Es ya un lugar común para los venezolanos intentar darle una definición que satisfaga a la suma de desastres en la cual se ha convertido nuestra existencia  cotidiana. Cualquier tarea, por elemental que sea, si se realiza en este país se convierte en un canto épico, en una elegía a la imposibilidad, en ese sentimiento colectivo que mixtura rabia, tristeza e incertidumbre, naufraga la capacidad para pensar con algo de racionalidad, con cierta aproximación a la verdad. De ese tema he escrito algunos artículos para este medio y es justamente en esa laguna masiva del inconsciente en la cual asumimos, en medio de nuestra muy inconveniente hipnosis cultural, buscar las razones que nos llevaron a todos como nación a este atolladero, a este escollo en nuestro desarrollo histórico y social.

Se escuchan entonces las justificaciones de los justamente indignados, de los perseguidos, de los atemorizados y de los tartufos, esos seres de moral líquida, quienes disfrutan de la relatividad de las cosas, de ese gusto convenientemente posmoderno que le imprime el chavismo a este desastre continental y humanitario que es hoy en día Venezuela y que a estos individuos, quienes al igual que el chavismo vinieron de los polvos de un Estado con mil fallos, decidido a  entronizar el clientelismo.

Así, pues, como el chavismo es un fenómeno regresivo en nuestra evolución social y las lecciones impartidas a una parte de las nuevas generaciones y los acentos en vicios a quienes son los responsables de esta mutación política y coexisten con nuestra tragedia, representan también un error, un naufragio colectivo de la escuela y en el hogar, esa plañidera que nuestras maestras miopes y maniatadas repetían en las aulas y que definían como “crisis de valores”, nos terminó estallando en la cara, justo en el momento en el cual se pide a gritos “unidad”, he allí el óbice gordiano, de este dilema, la unidad demanda y presupone confianza, credibilidad y capital social, la sociedad está estructuralmente escindida, la verdad está desecha, es una pieza de museo, una rara ave. Justo de la contribución a esta tragedia integral que los extraviados morales le impelen a este monumental desastre es que trata este artículo, la grieta y la hendidura en la confianza alimenta y abona el camino a estos indolentes que apoyan por interés y callan por obligación, colaborando desde los intersticios de esta hecatombe infinita con nuestros secuestradores.

El drama venezolano, así se mire desde el exilio y con la posibilidad de tener a toda nuestra familia a resguardo, implica y supone mucho dolor y angustia, no se trata de que nuestras aspiraciones personales o profesionales no se puedan casar con la oportunidad de comprar conciencias, que es aún infinita para la hegemonía dominante y demuestra lo absolutamente comprables que son muchos de nuestros supuestos dirigentes, una panda de feriantes dispuestos a darle un barniz legitimo a una tiranía inmisericorde y absolutamente incompatible con la vida, con la dignidad y con los derechos del ser humano.

El capital social y la confianza, están tan quebrantadas en nuestro expaís, que reponerlos supone reconciliarse con la verdad, son dos décadas dedicadas al abono de la mentira, a la oda a la falsedad, dos décadas de premiar a la maldad, de ver triunfar a la nulidad, en ese intervalo de tiempo los últimos siete años han sido especialmente crueles ya ahora nos corresponde, salvar el obstáculo de ser una sociedad de rehenes que atraviesa una pandemia de amplio espectro y de marcado crecimiento, en medio de cuyos rigores se ha apretado el torniquete sobre la democracia y la libertad, al punto de que la simulación, la coexistencia y el colaboracionismo se yuxtaponen todos para que el pensamiento de copamiento sobre la libertad triunfe. Así, pues, debemos reconocer con vergüenza y con amarga resignación que el chavismo ha triunfado al imponernos una neolengua y ralentizar nuestro ya muy macilento pulso racional.

Hace dos meses, sumidos en este mar de entelequias y en nuestra muy dolorosa crisis de hambre, peste y deconstrucción de las formas institucionales, fuimos espectadores de un acto de la civilización del espectáculo. La juramentación de cinco sujetos a los cargos de “rectores”, de un Consejo Nacional Electoral, en cuya designación no participaba la Asamblea Nacional, lapidada desde su elección, por una tiranía que sencillamente se negaba a ceder el poder, uno de ellos renunció a esta farsa, pues nunca fue un cargo de alta dignidad, su designación obedecía a un adefesio jurídico, a una mutación de la legalidad y a un acto por construir una legitimidad amañada. Como cuerpo social algunos aun apostaban a un débil instinto de decencia, a una decisión dictada por el corazón frente a esta suma de dolor, pero la realidad supera las formas no solamente en derecho, también en los extravíos de la moral y en la inexistencia de geometría ética. La renuncia no obedecía a un impulso humano por la procura del bien común, por el contrario, nunca fue más artera y propicia para adicionar niveles de desconfianza y desmovilización electoral, ese fenómeno que es así calificado por el politólogo Walter Dean Burnham, la sigilosa privación del derecho al voto y la sustentación de una renuncia en sesenta días, que no obedece a diferencias irreconciliables entre la institución y el rector cesante, sino a razones de índole de expectativas, trayectoria política y visibilidad mediática, estas razones esgrimidas son una más falentes que la otra y absolutamente reñidas con la decencia y con el rigor de un país hecho prisión.

