Para luchar contra la pobreza, que probablemente se agrave con la pandemia, no hace falta un PIB vigoroso, sino ingresos y educación para los pobres”. Esther Duflo, premio Nobel de Economía.

¿Qué será de la vida del bienestar? Una palabra que parece vetada, borrada de la mente de los venezolanos. El país de mayor crecimiento y bienestar, sí, bienestar del siglo XX en el hemisferio ahora lo tiene lejos e inalcanzable.

Que un venezolano nazca en un hospital en condiciones óptimas, tenga una alimentación balanceada, supervisión pediátrica adecuada, un centro de educación inicial de primera, una educación básica que le abra las puertas al mercado laboral, la opción de hacer estudios universitarios, que tenga la oportunidad de acceder a créditos para obtener su vehículo y su primera vivienda, son temas básicos que hoy son muy remotos para el venezolano.

Hemos iniciado el siglo XXI con la clase media liquidada, la moneda destruida, sin sistema de salud y sin oportunidad alguna de tener un sistema educativo que abra campo y oportunidades de empleo digno. Hoy somos víctimas de una hecatombe sin precedentes.

Ya de diagnóstico tenemos bastante. Ahora, ¿qué hacer?, ¿cómo hacemos para que los venezolanos podamos volver a saborear algo del llamado “bienestar”?

Más allá de la evidente respuesta que es sacar a los que nos trajeron a este desastre, es precisar una ruta objetiva, clara, serena y reflexiva que nos haga entender que podemos construir una nación que cumpla con los estándares mínimos de calidad de vida y bienestar.

Lo primero es creer en el talento de los venezolanos y entender que no es con la intervención del Estado que vamos a resolver los problemas; sino al contrario, es sacándolo del medio y poniéndolo en su justo lugar. Hay que cambiar radicalmente el modelo económico: cero control de precios, cero control de cambio, disminuir los controles burocráticos y dejar que las reglas del libre mercado vayan recuperando la confianza en el país.

Necesitamos  crear un importante paquete de leyes que protejan y estimulen la inversión privada, bajen los impuestos y eliminen regulaciones que no tienen sentido. Darle especial prioridad al capital venezolano que ha huido del país despavorido por el socialismo primitivo que los robó y persiguió, abrir nuestras fronteras con zonas francas y de arancel cero, debe ser una meta. Eso sí, con una instancia del Estado que permita resolver las desviaciones del libre mercado, tales como monopolios y oligopolios, que tendrán que ser controladas con especial énfasis.

Privatizar la industria petrolera y ese arsenal de chatarras de empresas del Estado, adoptar el dólar como moneda nacional y permitir el establecimiento de la banca internacional en nuestro país serían señales más que claras para que esos capitales puedan volver.

Sin embargo, suscribimos el criterio de Esther Duflo… “El crecimiento no implica bienestar”. Tampoco habrá bienestar sin crecimiento. Para lograr ese sano equilibrio tenemos la mejor herramienta: la educación.

Donde el Estado sí debe intervenir es en política social, y tenerla centrada en la educación es la clave. Con un sistema educativo moderno, innovador, que promueva la creatividad, la resiliencia y cuyos objetivos sean útiles y prácticos para el país y para los ciudadanos, cumpliremos los objetivos. No se trata de dádivas, se trata de apoyo al niño en la adquisición de destrezas, al joven que necesita crecer, al adulto que pierde su empleo o al adulto mayor que quiere seguir siendo productivo y necesita vivir y trabajar.

Los retos del siglo XXI imponen que tengamos un sistema educativo muy diferente al viejo diseño. Se trata de enseñar distinto, con métodos nuevos, con mucha presencia de tecnología y con la intención de que sea para cualquier edad. Lo que hoy puede ser viable y sostenible, mañana no lo será, por lo que los venezolanos debemos aprender a pensar, aprender a aprender y a  innovar constantemente.

Un Estado que quiera generar bienestar tendrá que hacerlo a través de la educación. No solo brindando instrucción de calidad, con contenidos bien elaborados y ajustados a los planes nacionales de desarrollo, con maestros bien formados y bien pagados, sino también acompañando este esfuerzo de una potente política de intervenciones urbanas en las zonas más pobres que quiebren ese círculo de pobreza y violencia.

Que en medio de las zonas de mayor exclusión se levante una obra que merezca premios de arquitectura, con rasgos de modernidad, que la comunidad sienta como suya, que sea el símbolo de su nueva época, es fundamental para lograr el cambio cultural que deseamos. Un niño, un joven, un adulto o un anciano que entre a ese nuevo centro, de espectacular diseño, logrará entrar a un mundo nuevo, lo que le dará la necesaria para romper con la pobreza.

¿Cómo pagamos eso? No les voy a decir “con ayuda internacional” porque no creo en demagogias ni falsas promesas. Lo haremos con un fondo creado por las privatizaciones del Estado. Se trata ahora de sembrar el petróleo en ciudadanía. La mejor cosa puede hacer un Estado es invertir en formar a su sociedad y llevarla al moderno concepto de “Sociedad y economía del conocimiento”. Con ello, sacamos lo mejor de los dos mundos: despojamos al Estado de cargas inútiles y logramos invertir en el talento de los venezolanos.

Bienestar y libertad vendrán de la mano de la educación. Cambios económicos hacia la libertad plena con política social centrada en educación es la garantía para que los venezolanos volvamos a conocer de primera mano lo que se llama bienestar. Tener claros estos pasos que debemos dar es la primera fase para lograr la libertad de Venezuela.


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