Continuamos con nuestra prédica acerca de cómo se concibe la sociedad, el sistema social, en el Estado Ciudadano, para lo cual debo avanzar desarrollando los subsistemas que la componen. Ya lo hemos hecho con el liderazgo y la cultura política, ahora le corresponde a las élites, que en el análisis en el que nos encontramos deben ser las élites políticas.

Cuando nos referimos a ellas, élites políticas, hablamos de ese grupo de personas privilegiadas por razones de clase, religión, intelecto, fortuna o política, que ocupan una posición de dominio sobre el resto de la sociedad. A quienes se les ha nombrado de muchas formas: guardianes, filósofos, clanes, cenáculos, palaciegos, cogollos y hasta enchufaos. Los griegos hacían referencia al «gobierno de los mejores», unos pocos que se pasarían la vida preparándose para gobernar y se encargarían de dirigir la República de modo que pudieran tomar decisiones sabias para la sociedad. La “ley de hierro de la oligarquía”, a la que hacía referencia Robert Michels, personas que por su superioridad psicológica e intelectual poseen más criterios que otros, cuya misión de vida es el servicio.

La idea es que estos grupos influencien con sentido de servicio, por su capacidad de organización y cohesión, que no tienen las masas dispersas, como lo planteaba Gaetano Mosca.

​Dicho así, la élite no es el problema. No quememos el colchón… En un sentido muy aristotélico siempre existirán unos que mandan y otros que obedecen. El problema se presenta cuando ese grupo no actúa para el beneficio de la colectividad, sino en el personal o grupal. Allí está el detalle, dijera el sabio Cantinflas.

Lo delicado del asunto es que al fallar uno de los subsistemas sociales, fallan los demás. De allí la desarmonía que afecta al liderazgo, a la cultura política y a las relaciones de poder, como veremos en la próxima entrega, y que estamos viviendo. Es un problema que hay que atender, no se puede dejar pasar como si nada y fingir demencia.

Desde que el mundo es mundo conocemos de los vicios que han permeado a las élites, corrupción, clientelismo, amiguismo… hechos que no son nuevos bajo el sol. La corrupción la conocemos desde la Edad de Oro por las novelas de la picaresca española, de las chinas como el Erudito de la Carcajada…

Sin embargo, hay casos dignos de mencionar por el daño qe han causado: – la Reina María Cristina de Borbón se hizo célebre por su participación en negocios turbios desde las minas de sal hasta trata de esclavos; – cuando la disolución de la Unión Soviética se desaparecieron millones y millones de dólares de la tesorería estatal, que luego fueron vistos en cuentas privadas en toda Europa y Estados Unidos, evidenciando con ello complicidad del Congreso, del Departamento de Justicia, de la CIA… se habló de una corrupción masiva; – una empresa que repartió millones de dólares por toda Latinoamérica para que se le adjudicaran contratos, Odrebrecht, corrompiendo a casi todos los presidentes de este lado del hemisferio… y pare de contar.

La historiografía venezolana da cuenta de cómo el poder se ha ejercido desde las cúpulas oligárquicas, palaciegas, cogollos o enfuchaos sin sentido de servicio público, motivo por el cual se hace referencia a ellas en forma peyorativa.

De hecho el caudillo que heredamos de la madre patria venía a asaltar y dividir el botín. La élite militar y económica que se creó con la Independencia se apoderó de las tierras liberadas de los españoles para todos los venezolanos, lograron inmensas fortunas inmerecidas. Las élites militares que mantuvieron al país entre guerras y guerrillas combatiendo a la oligarquía conservadora con la bandera del federalismo liberal, que cuando llegaban hacían lo mismo, enriquecerse. Los palaciegos cercanos a los dictadores con inmensas fortunas. Los cogollos que conocimos en democracia secuestraron la soberanía popular para su beneficio personal y ahora los enchufaos en tiempos de revolución socialista cuentan con privilegios negados al resto de la población, como decía Benito Juárez: “Para mis amigos todo, para los demás la ley”.

Todo el mundo conoce por las noticias que durante esta revolución socialista han ocurrido los mayores escándalos de corrupción, uno supera al otro, desde Cadivi, los elefantes blancos pagados y no construidos, hasta llegar a su máximo esplendor con Pdvsa, desde Ramírez hasta El Aissami, millones y millones de dólares que superan cualquier presupuesto público anual, sin que el presidente ni un solo ministro renuncien.

Entonces la pregunta es: ¿Cómo hacemos para que esas élites atiendan las necesidades de la sociedad? ¿Cómo logramos igualdad de oportunidades, pluralismo, poliarquía…?

Definitivamente, en el fortalecimiento de la sociedad que logre capacidad de expresión de donde puedan surgir liderazgos competitivos, honestos, con nuevas ideas y planteamientos que cambien la cultura política del caudillo. Que le den contenido social y político al poder.

Un liderazgo que logre cambios en los partidos políticos y no se conforme con que “eso es así” y se pliegan. Debe existir esa fuerza social que motorice los cambios.

Se trata entonces de la reconstrucción de la vida social que sólo es posible a través del reconocimiento del otro como seres que aporten a la construcción del país, obreros, enfermeras, profesionales, estudiantes… así no pertenezcan a la élite gobernante.

El sujeto en el centro de atención, como lo plantea Alain Touraine, que esas voces sean oídas y atendidas, para construir una ciudadanía vigilante con conciencia colectiva. Lo cual sólo es posible en un Estado que conciba a la sociedad como una institución, un Estado Ciudadano.

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@carlotasalazar


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