Dejamos sentado en el artículo pasado que la sociedad es un sistema, el sistema social, compuesto por subsistemas que se retroalimentan para conformar un todo, de tal manera que si falla uno, fallan los demás. De estos, el liderazgo desempeña un papel preponderante por su capacidad de convencer, orientar e influir, para bien o para mal. Por lo que nos corresponde delinear qué tipo de liderazgo se necesita para la armonía y el fortalecimiento del sistema social.

El líder es un ser especial que se distingue en el grupo. Logra reconocimiento por su personalidad carismática, tiene comprensión de lo que sucede a su alrededor, lo cual le permite hacer diagnósticos certeros y establecer estrategias y acciones. Características que ante el compromiso social deben tener en el centro de atención al ser humano, la preservación de su vida, respeto por sus derechos, su salud, educación y bienestar.

La historia de la humanidad nos da cuenta de liderazgos que han logrado cambios trascendentales para el hombre, que todos conocemos. Personas que les ha tocado un rol en medio de una circunstancia de vida. Entre unos y otros, destaco a: – Pericles, instaurador de la democracia ateniense (siglo de Pericles); – Lincoln y Obama, confirman que el sueño americano no es una utopía, se puede salir de la nada y llegar a lo más alto; – Churchill, siendo un gran soberbio, oyendo a los ingleses, convence al Parlamento inglés de ir a la guerra antes que negociar con Hitler; – Thatcher, no era una ideóloga, pero su programa de privatización fue el punto de partida del thatcherismo que guió su política de reformas administrativas y económicas.

Tropicalizando el tema, ¿cómo se ejerce el liderazgo en Venezuela?  Haciendo retrospección histórica desde la Colonia hasta nuestros días, nos toparemos  en cada tiempo al caudillo.

Así, en nuestra Venezuela parroquial, salvo honrosas excepciones, de las cuales me vienen a la memoria Vargas, Urbaneja, Bermúdez, Adriani, Gallegos, Medina, Consalvi…  El liderazgo se ejerce en el ordeno y mando, sumisión e incondicionalidad;  que los lleva no a vencer a los enemigos, sino a eliminarlos, arrasarlos, aplastarlos y humillarlos; para  lo cual necesita el control absoluto de la situación. Así, cucaracha o elefante que se encuentre por el medio lo elimina o intenta hacerlo, con lo cual pierde el foco de atención de sus objetivos.

Conducta que, dicho sea de paso, no es propia de nosotros porque la cultura tribal de nuestros ancestros era de jefatura, pero la ejercían los ancianos, mujeres, agricultores, guerreros… El caudillo entra a nuestra vidas con la colonización como una herencia del sur de España. Cuando los bandidos y aventureros comenzaron a venir a estas tierras en busca de fortuna. Un ser de cualidades físicas e intelectuales que le permitía reclutar partidarios para tomar por la fuerza las haciendas y repartirse, literalmente, el botín. El primero, de muchos, fue el tirano Aguirre.

El liderazgo independentista hizo lo propio para ganar la guerra reclutando para sus filas a los campesinos, que en principio estaban en las de los españoles.

La independencia (1830) dejó una sociedad dividida y mezclada. Grandes mayorías empobrecidas y diezmadas por la guerra, ríos de hombres y mujeres que con el sueño de la libertad y el reparto de tierras lucharon descalzos, desnudos y con los dientes, para lograrlo. A quienes una minoría de caudillos (oligarcas) palaciegos desplazaron, dejándolos no sólo en la esclavitud y arrebatándoles sus tierras, sino degradándolos y humillándolos como seres inferiores que no merecían nada, sino servir. Esa es una deuda histórica que tenemos como sociedad, la igualdad.

Durante el siglo XIX de guerras, guerrillas, asaltos y montoneras, fue cuando más se fortaleció el caudillo. En el marco de la lucha de liberales federales vs conservadores, revoluciones con banderas y consignas, que cuando llegaban hacían lo mismo que los otros.

El siglo XX comienza con la pacificación que logró Juan Vicente Gómez, a costa de todas las libertades y derechos, que el mundo ya conocía; que aguas abajo forjó un liderazgo, de derecha y de izquierda, que luchó contra la tiranía dictatorial y abrió paso a la democracia.

Pero ese liderazgo democrático de izquierda, socialdemocracia y cristiana, quedó congelado en los cogollos de los partidos políticos, acurrucando al caudillo. Es cuando comienzan a crearse las organizaciones sociales: gremios, sindicatos, asociaciones civiles… pero bajo su control, dejando a la sociedad lejana ocupándose de los suyos.

La democracia se convirtió en una fiesta electoral de pitos, bulla, bambalinas y consignas huecas, elaboradas en laboratorios  por expertos (marketing) sin ninguna conexión con lo que pasaba en esa sociedad que habían apartado. El caudillo en ese tiempo muta a los partidos políticos, son sus estructuras las que mandan y los demás obedecen, aniquilan a sus adversarios y tienen el control de la sociedad.

Ahora (de 1998 para acá), en tiempos de la última revolución, dizque socialista y humanista, se ha acrecentado: controlar, ordenar y eliminar a sus adversarios, a quienes no les dan respiro…  al mejor estilo de los caudillos de la Colonia.

Pareciera que ese comportamiento quedó tatuado en nuestra memoria, de tal manera que el ciudadano normal, digo sin poder político o económico, también actúa así cuando le toca.

Necesitamos entonces cambiar esa cultura de caudillo que nos ha envilecido como sociedad al jugar a vivo, al colocarme donde hay… sin sentido de país. Para lo cual es indispensable un modelaje político desde la honestidad, compromiso, respeto… pero ello se logra con un liderazgo real no con seudodirigentes, candidatos o funcionarios designados por el sistema digital.

Ese liderazgo democrático al que me refiero se forja a punta de ideas y de esfuerzo, en las internas de los partidos políticos, en asambleas, en elecciones… y es el que puede combatir el sistema de cogollos para la inclusión de todos en la construcción de nuestro país.

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@carlotasalazar


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