Después de tanto presidente acusado de lo mismo: incompetencia moral para dirigir la nación, nada parece extraño de lo acontecido en Perú.

Al principio me causó la sorpresa de que toda la izquierda latinoamericana, y alguna otra de Europa, haya pataleado con ira, gesticulado, pujado, gruñido con su respectivo grito al cielo, por la condena a Cristina Kirchner a seis años de prisión e inhabilitada de por vida a cualquier cargo público (el fiscal Luciani ha demostrado que la señora K es una amenaza, pues no puede ver un dólar porque enseguida lo pesa y lo mete en una bolsa negra y lo manda a esconder en un monasterio).

Si, señor, todos, los gobernantes de izquierda en Latinoamérica: Andrés López Obrador, Miguel Díaz-Canel, Gustavo Petro, Luis Arce, Lula da Silva (no faltaba más porque entre bomberos no se pisan la manguera), Alberto Fernández, etc., hasta Irene Montero del Podemos español, todos ellos declararon llenos de indignación por la condena a la camarada Cristina Kirchner. Siguiendo el guion de la solidaridad automática, donde se parte de la idea, ya demostrada como falsa, de que la izquierda es moralmente superior a todos los demás mortales que dicen tener otras creencias y concepciones del mundo y de la vida.

En cambio, por la detención de Pedro Castillo, quien decide quebrar la institucionalidad política peruana mediante la disolución del Congreso y convocar a un gobierno de facto, nadie ofreció una declaración, no digamos airada, sino una “declaración”, como por ejemplo: “Esperemos cómo se conducen los acontecimientos en la tierra del gran Manco Capac”; al contrario, inicialmente, fue rodeado por un enorme silencio por todos aquellos que, momentos antes, se desgarraban las vestiduras apoyando a Cristina Kirchner.

Aclaremos que en los momentos iniciales solo se pronunció por Venezuela Diosdado Cabello, quien, no faltaba más, denunció al imperio norteamericano de promover el golpe contra el peruano (cuestión que no sorprendió a nadie, pues para Diosdado Cabello si su mujer le pusiera los cuernos y él la sorprendiera, saldría corriendo a lanzarle piedras a la embajada norteamericana). Hay que destacar que Cabello fue fiel al guion preestablecido, solo que esta vez fue calificado como “la solidaridad de los chambones”.

Ya han pasado los días y el Pedro Castillo del documento leído con manos temblorosas ha sido presentado por su abogado defensor como alguien que ha sido drogado con una sustancia extraña. Todos quedaron desconcertados con dicha afirmación, inclusive el supuestamente drogado.

Porque, ¿para qué se han utilizado drogas de sumisión? Bueno, básicamente quien recurre a ese mecanismo lo hace para incapacitar a la víctima con el objetivo de someterla sexualmente o robarle.

¿Cuál fue la sustancia que alguien, obviamente perverso, utilizó en el agua que bebería Castillo, quien con la boca reseca por los nervios pedía a gritos un vaso con agua? He aquí lo que pudo haber drogado al (ex)presidente peruano: flunitrazepam, lorazepam, zopiclona, zolpidem, etc. Pero estas producen sueño y Castillo estaba bien despierto.

También se suele usar como droga de sumisión el éxtasis líquido, que no tiene sabor y es incolora y que no deja rastros en el cuerpo, pero creo que en el caso del Castillo que vimos hablando en TV, no fue la que supuestamente se usó, pues esta produce un aumento de la sociabilidad y al Castillo que vimos parecía más bien alguien que no busca precisamente eso: ser social, sino todo lo contrario; además, está demostrado que produce somnolencia y repito que el tipo estaba asustado, pero despierto.

La Ketamina, tampoco, pues esta normalmente es inoculada vía intramuscular, oral o rectal y no creo que Castillo haya usado estos métodos; además, su abogado ha dicho que se la bebió.

Finalmente, queda la burundanga, exportada a Perú por el Tren de Aragua, un fuerte alucinógeno que produce entre otras cosas un profundo sueño.

Así que el uso de una droga de sumisión queda totalmente descartada, la única hipótesis que puede ser manejada en el caso de lo sucedido en Perú es que el expresidente peruano es “el incompetente total” y será olvidado, como cualquier accidente intrascendente. Pero al Perú, como comunidad de destino, que tiene una enorme vocación de equivocarse políticamente, le cabe la frase final de Cien años de soledad: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.


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