Probablemente, muchos venezolanos se encontraron con la sorpresa de enterarse de que los activos de la empresa Citgo, propiedad de la República de Venezuela, están en riesgo por una demanda que presentó una empresa canadiense ante tribunales en Estados Unidos por el presunto incumplimiento de una deuda correspondiente a la expropiación de esa empresa, ordenada por el gobierno de Hugo Chávez Frías.

Por supuesto que a los gobiernos les asiste el derecho de expropiar empresas, algo a lo que Chávez se aficionó, como una manera de arruinar la economía privada y a sus adversarios, mientras se exhibía impúdicamente frente al país y el mundo gritando su lema de batalla: “Exprópiese”. Pero la irresponsabilidad del acto de expropiación efectuado sin la debida atención a los extremos legales internacionales, actuando con la misma arbitrariedad con que gobernó al país, ha puesto a Venezuela en una situación muy delicada, que los negociadores del gobierno encargado de Juan Guaidó están tratando de remediar frente a los tribunales norteamericanos.

En juego está no solamente la defensa de Citgo frente a las aspiraciones de la empresa canadiense, sino la necesidad de protegerla de las eventuales aspiraciones de otras corporaciones que tienen litigios con la República. Para hacer más sombrío este cuadro, es importante entender que Citgo es una empresa clave para el negocio petrolero y de refinación de crudo venezolano. Algo de importancia capital, especialmente de cara a la escasez de combustible que aflige a nuestro país, causada por una combinación diabólica de incompetencia supina y corrupción pornográfica al frente de los asuntos del Estado y especialmente de nuestra industria petrolera. Un proceso de aniquilación del patrimonio de la nación que empezó con Chávez y que ha continuado de manera indetenible con Maduro, porque en esto, como en casi todo, lo que hace peor su protegido Maduro, empezó mal con Chávez.

La regla que utilizaron los tribunales norteamericanos para penalizar a una empresa de la República, Citgo, por supuestos incumplimientos de la República, es lo que se conoce en el argot legal como la Regla del Alter Ego y que se resume, para los efectos del caso que nos interesa, en que se persiguen los activos de Citgo por presuntas deudas de la República con la corporación canadiense. Es decir, que para los efectos de entender la traición que el chavismo ha perpetrado contra su propio pueblo conviene pensar del régimen chavista como un Ego arrebatado y perverso, que se preocupa solamente del poder en si mismo, del control de la sociedad, y de mantener a la gente en el límite de la supervivencia para evitar la protesta social. Un Ego del mal que intenta mantener sus propios privilegios a expensas del sufrimiento de la gente.

Por supuesto que tales analogías no siguen los preceptos ni el rigor de las ciencias políticas, pero son muy útiles en términos comunicacionales. Bajo la misma analogía, el pueblo sometido bajo un régimen totalitario y sin límites institucionales, es el Alter Ego atropellado y sometido a la acción criminal del Ego. Esta correspondencia entre un liderazgo abyecto y las consecuencias que eso trae para la nación son propias de dictaduras y regímenes totalitarios, como el caso de la Alemania nazi. Para los venezolanos, el Alter Ego es la República, vejada y humillada por las acciones del Ego chavista, que la ha convertido no solo en la hetaira de los proxenetas cubanos, y en la gallina de los huevos de oro para rusos, chinos, iraníes y la guerrilla colombiana, sino en un motivo de escarnio para la condición humana de los venezolanos, hambreados y obligados a mantenerse en sus casas presuntamente para protegerlos de la pandemia, en realidad para ocultar la crisis de gasolina.

Es tiempo de que el Alter Ego se rebele contra el perverso y corrupto Ego. Pero ello no ocurrirá si los líderes de la resistencia democrática no hacen lo que tienen que hacer para unirse y darle contenido político y de cambio social a la furia in crescendo del Alter Ego. Guaidó debe dejar de ser solamente el líder de la AN y convertirse en el jefe del gobierno de emergencia, que pueda negociar con el resto de la oposición, y con los aliados internacionales una acción común. Pero eso no será posible si no se construye una estrategia distinta que verdaderamente le hable y organice a la gente. Tiempos de que esta batalla épica termine por resolverse a favor de nuestro pueblo.

 


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