Recientemente la artista Colette Delozzane cumplió 90 años de edad. En la actualidad su obra cobra singular vigencia. Retrato de Fran Beaufrand

El factor humano es sin duda el mayor agente de transformación de la naturaleza.  Nuestra visión desde hace décadas está absolutamente condicionada por la proporción de la verticalidad de las edificaciones, que en las urbes delimitan a los seres humanos. Una voraz densidad demográfica que ha obligado al crecimiento hacia arriba, contrariando su natural horizontalidad, mutando en la compleja problemática de las naciones no desarrolladas. Cuantiosos desequilibrios que a su vez devienen en ciudades desorganizadas y en una evidente desconexión entre lo humano y lo estructural.  Es precisamente en este crítico espacio donde la creadora franco-venezolana Colette Delozanne (París, 1931) interviene con inédita propuesta. Desde que llega a Venezuela, en la década de los años cincuenta del siglo XX, logra adentrarse en los senderos ancestrales de nuestra cultura; en ella se hicieron afines los atributos de nuestra rica herencia y los inescrutables misterios de nuestra América. Si alguien ha sentado un quehacer con fuertes cimientos es Delozanne; ella es al mismo tiempo el viraje y la transformación de nuestra cerámica. Con singular visión, esta inspiradora mujer gestó un camino audaz y construyó una contemporaneidad para esta importante manifestación artística.

Templo al Dios Lug, 1972. Sube conmigo, amor americano, 1974. Quetzalcoatl, 1973. Fotografías Renato Donzelli.

Gracias a la cerámica Colette Delozanne se aproxima al arte, y sus preocupaciones frente al espacio rápidamente la alejan de lo utilitario, por lo cual abandona el torno. La necesidad expresiva la lleva a incursionar en la escultura, medio con el que ha logrado crear un sello distintivo gracias a su discurso en la realización. Resalta en su trabajo el estilo de dotar al material y su técnica de rasgos primitivos, sus manos son herramientas y por ellas fluye lo sublime y lo enérgico que le imprime a cada pieza. La artista clasifica y guarda para la posteridad lo místico que convive secretamente en la naturaleza. El crítico Roberto Guevara se adentra en la visión de Colette Delozanne al señalar: “Los artistas contemporáneos tratan de borrar los estilos y desentrañar la evidencia creadora. Delozanne no escapa a ese deseo. Podría sentir en sus tuétanos la emoción de los ordenamientos pétreos de la prehistoria y el hallazgo prodigioso de la raíz que nos ata a la naturaleza”. Nos encontramos frente a un universo de piezas que recrean al trópico y la riqueza mineral de estas tierras, una obra de acentuado simbolismo que se expande, fraguando visos de hábitat, hecho por y para Delozanne.

Boceto de Habito en un lugar indeciso, 1973. Habito en un lugar indeciso, 1973. Boceto de Entrar en la vida, 1996. Torre de los amaneceres marinos, 1978

La acentuada deshumanización del elemento urbano tiene en esta escultora una contundente respuesta, sus piezas parecen templos erguidos ante el caos y el frenético desplazamiento de la contemporaneidad. A modo de refugio, cuando la cotidianidad nos desborda, Colette Delozanne propone de manera casi lúdica que nos adentremos en una exploración orgánica dentro de su obra. Al contemplar sus monumentales piezas es obligatorio acoplarnos con lo primitivo de nuestra esencia, resultando una invitación a integrarnos como individuos, a hacernos parte de ese constante y dinámico proceso que genera la vida.

Baríes, yukpas, wayúus, japrerías y añúes se cuentan entre la veintena de tribus que habitaron las inmediaciones del lago de Maracaibo; algunas de ellas desarrollaron la construcción de viviendas sobre pilotes sembrados en el lecho del lago: los palafitos, una brillante forma de integración del hombre y su entorno. Desde 1914 la actividad petrolera marcó indeleblemente a esta región del país, de manera progresiva las vastas tierras y el imponente lago se fueron llenando de torres para la extracción del crudo. Nunca más el paisaje fue el mismo, el elemento ferroso, contaminante y vertical se hizo presente transformando para siempre el plano. Cuando se aprecia en conjunto la progresión de Colette Delozanne, nos encontramos con una novedosa visión que se extrapola a lo arquitectónico y social. Colette aporta un contundente mensaje para crear un espacio urbano donde el equilibrio sustenta el desarrollo humano. Tomando elementos del remoto pasado, los actualiza y adecua de cara a un futuro; sus esculturas se asientan como los palafitos en un lago mucho más caótico y severamente contaminado por carencia de empatía y comprensión. Ella lucha con la reconversión de la perspectiva vertical y nos reconduce a nuevas posibilidades, cada una de sus esculturas son maquetas por las que podemos proyectar la  anhelada construcción del ordenamiento urbanístico.

Delozzane se integra al paisaje como un elemento de transformación de lo urbano. Ritual de lo entrañable, 1986. Hondo Temblor de lo secreto, 1992

Es precisamente esa respuesta a lo vertical donde sus creaciones engloban un sincrético códice en el que parece entregarnos una información que procede de lo terrestre, de lo cósmico y espiritual. Delozanne elabora un alfabeto de nuevos trazos, sus obras reescriben planos y se adentran en el espacio, haciendo de ellas un hito. El volumen recrea a la forma en una constante evolución y con una variada perspectiva se nos brindan distintas lecturas, empalmando lo perceptible al ojo y el estímulo que se produce en lo sensorial. Por si ello no bastara, sus esculturas producen una experiencia atrevidamente interna, conduciéndonos en un viaje trepidante desde lo exterior a lo profundo de la reflexión. El arte de Delozanne parece recomponer los elementos y reordenarlos para una percepción más íntima y trascendental.

Su obra es parte del complejo cultural Teatro Teresa Carreño

Sembrada en el concreto, su obra rivaliza con el asfalto y se incorpora al paisajismo,  floreciendo como una prolongación de toda esa búsqueda incesante de la artista, cuyo discurso propone una revisión y una aguda mirada a los códigos que humanizan el entorno. Esculturas que, a manera de tabernáculos, conviven con las voces telúricas de la materia, la misma que siempre está en constante trasformación. Creaciones instaladas en diversos espacios urbanos, donde no resultan indiferentes. Grandes formatos que se erigen ante el caos, con determinante impacto paisajístico que decreta una tregua ante el avance anárquico del concreto.

Colette Delozanne está presente en calles y parques. Gran lugar del alba

Para el futuro permanece la inquietante belleza con la que evolucionaron sus formas, aquellas que parecen emerger de la tierra como propuesta de una furiosa erupción que luego se adormece y serenamente armoniza la superficie. Robusto legado que se ubica en el contexto citadino y nos indica  un punto cardinal en la extensa creación de la artista: la recomposición del paisaje por medio del arte, singular aporte de esta creadora. Este impacto genera una transformación más allá de lo visual y trasciende con auténtico arraigo a nuestra tierra, sentir con el que Colette Delozanne ha extendido su arte en calles y parques de un país al que hizo suyo y del que hoy forma parte su fibra inmortal.

 


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