El incremento de las presiones contra personeros de la dictadura, llevado a cabo recientemente por el gobierno de Estados Unidos, coincide con la reanudación de las conversaciones para buscar desenlaces a la crisis política de Venezuela y pretenden, según los analistas habitualmente serios, debilitar la voluntad de los voceros del oficialismo para que cedan ante las solicitudes de los representantes de la oposición y terminen haciendo maletas. Sin embargo, parece que la esperada respuesta no es automática.

Después de la nueva andanada de sanciones, el usurpador ordenó a sus delegados que no participen en la planificada ronda de Barbados, porque deben evaluar la situación originada por las decisiones de la Casa Blanca. Después de la evaluación resolverán el regreso, si les conviene, o buscarán otro tipo de respuestas. Una ha sido la convocatoria de manifestaciones para repudiar a Trump, que no han sido cálidas ni multitudinarias, sino  gélidas y escuálidas, pero que permiten a la dictadura hacer ver que no vive a solas su calvario y tomarse el tiempo de pensar en los atajos.

De lo cual se deduce que, por muchas o por muy duras que sean las rocas que se lancen desde Washington, no parecen destinadas a lograr el propósito que buscan. Alejarse del blanco no depende de que no han pensado bien su objetivo los halcones disparadores, sino de que al blanco le da lo mismo lo que le arrojen si tratan de expulsarlo del poder que detenta y que no quiere ni va a soltar de buenas a primeras. El usurpador y sus secuaces no están ante la sorpresa de un primer ataque, sino ante la continuidad de una serie pregonada en exceso sobre cuyas consecuencias pueden pensar sin mayor apremio mientras se presentan ante el mundo como víctimas de una intervención imperialista.

Si, de acuerdo con lo que se viene comentando, la usurpación puede contar con recursos para salir airosa ante las nuevas medidas impuestas por el gobierno de Estados Unidos, o para evitar un viaje apresurado al cementerio, los líderes de la oposición deben estudiar la situación con el mayor cuidado, deben buscar soluciones realmente eficaces y cercanas. ¿No estarán esas soluciones frente a sus narices, es decir, en la escena doméstica que necesita mayor calor y mejores o más audaces decisiones que la pongan en movimiento y sean más amenazantes que los planes de los halcones del norte?

No hay que buscar a Dios por los rincones, decía una vieja matrona cuando planteaban soluciones extrañas sobre los problemas de su aldea, cuando sus interlocutores pensaban dejar el destino de los asuntos pueblerinos en manos forasteras. 

 


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