Cuando las urnas dieron la victoria a Fratelli d’Italia en las elecciones de 2022 con el 25,98 por ciento de los votos, algunas publicaciones llamaron la atención sobre el peligro que se cernía sobre Italia y su democracia. The Economist tituló «Should Europe Worry? Giorgia Meloni and the threat from the Italian Right». Aún más, la coincidencia en el tiempo de la toma de posesión de Meloni con el centenario de la marcha sobre Roma de Mussolini brindó a los lectores de prensa ríos de tinta de pura fantasía sobre el retorno del fascismo a Italia. Como si Sergio Mattarella, el presidente de la República, fuese Vittorio Emanuele III de Saboya; como si la Constitución de 1948 fuese el Estatuto Albertino de 1848. Tres meses después de haber asumido el poder, el mismo The Economist había orillado cualquier sombra de duda sobre el compromiso de Meloni con la democracia y celebraba la orientación pro atlántica de su política internacional.

Si algo caracterizó los primeros meses de la política del gobierno de Meloni fue la continuidad con la agenda política del gobierno de Mario Draghi. La paradoja reside en que FdI se hizo fuerte en la XVIII Legislatura (2018-2022), rompiendo la unidad de acción de la derecha para ejercer la oposición al gobierno de Mario Draghi en solitario y en nombre de un soberanismo radical-populista. A saber, de una posición en defensa de la soberanía nacional frente a los intereses de las llamadas «élites globalistas», a las que asociaba al propio Draghi. Un soberanismo en virtud del cual FdI abrazó el eslogan «Los italianos primero» y acusó a la ONU de animar un proyecto de «sustitución étnica» en Europa a través de la promoción del multiculturalismo.

No obstante, el primer año de Meloni ofrece un perfil más claro de su gobierno y dibuja los límites de su «draghización». La llegada al poder de Meloni ha ido acompañada de un proceso de renovación ideológica del partido cuyo objetivo es llevar a FdI del soberanismo radical-populista al conservadurismo. Esta transición ideológica es vista como un momento clave de la estrategia para consolidar el voto recibido en 2022. Y Meloni sabe que para ello debe presentarse ante el electorado de centro-derecha como un partido con hechuras de gobierno, no sólo de oposición al «establishment». Este objetivo ha llevado al partido a poner sordina a la crítica de las «élites globalistas» y a colocar en el centro del su discurso el lema «Dios, patria y familia», de inspiración mazziniana.

Sin embargo, la propuesta de reforma constitucional presentada por el gobierno italiano demuestra que Meloni no tiene la voluntad de renunciar por completo a la retórica «antiestablishment». Esta reforma, que prevé la elección directa del presidente del Consejo de Ministros, ha sido duramente criticada, tanto a izquierda como a derecha. Sobre todo porque podría chocar con los poderes que la Constitución de 1948 atribuye al presidente de la República, pero también por la vaguedad con la que define los mecanismos electorales que deben acompañarla, más allá de señalar una prima del 55% para el partido del candidato vencedor. Pero al margen de los problemas de encaje constitucional que la reforma puede presentar, también vale la pena centrarse en el discurso con el que Meloni ha envuelto la propuesta, pues demuestra que la líder de Fratelli d’Italia no renuncia a cabalgar el «momento populista» que vive Italia desde hace una década.

Ciertamente, la debilidad de los ejecutivos italianos es un problema real que arrastra la democracia transalpina, como demuestran los 68 gobiernos que se registran en 19 legislaturas desde 1948. No obstante, el gobierno de Meloni no ha planteado la reforma en el marco de un debate sobre ingeniería constitucional, abierto a una discusión con la oposición sobre la forma más eficaz de mejorar el rendimiento de las instituciones italianas. Al contrario, FdI ha colocado la propuesta en el plano de la regeneración moral del sistema, señalando la reforma como la llave que abrirá la puerta a la «Tercera República» en Italia. Un nuevo régimen que se caracterizará por el retorno de la soberanía al pueblo tras décadas secuestrada por los partidos o gobiernos técnicos, como los de Monti o Draghi. No en vano, la pregunta que Meloni ha lanzado a los italianos para defender su propuesta abre el tarro de las esencias del populismo: «¿Qué queréis hacer, decidir o permanecer a la espera mientras los partidos deciden por vosotros?».

Al señalar la virtud de la reforma como un mecanismo para reducir el poder de los partidos y devolvérselo a los ciudadanos, Meloni alimenta el mito de la infalibilidad del pueblo en sus decisiones y conduce la crítica a su propuesta al callejón de la moral. Ya se sabe: «vox populi, vox dei. En términos históricos, la líder de Fratelli d’Italia da continuidad a la crítica tradicional de la cultura postfascista a la «partitocracia«, entendiendo por tal una forma degenerada de democracia en la que los partidos han secuestrado para su propio interés la soberanía nacional, enfrentando a la plaza y el palacio, al pueblo y a la clase política. En buena medida, la simpatía clásica del partido de Meloni por el presidencialismo no se ha basado en criterios de eficacia, sino en el diagnóstico de que en Italia la «partitocracia pone de rodillas a la nación».

No debe dejar de apreciarse que los líderes de la tradición posfascista no sólo han sufrido un «complejo de Moisés», como ha descrito el profesor Marco Tarchi, por la obligación de llevar a su electorado hasta el reconocimiento de su identidad y su historia. Pero también han asociado la normalización de su tradición política con la democratización de la vida política italiana. Recuérdese que en una famosa intervención parlamentaria Meloni declaró que de no haber existido la «oposición patriótica» de su partido a Draghi «Italia se habría parecido más a Corea del Norte que a Occidente». Y la llegada al poder no ha hecho sino alimentar en Meloni la idea de que su gobierno tiene la misión de devolver el poder al pueblo.

Aún es pronto para saber cuál será el destino final de la reforma. Lo que sí está claro es que la forma y el fondo de esta sirven a Meloni para compactar a la derecha y a la izquierda. Con su canto al poder del pueblo, Meloni cierra el paso a una reinvención populista de Salvini. De otra parte, pone a la izquierda a cantar el «Bella ciao» y a gritar que toda reforma de la Constitución es un ataque al antifascismo. Derecha frente a izquierda, anticomunismo frente a antifascismo. Y «Après moi, le déluge».


Jorge del Palacio es profesor de Historia del Pensamiento Político

Artículo publicado en el diario de ABC de España


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