“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Así dice el viejo refrán. No fueron pocos los venezolanos que cuestionaron la época de oro de nuestra democracia, esa que se instaló en nuestro país después del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y que se mantuvo hasta la segunda presidencia de Rafael Caldera.

El 2 de febrero de 1999, con el ascenso al poder de Hugo Rafael Chávez Frías -pocos años después de ser indultado por el entonces presidente Caldera, pese a los daños y muertes causadas por su rebelión de 1992-, se inició el derrumbe de la democracia venezolana y, junto con ella, también de nuestro país. A partir de ese momento, y a lo largo de los últimos 23 años, el proceso de aniquilación se ha venido cumpliendo sin prisa, pero sin pausa, con la particularidad de que ahora lidiamos con una turba de “bandidos revolucionarios” que dejan a la conocida figura de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones como malandrines de escasa relevancia.

No cabe duda de que los espectáculos que en materia de corrupción se han venido escenificando en los más conspicuos niveles de la revolución “bonita” serán recordados, comentados y analizados en los años por venir. Tampoco dudamos que los emblemáticos líderes que hoy aspiran pasar por debajo de la mesa, serán expuestos como lo que realmente son: resentidos practicantes del odio contra quienes no comparten sus radicales visiones y puntos de vista.

Lo que ha venido aconteciendo puertas adentro de la revolución “bonita” pone de manifiesto que allí no hay espacio ni posibilidades para una salida honrosa. Ni los altos funcionarios y líderes de la revolución, y mucho menos el conductor de Miraflores, están dispuestos a dar el necesario e imprescindible paso a un lado en consideración a la incapacidad de todos ellos para poner en práctica un riguroso mecanismo de control y supervisión que evitara lo que ocurrió ante sus propias narices. En pocas palabras, sus actuaciones fueron las de unos pobres pendejos.

La desgracia que en estos momentos se está escenificando y que preocupa a todos los venezolanos pone de manifiesto la importancia de la unión de los diferentes grupos opositores. La ejecución de esa acción es lo único que puede conducir a una victoria que arrase con la dictadura y su corruptela ya incontrolable.

No perdamos nunca de vista que nuestra denostada democracia tuvo un nivel de pulcritud que pocos reconocen o recuerdan. Cualesquiera sean los errores y fallos cometidos por unos pocos, lo cual no es ajeno a la naturaleza humana, la democracia que se implantó después del derrocamiento de Pérez Jiménez será por mucho el ejemplo a seguir y superar. Esa debe ser nuestra meta.

La pulcritud de los máximos líderes democráticos de nuestro país tiene que imponerse de nuevo. Ese es el faro que nos tiene que guiar otra vez.


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