Yo no soy psicólogo ni psiquiatra y no pretendo hablar como si lo fuera. El país en el que vivimos, sin embargo, nos lleva a todos a preocuparnos por áreas que no nos competen desde el punto de vista profesional, porque nos afectan emocionalmente.

Lo que me llevó a escribir acerca de la salud mental del venezolano ha sido la vida de personas que no conozco, pero que están cerca de personas que sí conozco. Se trata de situaciones tristes a las que ha llevado este gobierno que no sabe ya cómo herir a los venezolanos. Me contaba una amiga que una señora en su edificio pasaba un buen rato tocando a la puerta de todos los inquilinos pidiendo comida. A veces se oían gritos en su apartamento, así como muebles que se movían de un lado a otro generando ruidos fuertes. Hablando con alguien que está más enterada de las circunstancias de la señora, se pudo entender su situación. Es esquizofrénica y vive sola. Un hermano va una vez por semana a darle comida, pero a los dos días parece que se le acaba. Parece también que no está medicada; de allí su inquietud y comportamiento. Se parece al de una señora que vende en el mercado al que voy. Ella está acompañada en su puesto de trabajo por un familiar que la cuida. Hay momentos, sin embargo, en que escurre el trabajo para caminar de un lado a otro del mercado con mucha inquietud. También tiene esquizofrenia y no está medicada. En este caso se sabe qué debería tomar la señora, pero los familiares no pueden pagar los medicamentos.

Se podría decir que los ejemplos que puse bien pueden ocurrir en cualquier otro régimen, por ser la esquizofrenia un mal orgánico. Eso tal vez es cierto, pero que no se encuentren las medicinas o que sean muy caras, sí compete al gobierno que, además, ha hecho que florezcan nuevos males en la población. Las circunstancias de los familiares cambian de “llevaderas” a “dramáticas”, pues la salud pública no existe. Esto, sin hablar de los niños y adultos con cáncer, los que sufren diabetes o necesitan de la diálisis, entre tantas otras enfermedades.

Las consecuencias del mandato de este régimen han llegado muy lejos. Tocan la vida íntima de todos; nos afectan emocionalmente, incluso cuando no se tiene una enfermedad. Ansiedad, depresión, miedo al futuro, miedo por el futuro de los hijos, angustia por no conseguir un trabajo que rinda para las necesidades familiares, son todas cosas que nos afectan y entristecen.

Tener que cerrar un negocio, no saber si irse o no irse del país, no lograr reinventarse como han hecho algunos exitosos, genera mucha ansiedad. Se sabe que en otros países, en otros momentos históricos, todo el mundo ha sufrido y se ha entristecido por dejar su terruño. Lo hemos vivido nosotros cuando recibimos a miles de extranjeros que llegaron sin nada después de las guerras mundiales. Llegaron con mucho dolor y mucha esperanza también. Muchos fueron exitosos y grandes emprendedores, no sin esfuerzo. Uno podría decir que así es la vida, pues no hemos sido los únicos en sufrir las consecuencias de un régimen como el que tenemos, torturador y cruel, pero las circunstancias nos atañen, por ser este nuestro caso. Los que nos gobiernan han sabido muy bien cómo generar ansiedad, tristeza, miedo y desesperanza en muchos venezolanos. Han jugado con nuestras emociones y nuestra salud mental. Con su maldad han inducido en nosotros la creencia de que no podemos contra ellos. Son malignos.

Es hora de que renovemos la esperanza, uniéndonos y trascendiendo nuestras personalidades. El juego parece trancado, por las inhabilitaciones. No sabemos lo que vendrá: otra de las jugadas del régimen para generar en nosotros tristeza y sentimientos de que no podemos ganar: ¿Será? Las primarias, sin embargo, lucen ser un camino, lleno de obstáculos, pero un camino al fin.

Una buena noticia activa en todo ser humano la esperanza y las ganas de vivir. Necesitamos generar otro contexto: uno de alegría y de ganas de trabajar por este país al que todos queremos y por el que todos sufrimos viéndolo como está.


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