Apuntábamos en la entrega anterior el desnivel que, actualmente, observamos en la educación venezolana. (Hoy, los amables lectores dirán: no solo en educación, todo el país está desnivelado o, mejor, despaturrado).

Bien lo sabemos, la educación es una esencial y, por lo tanto, necesaria actividad propia y exclusiva de los seres humanos. En ella hacen juego deberes y derechos. A las personas nos asiste el derecho humano y constitucional de recibir una educación integral y de calidad. Ello implica, por nuestra parte, también un deber o, mejor, la obligación fundamental de recibirla. Y, por tratarse de que la educación es un servicio público esencial para el desarrollo del país, al Estado le corresponde la indeclinable responsabilidad de asumirla y garantizarla. De manera que, conforme nos asisten derechos y garantías frente al Estado, también a él, constitucionalmente, le corresponde el cumplimiento de ineludibles obligaciones en pro de la cultura y del desarrollo nacional.

Entramos ahora a ocuparnos, muy brevemente, de la aludida educación formal, o sea, la sistemática; la regida y amparada  por el denominado sistema educativo, encaminada siempre a lograr los objetivos que son indispensables para el crecimiento y desarrollo del país. Esa educación  se cursa dentro de aulas y en otros espacios destinados para tales fines, y está sometida a las respectivas planificaciones programáticas. A  los locales donde se cumplen esas pedagógicas actividades suele denominárseles: escuela, colegio, grupo escolar, liceo, etc. A nuestro parecer, el vocablo escuela es el más adecuado, por ser el de mayor amplitud y de más larga historia.

Así que por escuela no debe entenderse el solo establecimiento  adonde asisten los niños a recibir la instrucción primaria, sino todo espacio al que concurren docentes y alumnos a cumplir tareas de enseñanza-aprendizaje, como es el caso de las escuelas académicas y de profesionalización: escuelas de derecho, escuelas de medicina, de ingeniería, de aviación y tantas otras.

También han existido y siguen existiendo escuelas al aire libre,  sin cobijos estructurales, como ocurre en el caso de la educación asistemática. Las hubo desde los tiempos de los primeros hombres y siguen vigentes, cuando recíprocamente se enseñaban unos a otros. Y seguimos haciéndolo. Hay también las escuelas de ideas, de tendencias literarias o filosóficas, de unidades de pensamiento. A propósito del presente tema, recordamos que la historia nos narra la existencia, en Grecia, de tres grandes maestros antes de Cristo. Se les conoció con los nombres de Sócrates, Platón y Aristóteles. Ellos crearon la filosofía que, según su etimología, significa el deseo de saber o, mejor, el amor a la sabiduría. De la que  más tarde se derivaron todas las ciencias.

Pero volviendo a la educación actual, a su ejercicio, educar es hacer siembra de buenos ciudadanos. Entonces, el educador debe ser un ejemplar ciudadano, con una preparación no de meses recalentados sino de años de adecuada formación, como lo fueron las Escuelas Normales. Siendo la educación una muy delicada actividad, requiere de debida y seria planificación. En ella nada se debe improvisar, menos ministros de Educación, ni educadores.

Finalmente, y como se aproxima un nuevo año escolar, nos preguntamos: ¿Se esperará buen rendimiento con niños y adolescentes desnutridos e imposibilitados de proveerse del respectivo material escolar?


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