Una de las claves de la vida es poder elegir: elegir pareja, elegir qué estudiar, adónde ir, cómo divertirse, cómo vestirse, qué equipo deportivo seguir, qué religión creer. En una palabra, elegir cada uno qué hacer con su vida. Uno nunca puede renunciar y dejar que sean otros los que elijan por uno.

El poder elegir es entonces un derecho humano al que no se puede renunciar nunca. Es lo que nos hace crecer como personas y superarnos en la vida.

Si el poder elegir es un derecho humano, no es entonces sólo un derecho exclusivamente de alguien, o un derecho individual, porque de hecho nadie existe solo. El ser humano siempre necesita de los demás. ¿Qué pasa cuando juntamos a muchas personas en una comunidad o en un país? Pues que tenemos que asegurarnos no sólo que ese derecho no se pierda, sino que además sea un derecho para todos.

Esa ha sido una pregunta que ha inquietado al ser humano durante siglos: ¿Cómo podemos vivir juntos personas que somos por naturaleza diferente, asegurando que nadie pierda sus derechos individuales? Dado que nadie puede subsistir solo y siempre necesitamos a los demás, ¿cómo lograr que formar grupos sociales no signifique una renuncia al poder elegir y a mi libertad individual? Pues la mejor respuesta que ha logrado diseñar la humanidad a esta pregunta se llama “Democracia”.

La democracia (que viene de las palabras “demos” que significa “gente” y “cratos” que significa “gobierno”, esto es, “gobierno de la gente”) no es sólo un sistema político o de organización social: es un estilo de vida y un derecho humano. ¿Por qué? Primero, porque en ella lo central siempre es la gente. Y segundo, porque implica tener siempre el poder y la posibilidad de elegir.  La democracia es la respuesta más inteligente que ha dado la historia al problema de cómo vivir juntos quienes somos distintos, de manera que todos podamos crecer y avanzar, sin perder cada uno su individualidad y sus derechos.

Así, la democracia es un producto del desarrollo de la humanidad, y se contrapone a otras formas primitivas y deficientes de organización social y política, basadas no en la construcción de consensos sino en la imposición y la fuerza, como las tiranías (sistemas donde el gobernante tiene un poder absoluto, no limitado por leyes, y se comporta de manera autoritaria y despótica), las oligarquías (sistemas de gobierno donde el poder está en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social y política privilegiada) y las dictaduras (sistemas donde el gobierno, por la fuerza o la violencia tiene el poder total, reprimiendo las libertades individuales).

La democracia es la única forma donde yo puedo incidir y elegir cómo quiero que sean las cosas en mi país, en qué tipo de país quiero vivir.

Pero además es la única forma donde mis derechos y las cosas que quiero no tengo que esperar a que a alguien se le ocurra o no satisfacerlas (lo que puede pasar o no), sino que yo tengo el poder de exigir y de lograr que pasen. Porque en democracia, a diferencia de otros sistemas donde el poderoso es el gobierno, quien tiene el poder es la gente.

En otros sistemas políticos distintos a la Democracia, la persona es siempre un ciudadano de segunda clase, alguien simplemente sin importancia. Como no puedes elegir ni decidir sobre la forma como se manejan las cosas, lo único que puedes hacer es esperar a que pasen, porque siempre es alguien distinto a ti quien decide.  A lo mejor tienes suerte y lo que esos otros decidan no te haga daño y hasta te convenga, pero ¿qué pasa cuando no te gusta lo que sucede a tu alrededor, tus demandas no son tomadas en cuenta o tus derechos y necesidades son violentadas? Pues no te queda otra opción que callar y aguantar. Solo en democracia tienes la opción de incidir en que las cosas pasen, y no sólo esperar a ver si ocurren o no.

Por eso se afirma que la democracia es una herramienta de liberación y fortalecimiento social frente a los poderosos, y un dique de contención a las pretensiones de dominación de los gobernantes. De hecho, la democracia irrumpe históricamente como respuesta frente a los absolutismos y despotismos.

Por eso, en democracia, por ejemplo, no se vota tanto por un candidato u otra persona. Al final, se vota es por uno mismo, para nunca perder el poder de influir y de decidir el tipo de vida que quiero, y no dejar que sean otros quienes decidan cómo va a ser mi vida.

Hace pocas semanas celebramos como país el derrocamiento de una dictadura militar y el advenimiento de la democracia en Venezuela. El 23 de enero de 1958 se iniciaba el lapso más grande en nuestra historia de gobiernos civiles, y ciertamente esa república civil democrática sigue siendo, incluso con sus fallas y errores, el periodo más luminoso y de mayor bienestar social que han disfrutado los venezolanos. También recordamos hace poco el aciago episodio de un intento de golpe militar contra esa república civil democrática. El 4 de febrero de 1992 un grupo de militares decidió que su voluntad valía más que la del país, y que a juro -esto es, a sangre y fuego-había que imponerla. Ambas fechas, a pesar de lo contradictorias, una de construcción y otra de ruina, una de júbilo y la otra de muerte, deben hacernos reflexionar sobre el derecho a vivir en democracia como un derecho humano inalienable, que además supone como condición esencial el poder elegir el gobierno que se desea.

Hoy, frente a la injustificablemente incierta coyuntura electoral que se nos avecina (incertidumbre que es una forma sutil y cruel de arrebatarle el derecho a la gente a decidir su futuro y traspasarle ese derecho a un grupito de privilegiados), es necesario volver a recordar y a insistir que la democracia y el derecho a elegir son la única forma como podemos construir un país viable, de todos y para todos.  Lo contrario es permitir que nuestras vidas sean decididas por otros de acuerdo con sus intereses. Y ello es lo más cercano a la esclavitud.

@angeloropeza182


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