Es así como la renuncia de Rafael Simón Jiménez agrega razones de sobra para afirmar que Venezuela es un país sin capital social y fracturado absolutamente en la confianza, somos una sociedad rota, sin credibilidad. Este acto se constituye en un sutil desincentivo al voto, una privación en el medio de una farsa electoral en la cual han sido invalidados y colonizados partidos políticos opositores, para lograr el magna opus de toda tiranía, construirse una oposición de sus dimensiones y ofrecer procesos electorales como garantía suficiente y necesaria para aceptar que si hay elecciones, entonces hay democracia, el reduccionismo es a mi juicio el hermano siamés de la tiranía y le aporta muchísima fuerza.

En realidad debo reconocer el esfuerzo argumentativo absolutamente necesario a los propósitos del statu quo, esgrimido por este “funcionario”, quien asumió el rol de ser “rector”(minúsculas en absoluta intencionalidad), de este consejo nacional electoral, absolutamente complaciente con quienes nos aplastan como sociedad, en palabras del “señor” Jiménez, ex funcionario de un espurio poder electoral, se debe apelar al “concurrentismo” y en un ejercicio que lo aproxima al contorno kafkiano, desde el cual se encumbra su devenir “político”.

Indicar pues que las realidades de entorno, las externalidades de 2015, son absolutamente las mismas que las de 2020, presupone un ejercicio deliberado por torcer la verdad y apostar de manera sutil a la tesis de una desmovilización electoral discrecional, promovida desde la usurpación, a los fines de terminar de minar, roer y erosionar hasta el derrumbe la credibilidad y la confianza social, para desbaratar a la sociedad y atomizarla, es necesario como un ejercicio de elemental inferencia lógica desglosar cada uno de los aspectos que muestran mayor quebrantamiento institucional en 2020 en contraste con 2015. Hace un  lustro, los partidos de la oposición no habían sido colonizados ni abordados por el aparato judicial del Estado para conferirle su dirección a personajes absolutamente manejables y de peor moral, que le sirvieran de herramienta legitimadora a una tiranía así reconocida por el mundo libre, la unidad de 2015 se erigió como el resultado de un descontento que si bien estuvo mal manejado, pues se ofrecieron acciones que desde la Asamblea Nacional eran imposibles de ser abordadas, la sociedad no se encontraba tan fracturada desde sus reservas de credibilidad y confianza.

Tan masivo fue el triunfo de 2015, que lo hizo inocultable y obligó al régimen a sencillamente desmantelar la Asamblea Nacional, basándose en estos magistrados expresos, erigidos por la Asamblea Nacional anteriormente oficialista, a los fines de siempre garantizar el pivote desde la justicia horrorosa, que permitiera los excesos y atropellos que vemos en 2020. La crisis económica de 2015 si bien era grave, no había llegado a los niveles de agonía que supone este arrebato a la existencia, es bueno explicarle a Rafael Simón Jiménez que si bien él se ufana de una dilatada trayectoria y de haber logrado todos sus objetivos y aspiraciones, a cualquier precio como vemos, en 2020 el 97% de la población está afectada por pobreza de ingresos mientras que 80% es absoluta y extremadamente miserable. También conviene recordarle a esta brillante personalidad de nuestra dirigencia títere que hoy en día Venezuela es más pobre que la diminuta Haití y muy cercana a la empobrecida África, somos una suerte de Zambia, de Liberia o de Congo en América Latina. Convendría explicarle al señor Jiménez, cuya arrogancia se disputa con sus mudanzas ideológicas, que esta crisis solo descrita de manera superficial opera desde un nivel estudiado por la neuroeconomía, particularmente por Robert Shiller, que se define como heurística de la afectividad, o capacidad de tomar decisiones desde el rigor de situaciones que ponen a prueba la confianza societaria.

