascendencia en la tradición de la universidad, no por ello el humanismo se circunscribe a ella), sino y principalmente  a la función que debe desempeñar la universidad de formar al hombre íntegro y cabal en todas y cada una de sus disciplinas (facultades). En este sentido, la universidad es esencialmente humanista.

La universidad lo hemos señalado oportunamente, como comunidad académica que investiga y busca la verdad, cobra sentido cuando su labor que realiza la hace con auténtico espíritu humanista y libertario. El humanismo es consustancial a la universidad. Si en la universidad tendemos a conocer objetivamente al hombre en su integridad, las humanidades resultan imprescindibles e inaplazables. Al hablar de humanismo implicamos, naturalmente, la búsqueda, establecimiento y exaltación de los más altos valores de la cultura.

El humanismo como ideal de la universidad nos induce a reflexionar sobre su conceptualización y afirmación en la búsqueda de la conformación de su identidad. La tarea de la universidad no puede circunscribirse nada más a la formación técnico-profesional de sus estudiantes, por más que ésta sea la demanda principal de la sociedad, sino que su misión, además de la formación técnico-profesional, ha de ser esencialmente humanista.

Es decir, se trata de formar al hombre íntegramente como ser humano. La universidad es así una comunidad académica en la que el hombre aprende a pensar y a vivir, donde el pensamiento se vuelve crítico y nos permite decidir consciente, libre y cabalmente. Es el lugar donde se forma al hombre auténtico. Tenemos demasiado por hacer no sólo en el seno de nuestras universidades, sino en toda la sociedad venezolana que reclama desde hace algún tiempo espacios más idóneos para la reflexión, educación, formación y vida.

Venezuela sin equívocos atraviesa una etapa compleja con muchas situaciones inéditas en lo político, lo social, lo económico, lo cultural. Ahora bien, plantear la mejora material, espiritual y demás y por ende hablar de progreso y de modelos sustentables, tanto de la sociedad como de sus ciudadanos inmersos en un proceso de globalización, demanda explícitamente asumir el rol y los retos que tiene la educación superior en un país como Venezuela. De tal manera que paralelamente a la tenencia de importantes recursos naturales y estratégicos (petróleo, minerales, gas y otros), la vía más idónea para construir capital social y valor agregado, radica en contar con una educación superior de calidad consustanciada con unas demandas y exigencias de la globalización y propias de nuestro país y los venezolanos.

Por tanto, la educación superior que postulamos debe seguir teniendo en cuenta aspectos como la igualdad de acceso, igualdad de oportunidades, cambios profundos en las relaciones y la matriz alumno-profesor, universidad y entorno, lo público y privado, educación permanente, diversificada, polivalente, el fomento de la cultura, ciencia y tecnología dentro de un sólido proyecto educativo nacional (que no tiene nada que ver con ciertos proyectos de Ley de Educación Superior redactados en estos años), estrecha relación y proporcionalidad entre los avances científicos y pedagógicos y la práctica educativa, la transformación de los contenidos educativos del currículo en función del saber y el hacer, y de las exigencias de un país que debe reducir sus gatos y porcentajes del producto interno bruto (PIB) destinados a la compra de armas y aumentarlo en educación superior, cultura, ciencia y tecnología para producir capacitación adecuada y de altísima calidad entre otros.

Asumir a la educación superior en esta época de pandemias como el factor determinante y clave de progreso en Venezuela, implica evaluar lo que hemos hecho de bueno y malo, corregir las posibles fallas que pudiésemos albergar, evaluar y maximizar la inversión y recursos financieros, técnicos y humanos, valorando la capacidad instalada que tienen nuestras universidades, bibliotecas, laboratorios, doctores, investigadores, y las propias experiencias positivas que tenemos en los distintos niveles educativos.

La educación superior se ha sido el eslabón o elemento clave de transformación en todas las sociedades que hoy lucen desarrolladas. Es por ello que cuando más precarias son las sociedades mayores inversiones se hacen en educación superior, y por ende se eleva la formación de capital humano. Asimismo, la educación en la actual sociedad globalizada y del conocimiento, funge como el elemento y medio más indicado para reducir la desigualdad, y por consiguiente, una posibilidad real para la mejora substancial de los estándares de vida de nuestra población visto así la educación como la seguridad o la salud no deben ideologizarse porque se desnaturalizan.

La experiencia europea deja claro que difícilmente se puede alcanzar el desarrollo, el progreso social y económico, sino se asume a la educación, la ciencia y la tecnología como la piedra angular y de mayor relevancia en la sociedad actual altamente globalizada y competitiva y hoy afectada por pandemias y otros virus y flagelos. La única revolución que Venezuela puede impulsar y ser viable en el tiempo es justamente la del conocimiento, la del aprendizaje creador, y aquella que valora el papel del docente y naturalmente de la universidad como semillero, espacio, y medio de dotación de conocimiento y de modelaje de una sociedad precaria en una sociedad altamente formada, preparada, competitiva con sapiencia, experticia y valores humanos. Nos corresponde a los universitarios iniciar un año rudo… literalmente de nosotros depende que nuestras escuelas, facultades y casas de estudios no cierren, no contamos con salarios ni presupuesto, en ese sentido el esfuerzo será titánico para mantener volando al avión.

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