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En un país donde la pobreza extrema es de 80% de la población y la pobreza de ingresos es mayor a 90% (Encovi 2019-2020), todavía hay quien cuestiona que Fedecámaras se reúna con el régimen, a ver a cuáles acuerdos se puede llegar para insuflar algún aliento a la economía venezolana.

Si los partidos políticos democráticos venezolanos no dan pie con bola, mal se le puede pedir a otros actores sociales que se sacrifiquen y esperen la línea partidista de quienes ya uno empieza a ver como unos niños-bien que decidieron jugar a la política después que el país se encontró con Chávez y desbancó a los partidos tradicionales. Como alguien escribió por allí, quienes critican a los empresarios definitivamente no pagan nómina ni tienen que ingeniárselas para que el personal que les queda para que empresas sigan funcionando no se vaya del país. El llamado a los empresarios no puede ser que no se reúnan con el régimen, sino que defiendan sus intereses teniendo como telón de fondo la reestructuración del Estado de Derecho en Venezuela, que, a fin de cuentas, les conviene más que estar sujetos al capricho de una narcodictadura.

En paralelo, la afamada revista Time publicó en estos días un excelente reportaje sobre el rol que jugó la sociedad civil, junto con la principal central sindical norteamericana (AFL-CIO) y la Cámara de Comercio de Estados Unidos, en la protección de la democracia frente a la avasallante embestida totalitaria del hoy expresidente Donald Trump. Numerosos grupos defensores de los derechos humanos, de la equidad racial, del derecho al voto, exdirigentes, exparlamentarios y exgobernadores de los partidos demócrata y republicano, súper ricos como Mark Zuckerberg y hasta la supuestamente endemoniada Antifa coincidieron en la coordinación de una serie de acciones destinadas a fortalecer los procesos y presionar a los responsables de la realización de unos comicios limpios para que la voluntad popular expresada en el voto fuera respetada.

Hubo, pues, un movimiento social detrás de las bambalinas que abarcó cada aspecto del proceso electoral, como dice el reportaje de Time, y que después de las elecciones “monitoreó cada punto de presión para asegurar que Trump no revirtiera el resultado”. Fue la acción de la sociedad más allá de la actuación de los partidos políticos. Fue la responsabilidad ciudadana -esa que en Venezuela Nicolás Maduro no ha logrado todavía aplastar- la que en Estados Unidos sostuvo los pilares básicos de la arquitectura democrática norteamericana.

En Venezuela, existen numerosas organizaciones de la sociedad civil batallando por su cuenta en igualmente numerosos frentes, luchando por la libertad de expresión, luchando por la libertad de los presos políticos y militares, ayudando en el campo de la salud, en el campo de la educación; sindicatos y gremios peleando por un mínimo de reivindicaciones, como es el caso de los profesores universitarios, de los maestros, de los obreros guayaneses, de lo que queda del sindicalismo honesto en la industria petrolera; periodistas que son perseguidos inclementemente tan solo por hacer su trabajo, los de los medios digitales y los de los medios que no lo eran y ahora lo son porque a eso los llevó el régimen. En fin, hay numerosas organizaciones que hasta han buscado un espacio de coordinación con los partidos políticos, que mantienen vivo el clamor por la democracia, pero que no son correspondidas por parte del liderazgo de los partidos políticos con la complementación de una estrategia clara, consistente, continua, que ajuste el rumbo cuando haga falta, un liderazgo al que el régimen no lo deje descolocado cuando les desbarata sus iniciativas. Nunca hay un plan B, o el A se descontinúa, parece desechable.

La sociedad democrática de Estados Unidos tomó sus previsiones cuando se percató de las intenciones del populista Trump de desconocer la voluntad popular desde antes de que se llevaran a cabo las elecciones, cuando decía que si perdía era porque estaban amañadas e inició una campaña para frenar la participación ciudadana en los comicios. Es lo que destaca la revista Time, no una conspiración izquierdista para hacerse del poder, como se ha transmitido por las redes sociales de venezolanos.

Una coalición de diferentes organizaciones sociales consiguió que los estados cambiaran los sistemas y las leyes de votación y ayudaron a garantizar cientos de millones en fondos públicos y privados para esos fines. “Se defendieron de las demandas de supresión de votantes, reclutaron ejércitos de trabajadores electorales y consiguieron que millones de personas votaran por correo por primera vez. Presionaron con éxito a las empresas de redes sociales para que tomaran una línea más dura contra la desinformación y utilizaron estrategias basadas en datos para combatir campañas calumniosas de desprestigio. Ejecutaron campañas nacionales de concientización pública que ayudaron a los estadounidenses a entender cómo se desarrollaría el escrutinio de votos durante días o semanas, para impedir las teorías conspirativas de Trump y que las falsas afirmaciones de victoria calaran más. Después del día de las elecciones, monitorearon cada punto de presión para asegurarse de que Trump no pudiera anular el resultado”.

