gasolina
Foto: AFP

En cada rincón de Venezuela el sobrevivir es un hecho cotidiano. Circunstancias políticas y sociales nos legaron 20 años de penurias, aunque ciertos privilegiados apenas comienzan a sentir la presión atmosférica sobre cada centímetro de su piel. Consecuencias obvias de la carencia de una política de Estado en cuanto a su planificación económica, por decir lo menos.

El país cambió. Su gente cambió. No somos los mismos, ni lo seremos muy a pesar de promesas vanas sobre el regreso a tiempos pasados. Nos infectaron con el virus del odio en las luchas de clases. Nos envenenaron con el exigir derechos sin considerar nuestros deberes. Nos enseñaron inmorales felones a disfrutar las riquezas mal habidas sin el más mínimo cargo de conciencia. Nos repitieron que hasta el no querer a nuestra geografía y a nuestro pueblo era un común denominador. La prioridad siempre fue el lucro personal.

Esa inserción ideológica como instrucción masiva y hasta cómplice logró confundir a toda la ciudadanía en sus diversos estratos sociales obteniendo la desesperanza como resultado. Hoy es un hecho la tragedia colectiva, la ruina ciudadana. El naufragio de un país con futuro que se hunde ante una marea roja y un huracán de traición. Tierra firme que se aleja por impericia o por la avaricia circunstancial de empresarios, militares y banqueros seducidos por la riqueza fácil y el poder.

Esta nación ya no existe. Sucumbió ante el terremoto de la indolencia ciudadana. Ante esa manada de lobos uniformados llenos de codicia y sazonados por la indecencia. Sucumbió ante el nepotismo de políticos vestidos de un vanidoso traje de ego con elegantes bolsillos. Colapsó cuando en ese infortunio perdimos, en el horizonte democrático, la brújula que nos guiaba hacia nuestras raíces doctrinarias. Aquellas que en el pasado estaban plenas de principios éticos. Nos olvidamos de Moral y Cívica. Nos quedó grande la democracia. Es muy triste. ¡Descansar en paz! Luce hasta atractivo ante tanta desgracia.

La realidad es otra en un país sin recursos, sin dolientes, sin liderazgo, con una nación que navega viento en popa directo hacia la anarquía. ¡Es trágico hasta morir!  El futuro de un cadáver no se vislumbra fácil, ante la alternativa en vida de emigrar sin documentos, de fenecer sin medicinas, de inmolarse sin alimentos o pretender esa fortuna aleatoria del encontrase una bala perdida. No la tienen fácil quienes optan por el ingreso a la otra vida.

¡Cadáveres de la patria! Os prometo  disfrutaréis vivir en carne propia el horror escalofriante de la narrativa de Kafka, las exquisitas torturas del Dr. Méngüele, la angustia descrita en el Corazón Delator o  los infiernos de Dante.

Cada noche oscura acechan en el camposanto quienes tienen hambre, sed y necesidades. Un anillo, un poco de dinero, cualquier prenda, ropa o par de zapatos les serían adecuados. Un ataúd aún mejor -más ingresos-. El hambre en este país se siente a diario, los pobres también comen. Son muchos y todos tienen hijos. También la noche es oscura para quienes provienen de una isla sin iglesia, sin formación, sin fe y sin Biblia. Babalaos con altares full de huesos que rescatan de entre las miserias de un cementerio desierto. Adornos sin precio fijo. Compro huesos frescos. Pago con santería.


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