A nuestra jamás fidedigna democracia la flanquean cuatro clases de alimañas: las letales con pertrechos, parias cooperantes,  concubinas, viudas y observadoras ciegas. Aun cuando ya fueren gozosas de providencias administrativas, todas esperan que fallezca para distribuirse, en desiguales porciones y conforme al organigrama del funcionariado forajido de Estado, los «réditos» (caso que todavía hubiere).

En cuanto a quienes somos epígonos o vasallos-esclavos o la vulgata, no importará cómo nos autocalifiquemos u otros lo hagan: nunca seremos convidados al reparto de la tarta. Pero, proseguiremos hacia la nada que está en no se sabe dónde y que a todos en silencio aguarda.

La democracia latinoamericana es respecto a las libertades un corpus herido de gravedad: agónico y que, con rudeza extrema, sucio, desnudo y amordazado, fue atornillado a una camilla/cruz de hospital ante el cual sus médicos y enfermeras (que también verdugos) no pronuncian plegarias.  Está moribunda y sus dolientes sin fe por su recuperación.

¿Por qué? -intentar salvarla comporta emprender actos insurreccionales (reanimaciones cardiopulmonares, RCP) que no garantizan su recuperación sino el nacimiento -sobre su mortaja- de una espiguilla que rauda crecerá para transformarse en una especie de peligroso manzanillo arbóreo.

El único sistema político de cohabitación entre personas en una sociedad organizada, que yo reconocería legítimo, tendría por preceptos la satisfacción de las necesidades fundamentales del ser humano: aparte de la libertad conceptual e individual que termina donde comienza la del otro, auxilio mutuo, justicia, igualdad ante su aplicación y la ausencia de apropiadores indebidos de la Institucionalidad del Estado de la Nación. Sin principales intocables sino administradores de repúblicas con rescindibles contratos.

La agonía de la democracia latinoamericana puede medirse con actos de sufragio que lucen suicidas. Los pueblos saben de los fracasos de ciertos regímenes de gobierno instaurados en la vecindad, empero no les importa y otorgan poder de mando a los admiradores del terrorismo y caos. Nos quedan pocos metros de que recorrer sin que hallemos a vencedores que dicen estar aptos, ungidos y predestinados derrotar un imperio cuyo signo monetario se ha convertido en fetiche para la adoración de todos.

El dólar es una divisa, no quiso mando y los enemigos de Norteamérica se lo dieron. No hay un rincón de centro-sur continental donde no sea venerado e impuesto. Las consecuencias son devastadoras: hiperinflación, especulación, estafas cambiarias, distorsiones financieras, corrupción masiva e impune. Crímenes de lesa humanidad. No es un fantasma.

Tendrá término, presagio que antes de lo imaginable. El totalitarismo es un viento huracanado que mata, pero sobre sus escombros y hedores mortuorios el ser humano erguirá: no una bandera, sino el reino de la buena vida.

@jurescritor

 


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