El trabajo incluyó detalles como el de garantizar que los funcionarios electorales dispusieran de suficientes mascarillas para adelantar su trabajo en tiempo de pandemia; o el de tener suficientes testigos, y fortalecer su presencia, si era el caso, en los centros de escrutinio; en ayudar en la adquisición de máquinas de escaneo; en hacer lobby para que se aprobaran fondos federales para apoyar la infraestructura electoral, y cuando no se consiguieron cantidades suficientes, obtener donaciones privadas, como los 300 millones de dólares que entregó la fundación Chan Zuckerberg Initiative (del creador de Facebook y su esposa).

El día de las elecciones, grupos de activistas de esta diversa coalición fueron a algunos centros de votación a hacer agradable a los votantes la espera en las colas. Era parte de la estrategia 1, la de ganar el voto, precedida de campañas para estimular la participación, con toda clase de propaganda para educar al ciudadano sobre cómo votar. Cuatro estrategias más fueron esenciales para lograr la victoria democrática: ganar el conteo, ganar la certificación, ganar el Colegio Electoral y ganar la transición.

Michigan fue un estado clave en cada uno de estos pasos, un territorio tradicionalmente demócrata que Trump ganó en 2016 por escaso margen. La noche del día de la elección, un autobús lleno de activistas republicanos se presentó en el centro de conteo de votos de Detroit, aglomerándose alrededor de las mesas de escrutinios, sin mascarillas y perturbando la labor de los trabajadores mayoritariamente de raza negra. 45 minutos después, la red de activistas pro democracia tenía docenas de refuerzos en el lugar para apoyar a los funcionarios electorales.

El 17 de noviembre, en el mismo estado, activistas de la coalición inundaron la reunión de certificación de la junta del condado de Wayne, teniendo como base llamar la atención sobre las implicaciones raciales de privar de derechos a los negros de Detroit si se descertificaba la votación. A pesar de un tuit de presión de Trump, los miembros republicanos de la junta electoral certificaron los votos de Detroit.

Trump también presionaba a las legislaturas. En la de Michigan, convocó a una reunión en la Casa Blanca a los líderes de las dos cámaras, ambos republicanos, para el 20 de noviembre. Si estos líderes cedían ante las presiones del presidente, otros legisladores republicanos de estados clave podrían sufrir el mismo trato. Lo que pareció funcionar aquí fue una combinación de actividades de medios, con avisos publicitarios, artículos de opinión de conocidos exdirigentes republicanos, el pronunciamiento de tres exgobernadores y mensajes por las redes sociales, complementados por manifestaciones en los aeropuertos, al salir los legisladores hacia Washington, a su llegada a la capital y al regreso a su estado. Los dos republicanos resistieron la presión de Trump. Después de eso, Pensilvania, Wisconsin, Arizona y Georgia certificaron a sus electores, y el Colegio Electoral como tal votó en la fecha esperada, el 14 de diciembre.

Lo del 6 de enero es historia bien conocida. Para el día en que cada estado presentaba el resultado de la votación de sus colegios electorales en el Congreso y este formalizaba el triunfo de Joe Biden, Trump convocó a sus partidarios y los incitó a que pelearan como diablos en el Capitolio. La coalición democrática no pisó el peine y pidió a sus organizaciones de activistas que no salieran a contramanifestar. Los de Antifa se mordieron los dientes para no salir a combatir a su enemigo acérrimo, los Proud Boys, y a pesar de los actos de violencia en el Capitolio, donde hubo cuatro muertos y pudieron haber perdido la vida el propio vicepresidente de Trump, Mike Pence, o la jefa de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, el acto formal finalmente se realizó y continuó el proceso de transición.

Las organizaciones venezolanas de la sociedad civil, incluidos los gremios empresariales y los sindicatos, están motivadas y la mayoría se activa, a pesar de las trabas impuestas por el régimen, no sólo con la amenaza de represión, sino con la carencia de recursos, de condiciones óptimas de movilización, la inoperancia de los servicios públicos, el mal funcionamiento de los teléfonos y el inestable acceso a Internet que tiene una minoría. El régimen ya no le teme en absoluto a la dirigencia política. Más les teme hoy a las organizaciones de la sociedad civil y por eso ha aumentado la represión contra ellas.

@LaresFermin

 


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