En la primera edición de mi libro El hombre y sus inquietudes dediqué un capítulo, con esta denominación: “Dos importantes instituciones educativas venezolanas”. Ellas son la Universidad Central de Venezuela y el Instituto Pedagógico de Caracas. Igualmente  se repite en la segunda edición (capítulo XX) que ya está preparada,  con mayor  amplitud y mejor documentación.

Ante la imposibilidad de incluir ambas instituciones en un  artículo de prensa, en el presente resumidamente, nos ocuparemos  de la primera. Esta fue la primera universidad que existió en Caracas, aunque no con ese nombre. Su simiente la tuvo en el viejo Seminario Santa  Rosa  de Lima, primer instituto de enseñanza superior que existió en Venezuela, fundado por el obispo peruano don Fray Antonio González de Acuña, en 1673 e inaugurado en 1696. Estaba  ubicado entre las esquinas, hoy denominadas, Monjas y Las Gradillas, donde actualmente está el Palacio Municipal de Caracas. Luego de casi medio siglo de funcionamiento el mencionado seminario, a causa de su     desnivel económico que le limitaba su positiva labor pedagógica, se transformó en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, a solicitud del propio seminario, del Cabildo de Caracas y del clero.

La real cédula de fundación de la Universidad de Caracas fue firmada por el rey Felipe V el 22 de diciembre  de 1721. Luego, para que la universidad adquiriera el carácter de pontificia y los títulos de sus egresados tuvieran validez canónica, se requería solicitar ante la Santa Sede una bula papal. Esta “Breve de Erección Apostólica” fue expedida por el papa Inocencio XIII el 18 de diciembre de 1722 y tuvo, como primer rector al doctor Francisco Martínez de Porras,  designado por el obispo de Caracas.

Al cabo de un siglo, tras el cumplimiento de excelente labor, igual que le  había ocurrido al viejo seminario, se le fueron  presentando circunstancias adversas que le limitaban poderosamente su acción. Esa pérdida de fuelle encendió las alarmas. Pero no debía cerrarse, al contrario, imperativo era tomar las mejores decisiones para salvarlo a como diera lugar. Es el momento, muy oportuno por cierto, cuando se hace presente la edificante tarea de dos eminentes venezolanos: Simón Bolívar y el doctor José María Vargas. Al respecto, acodaron la gran solución ajustada a derecho que le dio nueva vida; gracias a la promulgación de la Ley de Estudios, en 1826, se le puso fin a la vieja denominación de Real y Pontificia  y tomó el  actual y significativo nombre de Universidad Central de Venezuela, bellos vocablos que  nos es tan grato pronunciarlos  y escucharlos.

El 24 de junio de 1827 son promulgados los estatutos republicanos y ocurre algo que aún hoy sigue teniendo trascendental importancia. En ellos, a proposición de Bolívar, se consagra el principio de  autonomía universitaria, requisito indispensable para el cumplimiento de sus altos fines académicos.

El doctor Vargas había regresado de Europa con alta preparación científica y la puso al servicio de la universidad. Bolívar modificó la constitución universitaria y en ella estableció que los médicos podían optar a ser elegidos rectores de la universidad. Así el doctor Vargas llegó a ocupar tan elevado sitial.

Ya apuntamos que la primera sede de la universidad fue el Seminario Santa Rosa de Lima y, luego, en 1857 fue trasladada al edificio que antes había ocupado el Convento de San Francisco, hoy Palacio de las Academias. Para poner fin a ese deambular, el presidente de la República general Isaías Medina Angarita, con ese propósito adquirió en octubre de 1943 la propiedad de la hacienda Ibarra, situada al sur del Parque Los Caobos y decretó la construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas. Con ello se dio comienzo al admirable conjunto arquitectónico donde se integran las artes, ideado, diseñado y realizado por el gran arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva, que fue  inaugurado el 2 de diciembre de 1953. Desde entonces la UCV dispone de casa propia.

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