Las últimas semanas ha habido inquietud en los círculos políticos del país por la salud del mandatario colombiano. Lo inestable de su comportamiento se puso de relieve desde los primeros días en el Palacio de Nariño. Los incumplimientos de sus apariciones públicas previstas con una gran antelación dentro de la agenda presidencial fueron las primeras de las pistas.

Se volvió frecuente que Gustavo Petro dejara con los crespos hechos a personalidades del país y del exterior y que no acudiera a eventos nacionales o extranjeros en los que su presencia había sido confirmada y formalmente esperada.

En los inicios, pocos prestaban atención seria a los tremendismos a través de los cuales se expresaba el nuevo presidente socialista, como el de acudir en traje de calle a un evento oficial con el rey de España en el que el “dress code” imponía el uso del frac. Pero dejar plantados a ministros, gobernadores y alcaldes resultaba, si no una afrenta, una irresponsabilidad supina en cabeza de un mandatario. No solo es crónica su impuntualidad lo que inquieta, sino que en sus viajes con frecuencia se ausenta de su agenda, desaparece creando zozobra dentro de su entorno. Ese ha sido el caso en viajes oficiales a Francia y a Brasil. Si es preciso ponerle números a los incumplimientos, valga señalar que a lo largo del año de presidencia transcurrido 82 veces Petro ha trastocado su agenda oficial: 7 incumplimientos por mes.

El hecho de aducir motivos de salud en las incontables cancelaciones se ha vuelto frecuente, lo que también resulta llamativo. Ello lleva a quienes lo observan a preguntarse si este comportamiento no es demostrativo de rasgos torcidos de su temperamento.

Lo anterior puede parecer “peccata minuta” al lado de otros temas de mayor calibre que también inquietan al conglomerado neogranadino. Muchos se preguntan si no puede calificarse al menos de peligrosa inestabilidad los cambios constantes en el equipo que lo acompaña en el gobierno desde su gabinete. En el primer año de su administración que acaba de cumplirse, Gustavo Petro ha puesto a 96 personas diferentes a dirigir sus ministerios y viceministerios.

El caso es que son tan notorios y frecuentes sus traspiés en el terreno de la formalidad y tan crónica su impuntualidad que la oposición abrió un debate sobre la situación de su salud. Dentro de ese contexto, nueve parlamentarios han solicitado al Senado la creación de una comisión de especialistas médicos para evaluar su estado y efectuar un dictamen. Eventuales adicciones han sido mencionadas dentro de la crisis que han creado las conductas de Gustavo Petro.

El propio presidente ha acudido a sacarse a sí mismo las castañas del fuego en una serie de declaraciones a entrevistadores de la prensa, imputándole sus dislates al cansancio. Ha declarado que no solo no tienen fundamento los comentarios malsanos en torno a su salud, sino que le endosa a la “prensa acuciante” un contubernio con las derechas opositoras en un plan estratégico montado para no solo mantenerlo vigilado, sino para generar para una matriz de opinión en su contra.

En definitiva, como todo lo que rodea a una primera figura, los asuntos relativos a la salud del presidente tienen un alto componente de subjetivismo y de especulación, lo que no resta razón a quienes temen quebrantos serios de salud.

Lo cierto es que en Colombia o en cualquier otro sitio, la estabilidad anímica y física del mandatario no es un asunto privado.


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