Probablemente volver a su verdadero nombre tampoco le hubiese evitado un final como el que decidió escoger para su trágica muerte, pero ese juego extraño de asumir varios nombres en diferentes etapas de su vida sin duda puede ser un reflejo importante para definir la personalidad de quien escribió y publicó bajo el alias de Willy Mackey, quien para efectos legales tendría que presentar su cédula de identidad con el nombre de Willy Joseph Patiño Lira.

Quién sabe si el mismo Willy al presentar su documento de identidad se vería como un extraño.

Han pasado algunos meses, aún no llega ni siquiera a su primer año de fallecido, cuando decido escribir desde la razón y no desde la visceralidad de la emoción sobre Willy Mckey; a quien conocía por sus escritos en Prodavinci y en sus redes sociales, quizás por esa pluma encendida y un verbo a veces difícil de entender fue que decidí inscribirme y participar en un taller para periodistas y comunicadores organizado por Medianálisis y la fundación BOD en Barquisimeto por allá en pleno año 2017.

Sí, ese mismo año de guerra civil que estábamos viviendo en las calles contra la dictadura que todavía se mantiene en el poder, aun así, tuvimos el tiempo y la disposición de ir a un taller de escritura que dictaba el hoy occiso.

La actividad comenzaba puntual, Willy Mckey sin duda que impresionaba y manejaba con una destreza el verbo y la palabra, estábamos frente a uno de los gurúes más importantes, para aquella época, de la sociedad literaria venezolana; él lo sabía, pero dando clases lograba manejar su ego con humildad, lo que hacía sentirlo cercano y jovial.

Aprender a manejar los conceptos; jugar con la palabra, darles sentido, sabor, olor y hasta vida. Mckey nos sugería que no era lo mismo escribir “subió por las escaleras hasta llegar a su puerta” que: “El joven recorrió los 780 escalones para llegar hasta su puerta”. Así eran sus ejemplos, así lograba darle singularidad a sus narraciones.

Para aquella actividad sabatina llevé una franela que había comprado en una visita previa que había realizado a la Organización Nelson Garrido (ONG) en Caracas, un espacio ciudadano en donde aún se pueden respirar aires de libertad y pluralidad en plena capital de esa Venezuela que continúa secuestrada por el autoritarismo.

“Cada cabeza es un culo” se leía en aquella irreverente camisa anaranjada de letras blancas, sin duda toda una novedad para mi primer encuentro con el poeta y lo que finalmente sería su destino.

Aquella frase de la franela había captado su atención al igual que a mí una palabra que él utilizaba con mucha frecuencia: singularidad. Podría haber utilizado particularidad o peculiaridad, pero él solo usaba esa. Sin duda alguna, toda una singularidad de Mckey y su verbo.

He tratado de seguir sus recomendaciones para escribir, no es fácil, sobre todo cuando no se tiene el hábito de la escritura permanente, aquella jornada de aprendizaje fue enriquecedora.

Coincidí luego con el poeta en Madrid, habrían pasado un par de años desde aquel primer encuentro. Estaba presentando su último poemario, se notaba relajado, ya no era el profesor dando una clase sino el poeta declamando su obra; estaba acompañado de su pareja, a la que irradiaba amor y devoción en cada sorbo que le daba a su copa de vino y al pasar cada página de su obra.

Willy Mckey escribió y vivió según sus convicciones, cometió un terrible error. Un pecado que reconoció y que le hizo saltar 30 metros al vacío. Fue juzgado por un tribunal del que conocía su poder. Se dejó llevar por las redes.

Quién puede saber qué iba pensando en aquella caída libre. Todo fue tan rápido. La misma velocidad con la que fue despedido, apartado y excluido por sus afectos y despojado de todos sus logros personales y profesionales.

Willy Mckey, sin duda un personaje singular

@andcolfa


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