Acordé que en este tercer artículo explicaría los puntos esenciales de la Polemica de Auxiliis. Para comenzar, debo enfatizar que es indispensable tener claro que el fondo de la polémica consiste en la discusión sobre la complicada compatibilidad entre presciencia divina, libertad humana y el punto en el cual el discernimiento divino de los «futuros libres» admite que estos prosigan siendo libres. Además, el protestantismo había modificado el tema referido a la actuación de la Gracia en la «acción humana moral» y a la facultad del ser humano para lograr la salvación usando sus propios medios. Refiriéndonos también a este último punto, luteranos, calvinistas y jansenistas refutan que el ser humano, una vez cometido el pecado original, sea autosuficiente para salvarse, es decir, que pueda prescindir de la Gracia divina que, asimismo, predestina a quienes conseguirán la salvación y a quienes serán condenados.

En relación con la Polemica de Auxillis, que nos ocupa en este artículo, veamos cuál fue la posición de cada una de las órdenes religiosas contrincantes. Mientras  que  los seguidores de Luis de Molina, jesuita, aseguraban  que  la  predestinación  se  da  post  praevisa  merita  (después  de  los  méritos  del  hombre  y  en  relación  con  dichos méritos)  y  la  predefinición  del  acto  que  lleva  a  la  salvación tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, Báñez, dominico, y sus discípulos  apoyaban  que  dicha  predestinación  se  daba ante praevisa merita (antes de los méritos humanos y de forma independiente de los mismos), así como que la predefinición de los actos virtuosos era efectiva y real.

Báñez sostenía que la predestinación de los elegidos proviene de una disposición divina que excluye los méritos humanos. Desde la Eternidad, Dios designa a los «elegidos» y les concede «gracias eficaces» para su salvación; a quienes no se han elegido, Dios les adjudica una «gracia suficiente», permitiendo así el pecado, aun cuando es importante subrayar que ello no significa que tenga influencia en el acto de pecar; dicho así, se entiende que los condenados sufren su caída por sua culpa, Dios los ha excluido en el «decreto de salvación» (reprobatio negativa).

Al abordar lo referente a la predestinación, respaldada por Domingo Báñez y sus seguidores, se vuelve indispensable diferenciar la libertad en un sentido dividido (in sensu diviso) de la libertad en sentido compuesto (in sensu composito). De acuerdo con el primer significado, la predestinación divina admite que la facultad de actuar es libre, y según la segunda acepción de la libertad, la aptitud voluntaria libre del hombre no tiene la capacidad de ejecutar ningún hecho inverso a la predestinación; de allí se desprende que la «naturaleza de los actos queda predeterminada a pesar de que la facultad de actuar permanezca libre». La libertad in sensu diviso se vincula con la acción humana en sí misma; por su parte, o la libertad in sensu composito significa vincular la acción humana con los decretos divinos.

Hay un punto de coincidencia entre Báñez y sus partidarios con los jansenistas y luteranos: todos ellos consideran que entre la libertad y la coacción hay una oposición, pero no oponen la libertad a la necesidad: los actos pueden ser necesarios y libres a la vez.

Por su parte, los molinistas exigían, la indiferencia como condición sine qua non de la libertad. Mientras que los tomistas se limitaban a exigir que no hubiera constricción para que un acto fuera libre, los molinistas exigían además la ausencia de determinación.

Este debate sobre la libertad humana está profundamente interrelacionado no solo con la omnipotencia de Dios, sino que involucra su omnisciencia. Profundizar en el tema de la omnipotencia divina obligó a los escolásticos tardíos a tejer una intrincada red argumentativa y así conseguir compatibilidad entre el poder divino y el frágil poder humano; al abordar la materia referida a la omnisciencia de Dios, al conocimiento de todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros, inserta el espinoso problema del discernimiento de los actos libres futuros y futuribles.

Los tomistas distinguían entre dos ciencias divinas: ciencia de simple inteligencia y ciencia de visión. La ciencia de simple inteligencia es ciencia de esencias y precede a todo acto libre de la voluntad de Dios. Con esta ciencia, «Dios conoce todo objeto necesario o posible. Dios conoce todo aquello que la potencia divina puede realizar».

Mediante la ciencia de visión, «Dios conoce, de entre todas las uniones contingentes, qué cosas sucederán. Por ello, a través de la ciencia de visión, Dios no puede saber lo opuesto de lo que con ella conoce».

¿Cómo encaran los jesuitas este problema? A estas dos ciencias, Molina agregará una tercera, esto es, la ciencia media. Por medio de esta ciencia, «Dios ve en su esencia cómo obraría cualquier libre arbitrio en cualquiera de los infinitos órdenes de cosas y circunstancias en que la voluntad divina lo colocase». Es la ciencia de los llamados futuros condicionados, esto es, futuros que no son absolutos, ni simplemente posibles, sino que están subordinados a alguna condición. Y Molina nombra «media» a esta ciencia, porque ella se hallaría en un momento intermedio entre la ciencia de simple inteligencia y la ciencia de visión. El argumento de Molina es sublime: «Dios conoce certísimamente todas las especies de ente en acto y en potencia. Así pues, como hay una especie de ente que no es futuro absoluto, ni solamente posible, sino que depende de una condición, es necesario sostener que Dios conoce con certeza este futuro condicionado. Entonces hay que afirmar que Dios no conoce este futuro condicionado con ciencia de simple inteligencia, que sólo se ocupa del objeto necesario o posible, ni con ciencia de visión, que solamente se ocupa de aquello que tiene ser en algún momento. Por tanto, se colige que es necesaria la ciencia media, a través de la cual Dios conoce con certeza el futuro condicionado». Por supuesto, Domingo Báñez replica y dice que «sólo de manera irracional podría sostenerse la existencia de una ciencia media divina».

Por su parte, Francisco Suárez, jesuita, escribe en romance (hecho que indigna a Báñez, por usar lengua vulgar y no el latín) un breve texto donde busca aclarar las posturas que han enfrentado a jesuitas y dominicos; además, centra su interés en señalar cuál sería la solución a esta controversia. Báñez, dominico, dirá, a propósito de este escrito, que «De cuantos adoptan y defienden las opiniones de Molina el principal es Francisco Suárez, quien ha escrito sobre el libre albedrío un tratado en lengua vulgar con intento de defender las doctrinas de la Compañía».

Este debate no solo es teológico; entraña un fuerte componente filosófico. Báñez reflexionó su modernidad, vista en pleno siglo XVI, desde su lealtad a la Fe y a la Iglesia. Molina se sitúa en un mundo más independiente, más autónomo; calza los zapatos de un hombre libre, a tal extremo que Báñez exclamará: «más libre de lo conveniente». La Escuela de Salamanca con Suárez desde Coímbra, desde lo hondo de la Escolástica, sorprendentemente, repensó la modernidad.

¡Son tantas las expresiones descalificadoras de la Escolástica que solo demuestran el grado de desconocimiento que se tiene de estas etapas enriquecedoras del pensamiento!

@yorisvillasana

 


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