En suma, es absolutamente inaceptable que el señor Rafael Simón Jiménez, justifique las regresiones autoritarias y se permita hacer una inferencia, por demás ofensiva y simplista, al indicar que Venezuela no es Suiza y por ende sus procesos electorales no pueden apostar a las mínimas garantías. Es necesario que desde mi muy humilde y también deconstruida posición como “profesor universitario” y pudiendo cronológicamente ser hijo de este señor, recordarle con todo el respeto que mi cargo de profesor y mi condición de ciudadano me demandan, que en algún momento de nuestra historia republicana moderna, nuestro país fue una referencia para las democracias nacientes de la región, éramos un sólido sistema democrático, es más, colaboramos como mediador para los procesos de pacificación de la muy convulsa América Central.

No aspiro a ser Suiza, pero tampoco me merezco y nos merecemos que individuos de posturas laxas, aviesas y oscuras le hagan el juego al peor gobierno de nuestra historia, a una hegemonía irrespetuosa de los derechos humanos, que persigue, encarcela y desaparece a quienes no le son oportunos y se sirve de individuos de inexistentes escalas morales y éticas, para darle legitimidad al horror. A esa hoja de vida de la cual usted se siente tan orgulloso, habría que sumarle este muy flaco favor a la libertad, basado en su arrogancia e indolencia, usted reconoce que ya ha vivido bastante, que ha satisfecho sus anhelos y aspiraciones, entonces no sea instrumento de esta tragedia, no convalide este acto de prosecución del latrocinio que alarma al orbe financiero, quienes calculan una extracción de capitales superior a 300.000 millones de dólares, mientras el país es un escombro, una cáscara vacía.

En fin, los iguales se aproximan. Maduro, al ser entrevistado por CNN, manifestó que él dormía como un bebé, mientras la gente hurga en la basura y muere de morbilidades prevenibles; mientras nuestra desnutrición supera a la de Haití y nos convirtió en una masiva Parapara de Ortiz, en un país muerto con sus casas muertas y en una oficina número uno a la expoliada, arrasada y destruida Pdvsa. Al igual que Maduro, usted dice estar tranquilo con su conciencia, pues tal vez no la tenga, insisto, esa se deriva de un acto humano y la humanidad se pierde en tanto y más se apuesta por sostener este globo de atropellos a la dignidad de un colectividad a guisa de un Atlas moderno. Sencillamente no aguantó quedar por fuera de las curules, ahora movibles ideológicamente, de una Asamblea Nacional ad hoc de la tiranía, usted aspira a una curul que le ofrende la posibilidad de hacerse acreedor de algún partido político vaciado por el régimen y abordado por la posverdad, vaya credencial que aspira a incluir en su hoja de vida, es tan amplio el daño en la oficina electoral del PSUV, que a la renuncia de Rafael Simón Jiménez no promovieron a su suplente sino que nombraron a otro, quizás menos mediático, menos contestatario y más coherente, con su necesidad de copar los caminos de la libertad.

Como punto final, debo agradecerle por contribuir a la sigilosa privación del voto, al deseo de que solo participen en la farsa el chavismo y sus “oponentes” prefabricados, que usted enunció para ser candidato dejando indemne la estafa. Usted se permite llamarnos estúpidos a los opositores y condicionados cual perros de Pavlov, supongo que esa habilidad para insultar la obtuvo de sus años al servicio de Hugo Chávez. Estúpido es acudir a esta farsa, apostar por legitimar a esta tiranía absolutamente asociada a los incentivos, está en su libérrimo derecho de renunciar, manteniendo indemne a la farsa que se perpetrará en diciembre, eso si la pandemia no nos aniquila, bien sea por asfixia o por hambre.

No me sorprende nada de usted, su grupo de silentes colaboracionistas han mantenido en pie el horror, ese logro y credencial espero encuadre en su dilatada vida política, estamos rotos como sociedad y esa fractura se la debemos a usted y a muchos Judas que se han quitado la careta, para subastar a los partidos desmantelados por el régimen. En diciembre no hay elecciones, hay una estafa, una mascarada, un espectáculo, y usted se sirvió y se sirve de eso al guardar silencio cómplice. Rafael Simón, hiciste un análisis costo-beneficio y resultaste beneficiado por aspirar y renunciar a una oficina electoral, absolutamente opaca y aviesa.

El vaho de dolor, angustia y desesperación de 25 millones de náufragos, supongo que es el canto de cuna que hace dormir a Maduro y a Rafael Simón Jiménez. Duerman como bebés, mientras muchos son paridos en las calles, con cartones improvisados y sin ninguna medida sanitaria, nunca tanta anomia, nunca tanta soledad y nunca tanta traición.

La ambición es una mala hierba que solo crece en el solar abandonado de una mente vacía” Aynd Rand

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