Dedico este artículo, gracias a la deferencia que me permite El Nacional y en los 271 años del nacimiento de Francisco de Miranda, a mis hermanos prisioneros políticos, como el general Baduel por ejemplo, secuestrados por la tiranía castrocomunista, bajo la regencia del títere Nicolás y sus adláteres, siendo torturados bajo la mirada y mayor vergüenza histórica que puede tener una nación: un ex- ejercito, que una vez fue un Ejército Libertador.

¿Qué pensamientos pasarían por la mente de Francisco de Miranda, al llegar a La Guaira, Venezuela, aquella tarde del 30 de julio de 1812? ¿Por que se decidiría a pernoctar en tierra en casa adyacente al área portuaria? Cenaría para luego descansar, y partir al día siguiente. ¡Debía dejar fijada su posición como máximo jefe militar y político de la república capitulante! antes de emprender regreso al hogar que pocos años atrás había ubicado en su “casa tricolor” de la calle Grafton Way, número 58, en Londres. Le esperaban, junto a su compañera Sara Andrews, dos hijos que esta le había dado: Leandro y Francisco; únicos comprobadamente reconocidos hasta ahora por la historia.

Habiendo salvado la vida de la mayoría de sus oficiales, aunado a tropas y civiles, al capitular frente al indetenible avance de Monteverde hacia Caracas, capital de una tambaleante Primera República de Venezuela. Miranda se comprendía a sí mismo en su soledad, al recordarse de aquellos pocos años antes, cuando el 3 de agosto de 1806 al desembarcar para iniciar operaciones de liberación del pueblo, Coro le daba la espalda “al hereje”, sin comprender que más que la independencia de una monarquía española Miranda les ofrecía una lucha para liberar sus vidas, sus creencias, sus costumbres, de su nueva identidad como nación criolla; es decir, ¡su libertad!.

Gracias a su experimentada comprensión de la realidad de la guerra, su serena observación y ponderación de las condiciones objetivas de pérdida de la plaza de Puerto Cabello, con determinantes pertrechos en armas y pólvora; sumada a la situación de no contar con un ejército disciplinado de tropas curtidas en batallas, Miranda decidió, y bajo la autoridad que se le había conferido, que no era momento de defender lo indefendible en aquellas derrumbadas circunstancias.

Debía negociar, y pactar una capitulación bajo términos que significaran la recuperación de un orden que permitiera la supervivencia, y la preservación de bienes a los patriotas alzados al momento. Podrían así regresar a las haciendas, a preparar condiciones de venideras luchas, con apoyo desde otros territorios y alianzas internacionales, para una mejor conspiración y acción libertadora.

Desde entonces, Venezuela, como la América y Europa todas, ya nunca volverían a ser naciones de pactos de aquel anterior estilo europeo.  Sin bien aquella Europa del tiempo de Westfalia, Alemania, de más de un siglo y medio atrás (1648) había discutido y pactado aspectos de la regularización de relaciones, respeto a fronteras y religiones de cada una, para evitar más y mayores guerras sangrientas, la evolución de las realidades y redefiniciones geopolíticas del poder del mundo, después de una época prolífica en pensadores del “tiempo de las luces” le había imprimido a las mentes de los hombres de entonces la aceleración de la aspiración de otros valores de libertad, e igualdad ante nuevas leyes, que recreasen un distinto equilibrio internacional; lo que traería profundas consecuencias dentro al orden colonial y monárquico desde finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.

Aquella nación venezolana, tan vapuleada por las desgracias de los inicios de la inevitable guerra de liberación anticolonial, sufría el terrible sacudón del terremoto del 26 de marzo de 1812, que en Jueves Santo sirvió para acentuar las expresiones de condena a los patriotas, por parte de relevantes actores de la iglesia y del mantuanazgo promonárquico. Se magnificó pronto la prédica amiga de la restitución del rey, como acto de resignación de los pecadores, ante la blasfemia de negar a quien era enviado como rey regidor de la vida terrenal, según, por propia voluntad divina.

Más tarde comprendería el propio Simón Bolívar su fatídico error, hacia sus años finales, cuando ya no era el mismo que había apoyado la entrega de Miranda, en aquella oscura madrugada del 31 de julio de 1812, junto a traidores, cobardes e inmaduros; que se creyeron más patriotas que Miranda, el patriota mayor. Cual hijo de Dios,  más diría luego de sí mismo Bolívar, un Jesucristo, un Quijote o un Miranda, todos majaderos que se sacrificaron, y que fueron entregados en su momento por otros para salvarse, después de aquella, “la última cena de Miranda”, y desde entonces, nunca más pudo recobrar su libertad física; siendo de todos los tiempos Miranda el venezolano más libertario, más digno de reconocimiento como el “Primer Libertador” pues como inmigrante lo arriesgó y dejó todo, a sus ya sesenta años de edad: su esposa, sus hijos, su hogar, para volver a su patria de origen ¡a liberarla!

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@gonzalezdelcas


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