La llegada de Juan Guaidó a Miami fue capturada en una foto donde se le ve solo, caminando por un largo pasillo del aeropuerto. Esa foto fue titulada por una periodista venezolana, acreditada en una televisora colombiana, con una frase totalmente inexacta: “La soledad del poder”.

Como ya es usual, un buen número de venezolanos, de los que se quedaron en el país y de los que están afuera, comenzaron su labor de burla y cancelación de Guaidó.

Pero, una vez más, seamos claros con respecto al supuesto poder del que alguna vez fue ungido Guaidó y que no puede omitirse cuando se analiza su figura: su llegada a la presidencia de la Asamblea Nacional, paso previo a todo lo que sucedió luego con la presidencia interina, fue una cuestión totalmente fortuita. Llegó allí cuando el designado para presidir el parlamento era Freddy Guevara, quien se refugió en una embajada, perseguido entre otras razones por abrir una investigación sobre la corrupción en Pdvsa y Rafael Ramírez, quien fue protegido, entonces, por el Tribunal Supremo de Justicia del régimen.

Así, Guaidó, fue su sustituto, porque era el turno de Voluntad Popular, en el acuerdo entre los partidos políticos, llamado el G4, para rotarse en la presidencia de la Asamblea Nacional. Fue entonces “un líder situacional”, igual que le ocurre en la serie de Netflix Designated Survivor (Superviviente designado) al secretario Tom Kirkman una vez que es asesinado el presidente de Estados Unidos y debe asumir el cargo.

Estoy seguro de que por la mente de Guaidó jamás pasó que estaría encabezando la Asamblea Nacional y menos en erigirse en la cabeza de una nación que atravesaba, y atraviesa, una crisis descomunal

Es verdad, que inicialmente fue acompañado por 60 países que apoyaron al gobierno interino y que culminó con la protección de los activos en el extranjero, pero internamente ese apoyo no se reflejó en los partidos que dijeron acompañarlo. De esta manera, sus decisiones, la mayoría de ellas, las grandes decisiones y las pequeñas decisiones, jamás fueron materializadas, así que estar solo no es caminar en soledad por los pasillos de un aeropuerto o ser abandonado por los suyos y ser expulsado de un país que dice ser democrático, pero que apoya al sátrapa que gobierna al país vecino.

Estar solo es sentir la impotencia de que sus decisiones no serán concretadas por las personas que debieron hacerlo y en lugar de eso se aprovecharon de eso para actuar en función de sus particulares intereses. Me imagino a Guaidó presa de esa sensación del que dice ser “que es el que manda, pero no manda” y es que, como dice un filósofo sobre los que viven en la soledad del poder y que aquí parafraseo: Guaidó vivió constantemente solo y, en eso, el gran responsable es el llamado G4.

Leo la cantidad de mensajes que hacen leña de un Guaidó caído, una especie de “bullying grupal” y me asombra la creatividad e inventiva del venezolano para travestir su ingenio en una actividad perversa, y desconsiderada. Son voces que descalifican los esfuerzos y los riesgos que se corren cuando se enfrenta a un régimen cuyos opositores son considerados enemigos a los que hay que desaparecer, torturar, matar o encarcelar. Voces, muchas de las cuales no alcanzan la docena de seguidores, pero que gritan para cancelar al otro, solo para buscar audiencia y dejarse ver, en ese “no lugar”. Voces que, sin lugar a dudas, carecen de “nostalgia democrática”.

Pero, después de todo, todavía, nos quedan cosas que nos hace abrigar esperanzas: la denuncia de casi 9.000 víctimas de violación de los derechos humanos. Gente que ha perdido hijos, padres, hermanos y amigos, y que han tenido la valentía de hacer de su drama la más sólida denuncia contra el régimen ante la Corte Penal Internacional. También nos queda Rafael Cadenas, su poesía, su discurso en la entrega del premio Cervantes que remitió a la recuperación de la democracia, de la que destacó la obligación de cuidarla y nos dejó como legado la sensación extraordinaria de que la literatura es útil y finalmente nos quedan los últimos hits de Miguel Cabrera en las Grandes Ligas.


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