¿Cómo va a afrontar América Latina, la región más pobre de Occidente, al virus que está colapsando sistemas hospitalarios en Europa? Ya hay contagiados en todos los países latinoamericanos, y la omnipresente precariedad en salud pública garantiza una catástrofe si la población no reacciona a tiempo.

Ya es conocida la situación en Italia, un país que destina el 6,7% de su billonario PIB al sistema de salud. No alcanzan las camas en los hospitales y se desborda la demanda de servicios fúnebres. La pálida inversión del 1,7% que se ve en Venezuela o de 3% en Perú permite intuir el contexto regional. El presupuesto sanitario latinoamericano es tan solo de 949 dólares per cápita, cuatro veces menos que en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Además, está claro que los contagiados con enfermedades endógenas como el dengue o el zika, aunado a las víctimas de la violencia, ya crean una demanda hospitalaria desproporcionadamente alta en la región.

La estrategia aplicada por países con altos niveles de contagio es la cuarentena forzada. El mundo laboral se vuelca al home office y las salidas se limitan a las de primera necesidad. Ese es el beneficio de los que cuentan con un empleo fijo, situación utópica para América Latina, en donde casi la mitad de la población depende de la economía informal. Esto quiere decir que su subsistencia exige en muchos casos ingresos inmediatos, y los derechos laborales son básicamente inexistentes. Si se llegase al extremo de tener que aplicar una cuarentena en un país como Guatemala, por ejemplo, ¿qué sucedería con 70% de la población que no cuenta con un empleo formal? Por ahora el objetivo es evitar una situación en la que se tenga que escoger entre crear desahuciados económicos o aumentar el número de desatendidos en los hospitales.

A esto se le suman algunas predicciones económicas para nada favorables. El Fondo Monetario Internacional afirmó en enero que durante el período 2014-2019 el PIB latinoamericano se redujo en 0,6%, y predijo un crecimiento mínimo en los próximos dos años. Sin fertilidad financiera es improbable que haya una mayor inversión en el sector de la salud.

Existe entre los latinoamericanos una tendencia a desconfiar de las autoridades. Es legitima, ya que la corrupción y el clientelismo son status quo en la mayoría de estos países. El abuso del poder y la manipulación mediática han sido constantes históricas, con lo cual la credibilidad institucional ha sufrido. Sin embargo, en situaciones como esta el Estado debe establecer medidas preventivas, y la ciudadanía tiene que cumplirlas. El escepticismo con respecto a la autoridad podemos dejarlo para otro momento.

Los peores escenarios posibles solo se van a evitar si el grueso de la población asimila la gravedad del asunto. Pensar que los medios están dramatizando la situación e infundiendo el pánico innecesariamente solo va a aumentar el impacto del contagio.

Ahora lo único razonable que se puede hacer es aplicar las medidas higiénicas y el distanciamiento social, independientemente de la ciudad latinoamericana en cuestión. Esa prudencia quizás logre evitar una cuarentena prolongada, que muchos no podrían aguantar. El objetivo principal sigue siendo sortear el aumento masivo de casos en poco tiempo, ya que esto produciría una crisis hospitalaria. Por lo general basta con que menos de un número porcentual de la población requiera asistencia médica súbitamente para que los hospitales colapsen.

La fragilidad del aparente orden en el que nos encontramos se ha hecho evidente en los últimos días. El coronavirus, una amenaza invisible, trae consigo una inmensa incertidumbre, y solo el comportamiento racional de cada individuo puede ayudar a disminuirla. Esta circunstancia colectiva se convierte, además, en una oportunidad para ensayar una versión solidaria y empática de nosotros mismos. Atenerse a las pautas preventivas es una demostración de respeto frente a los demás y frente al futuro de nuestro entorno socioeconómico.

La responsabilidad individual aumenta en países estructuralmente débiles como es el caso latinoamericano. Aquí una crisis no solo significa recesión y desempleo: cuando hablamos de países como Haití o Venezuela la subsistencia también se pone en juego. Sin pánico, pero con responsabilidad, demos a esta situación el trato serio que merece y quizás evitemos una catástrofe.


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