La escena es peor que la peor pesadilla que puede tener un padre. Una familia venezolana, una pareja con tres niños pequeños, se encuentra en el Tapón de Darién, una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. Su sueño es llegar a Estados Unidos, pero antes tienen que atravesar una selva lluviosa y montañosa con una vegetación tupida, ríos turbulentos, pantanos, calor, donde no solo confrontan a diario animales y enfermedades tropicales, también grupos armados y pandillas criminales que se dedican al robo, la extorsión y la violencia sexual.

La caravana llega a un río con corrientes muy fuertes que los migrantes deben atravesar para continuar su camino hacia el norte. La familia venezolana resuelve que la mamá cargará a la bebé de diez meses y el papá a los niños de dos y seis años. Y luego ocurre la tragedia. Mientras cruzan el río, un golpe de agua los sumerge, pierden el equilibrio y al niño de seis años, que el papá llevaba de la mano, se lo arranca la corriente.

En un reportaje reciente de Los Angeles Times, la periodista Claudia Núñez relata esta historia desgarradora. Pero esta tragedia es una entre las muchas que suceden en esta selva en la frontera entre Panamá y Colombia. Núñez cuenta en ese mismo reportaje que a otra madre, también venezolana, le ocurrió algo aún peor: la corriente de ese mismo río se llevó a su esposo y a su hijo.

A estas tragedias se suman otras que no ocurren en el agua: hombres y mujeres abandonados en la selva porque un hueso roto u otra lesión les impide seguir caminando; o delirando en fiebre tras la picadura de un insecto venenoso o una culebra; o confrontando a criminales que ven en esta tragedia una oportunidad para el robo y el abuso sexual. La organización Médicos sin Fronteras estima que más de 80% de las mujeres migrantes que atienden en Bajo Chiquito, a la salida del Darién, han sido violadas durante su trayecto.

Saber cuánta gente está muriendo en el Darién no es tarea fácil, pero la cifra de migrantes que cruzan esta selva está aumentando vertiginosamente, lo cual significa que el número de víctimas es mucho mayor al de hace unos años. 2021 fue un parteaguas: unos 140.000 migrantes atravesaron el Darién, una cifra superior al número total de personas que cruzaron los 7 años anteriores. Y en 2022 la cifra podría superar el récord de 2021: en los primeros 4 meses del año cruzaron 19.000 personas. En el mismo período del año anterior cruzaron 8.000.

¿A qué se debe el aumento? Probablemente a la misma combinación de razones que explican el aumento también récord de intercepciones de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos. Entre estas razones están el crimen y la violencia, la violación de derechos humanos, la pobreza y la desigualdad, y sobre todo las catastróficas consecuencias económicas que tuvo la pandemia en muchos países, una crisis que agravó todos los demás problemas.

Las personas que cruzan el Darién vienen de muchos países y continentes, incluyendo África, el sur de Asia, Haití, Cuba. Pero un número creciente viene de Venezuela. Mientras que el año pasado los haitianos constituían el porcentaje mayor de los migrantes, este año los venezolanos son más de la mitad. Algunos vienen directamente de Venezuela y otros vienen de países adonde migraron primero como Colombia y Perú, donde no les fue bien.

Obviamente se puede hacer para mucho lidiar con esta crisis humanitaria en el Darién. Los centros de recepción de migrantes en Panamá se pueden ampliar y mejorar. Se necesitan más refugios, comida, agua, asistencia psicológica, servicios médicos y sanitarios. Se necesita una mayor presencia de organizaciones de ayuda humanitaria.

Pero una medida de alto impacto que podría implementarse rápido es el establecimiento de corredores humanitarios entre Panamá y Colombia para proteger a los migrantes de las amenazas del Darién. Esto requiere de un acuerdo migratorio entre los colombianos y panameños en el que tienen que participar otros países, especialmente Estados Unidos. Sin la ayuda financiera y el apoyo técnico y logístico del gobierno estadounidense, las posibilidades de forjar un acuerdo son mucho mayores.

A la par de este esfuerzo, por supuesto, se debe formular una política regional más amplia para lidiar con las diversas crisis migratorias. Los corredores pueden ayudar a mejorar la situación en el Darién pero no van a frenar los flujos de migrantes y por eso la región en su conjunto debe atacar las causas de fondo de la migración y ponerse de acuerdo para compartir la carga del problema tomando en cuenta las capacidades de cada gobierno.

Las naciones más ricas, por ejemplo, deben asistir a los países que están recibiendo, como Panamá, cifras récord de migrantes y no tienen capacidad suficiente para absorberlos. Más importante aún, tienen que ayudar a distender la presión de la migración irregular reformando y ampliando sus sistemas de solicitud de asilo y ofreciendo a los migrantes alternativas legales a los cruces ilegales (más permisos de trabajo). Ya se han dado algunos pasos en la dirección correcta, pero todavía queda mucho por hacer.

La tragedia migratoria del Darién es una prueba de la ineficacia de las políticas de levantar muros y cerrar fronteras. Uno esperaría que esta barrera natural, donde nadie se ha atrevido a construir una carretera, fuera lo suficientemente tupida y peligrosa para frenar la migración. Pero la desesperación de lo migrantes es más fuerte que cualquier barrera natural o humana.

@alejandrotarre


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