Universidad Central de Venezuela

He escrito algunos artículos sobre la Universidad; así, con mayúscula, como institución; sin denominaciones, sin regionalismos. Hoy quiero volver sobre el tema, pero esta vez desde el ángulo de la profunda crisis que se vive en el país en el área universitaria.

Son muchos los que se han preocupado por esta hecatombe que existe actualmente: el deterioro y el derrumbamiento de algunas de nuestras mejores casas de estudio. Unos artículos apuntan de manera global a la crisis del país; otros, solo al aspecto económico, reflejado de manera grosera e injusta, obscenamente injusta, en los salarios y montos de jubilaciones de los profesores universitarios. Por mi parte, voy a enfocarme en un aspecto que considero fundamental para poder enfrentar esta tragedia.

Cuando nos remontamos al origen de las universidades, encontramos que algunos historiadores sitúan este comienzo la Antigüedad Clásica y citan a las cinco ilustres escuelas griegas: la Pitagórica, la Academia, el Liceo, la Stoa y el Jardín de Epicuro. Incluso, rastrean estos inicios en Marruecos donde se funda la Universidad de Al-Qarawyin, 859 d.C, y, un siglo después, 975 d.C, abrió sus puertas en El Cairo la Universidad de Al-Azhar. Sin embargo, quiero centrar mi atención en el siglo XI, cuando aparecen las primeras universidades europeas. Nacen de la fusión de los saberes prácticos de las organizaciones gremiales y la raigambre estudiosa de las escuelas catedralicias. ¿Qué aportaban los gremios? Ellos contribuyeron con sus técnicas de diversas categorías, según sus oficios. Por su parte, las escuelas cardenalicias colaboraron con la filosofía, la teología, el derecho, entre otros saberes cultivados en ellas.

Se considera que la universidad más antigua es la de Bolonia, fundada en 1088; seguida por la Universidad de París, hacia 1160–1170; la fecha exacta de la fundación de Oxford no es precisa; pero, hay evidencias de una institución de enseñanza en 1096, de tal manera que sería la segunda más antigua y no París.

En Bolonia, la iniciativa partió de los estudiantes. Tanto en París como en Oxford, los maestros tomaron la iniciativa para asociarse con el propósito de defender sus derechos y surgieron así ambas universidades; mientras que esa iniciativa fue de los estudiantes en el caso de Bolonia.

Hay algo que está muy claro en el surgimiento de las universidades y es que su creación tuvo como objetivo fundamental la transmisión del conocimiento. La dupla enseñanza-aprendizaje constituía la médula de estas asociaciones. Ni por un momento cruzó por las mentes de quienes las fundaron, la búsqueda de un conocimiento simplemente “utilitario” encauzado a la resolución de los problemas del día a día. Esas primeras universidades estaban constituidas por cuatro facultades: Filosofía, Derecho, Medicina y Teología.

Las universidades tardan siglos en dejar de ser centros elitistas para convertirse en las instituciones que hoy conocemos. Escudriñando la historia de la fundación de las universidades en América, uno se topa con un hecho altamente atrayente: es España quien crea universidades en el Nuevo Mundo; no lo hace así el Imperio Portugués, que no crea ninguna, y en Norteamérica, surgen los famosos colleges, pero las universidades solo aparecerán después de la guerra de Independencia.

En un artículo que dediqué a la Universidad como institución, decía que los analistas e historiadores, que han dedicado tiempo y espacio para investigar sobre el inicio de este surgimiento y fundación de universidades en las colonias españolas, han tratado de explorar las razones que propiciaron esta fundación, sin que ninguna de esas aclaraciones haya conseguido complacer a propios y extraños. Una de las causas alegadas fue la urgencia surgida por la multiplicación de la misión evangelizadora que precisaba de novicios españoles mejor preparados. No puedo detenerme en este aspecto, pero, es importante señalar que quizás, impulsados por la aspiración de extender la evangelización y concretar el ideal de la construcción del Paraíso en la Tierra, es decir, materializar el ideal del cristianismo, advirtieron en las universidades un ámbito idóneo para esa concreción.

Ríos de tinta se han vertido para escribir sobre la historia de las universidades en nuestra América; nunca será suficiente. Es imposible dejar de lado la Reforma de Córdoba, Argentina,1918; este movimiento fija unas características de las Casas de Estudio Latinoamericanas. La Reforma estableció que la dirección de las universidades estaría en manos de quienes son los verdaderos protagonistas de la vida académica: profesores y sus estudiantes.

Se subraya, generalmente, como uno de los grandes “beneficios” de esta Reforma “la erradicación de la Teología y, en lugar de esta, la introducción de “directrices positivistas”. Pero, ese “triunfo” de las directrices positivistas ocasionó una fuerte separación entre ciencias y arte. Todavía lo vivimos. La educación se entendió como instrucción, y el universitario pasó a ser el profesional especializado.

Vemos el “mercadeo” de las universidades, el “posicionamiento” de estas, el estudiante pasó a ser “cliente” y pare usted de contar. ¡Aspirar a un ciudadano crítico, reflexivo es patrimonio de nosotros, los impertinentes filósofos, que siempre tropezamos con pedruscos por andar pensando en el Topus Uranus platónico!

Llegados a este punto, es imprescindible recordar “La idea de Universidad” del cardenal J. Newman. “La Universidad es un lugar que enseña saber universal (…) lo que representa un imperio en la historia política es lo que representa una universidad en el campo de la Filosofía y de la investigación (…) actúa como árbitro entre una verdad y otra (…) no mantiene una sola y única línea de pensamiento (…) es imparcial hacia todas y promueve cada una en el lugar que le corresponde en el cumplimiento de su propio objetivo”.

“Su misión [de la universidad] consiste en la formación del intelecto. No necesita dar más a sus estudiantes”, también de Newman, apuntan justamente a lo que estoy tratando de decir.

Es conocido que las ideas del cardenal Newman fueron juzgadas como irrealizables; sin embargo, también sabemos que lo utópico puede indicarnos la dirección hacia dónde apuntar los esfuerzos, hacia dónde encaminarnos para realizar reformas y construir, sí construir, no reconstruir, esas casas de estudio, donde reine el saber y que el “halo filosófico” del que hablaba Newman funcione de una manera orientadora.

Repito lo escrito hace unos meses, unas y otras, privadas y públicas, laicas y católicas, son fundamentales en este funesto momento de Venezuela. La Universidad, como institución, sin apellidos, sin adjetivos, no debe ser sojuzgada, vulnerada en su corazón que no es otro que su AUTONOMÍA.

@yorisvillasana


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