The Georgia Guidestones

Todo poder es una conspiración permanente”. (Honoré de Balzac).

Para hacer honor a la verdad, podría decir que nunca he sido partidario de las teorías conspiranoicas, pero mentiría. No es que la mentira en sí me cause rechazo alguno, ni condicionante moral. Es más, la mentira es un ingrediente imprescindible de la literatura y, me atrevería a decir, de la vida; por lo tanto, en calidad de escritor, utilizo la mentira como herramienta o, al menos, la perversión de la verdad.

Por tanto, la mentira en sí no tiene por qué tener una carga negativa, salvo cuando esa mentira está encaminada a cercenar libertades y ocultar información a nivel general o, aún peor, a nivel social e institucional. Y últimamente, no sé si les pasará a ustedes, yo tengo la impresión de que nos la están metiendo doblada, con perdón por la expresión. Últimamente, repito, hay algo que se me escapa, pero que evidentemente está ahí, como una nebulosa, recubriéndolo todo, opacando la luz de la verdad y el sentido común. No se trata de un cambio de ciclo, ni de generación; es más bien un cambio de paradigma, algo que está transformando todos y cada uno de los aspectos de nuestro devenir, como individuos y como sociedad.

Los cambios, como en toda conspiración, son solapados, leves, progresivos, pero se van extendiendo como las raíces de una mala hierba en todos los ámbitos que afectan a nuestra vida; la educación, la cultura, la política, la economía. Y estos cambios, sin que la sociedad en general se dé cuenta, están reduciendo el espacio de nuestras libertades y aumentando el control al que nos vemos sometidos desde los estamentos del poder de un modo directamente proporcional, de tal manera que todos y cada uno de nuestros movimientos, de nuestros actos, deja una huella digital, fácilmente rastreable, que alimenta los algoritmos que nos están diciendo como tenemos que vivir. Generando datos, valiosos como el oro, de nuestros hábitos de consumo, de ocio, culturales, sexuales; de nuestras creencias religiosas y políticas o de la falta de ellas, que alimentan la ingente maquinaria de las multinacionales.

¿Se han preguntado alguna vez, por ejemplo, el por qué de la despersonalización del trato en las entidades bancarias? Esto, que para algunos parece anecdótico, ha condenado a la obsolescencia a las generaciones de nuestros padres, que se encuentran indefensos ante los abusos de la banca.

Si nos paramos a analizarlo, es evidente que el trato personal que antes era preponderante en las entidades bancarias ya no interesa, porque no deja huella digital, en la mayoría de los casos. Por eso, y no por motivos fiscales, se quiere eliminar el dinero en metálico, para que el Gran Hermano pueda saber, en todo momento, no solo cuánto gastas, sino también dónde y en qué, estableciendo un control absoluto de tus hábitos sociales.

Es escalofriante, cuando uno escucha o lee acerca del grupo Bilderberg, de sus reuniones anuales, en las cuales participan las personas más influyentes del mundo. Probablemente, muchos no habrán siquiera oído hablar de este grupo de conspiradores que establecen las pautas de cómo y hacia dónde debe moverse el mundo para, a través de su influencia, lograr sus objetivos a todos los niveles, estableciendo un nuevo orden mundial en pro de sus intereses.

Entre otras curiosidades en este ámbito, en 1979, un desconocido con un seudónimo, encargó a la Elberton Granite Finishing Company, del condado de Elbert, Georgia, la construcción de un monumento de granito de 119 toneladas, en nombre de “un pequeño grupo de estadounidenses leales que creen en Dios”. Tal monumento, de casi 6 metros de altura, se conoce como The Georgia Guidestones y está formado por 3 piedras guía con 10 inscripciones, repetidas en 8 idiomas, que pasan por ser los 10 mandamientos del globalismo, tan de actualidad gracias a la llamada “Agenda 2030”.

De estos mandamientos, que ahora no voy a enumerar en su totalidad, el primero y más específico es la necesidad de reducir la población mundial a un máximo de 500.000.000 de habitantes. Si tenemos en cuenta que actualmente esta cifra se mueve en torno a los 7.900.000.000 de habitantes, esto supondría una reducción drástica de la población, que solo podría llevarse a cabo con una guerra nuclear a nivel mundial, que destruiría los recursos naturales y haría inviable la vida en la Tierra.

Eso, o inoculando algún compuesto a casi la totalidad de la población, que asegure tal cometido, de tal manera que se disparen los problemas de salud y los decesos de gente de cualquier edad, desde ancianos hasta niños, en todos los lugares del planeta o, por qué no, de manera selectiva.

¿Y cómo puede implementarse algo tan complejo a nivel mundial? Pues, evidentemente, con una pandemia; y no solo una pandemia, sino con la vacuna correspondiente, estableciendo una obligatoriedad o al menos un rechazo social hacia los no vacunados. Esto, además, permitiría actuar de manera selectiva, ya que no tenemos certeza alguna de que lo que nos han inoculado a los europeos, por ejemplo, sea el mismo compuesto que se ha inoculado en África o en la India, de tal manera que se podría esquilmar a la población de las zonas más desfavorecidas, en beneficio de Occidente.

¿Ustedes no conocen muchos más casos de gente joven que está sufriendo problemas de salud que antes eran casos aislados y ahora son comunes? Yo sí.

Piensen en lo que ha pasado en Madrid este fin de semana. ¿Se puede paralizar una ciudad con un simple SMS?  Parece ser que sí.

Entiéndase todo esto como una teoría de un hombre que observa el entorno y que tiene la mala costumbre de analizar lo que ve; o como el ejercicio literario de un mentiroso, un columnista, un escritor.

Ustedes deciden.

@elvillano1970


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