En la tarde de la víspera de Navidad de hace exactamente 80 años en medio de la Segunda Guerra Mundial, el piloto italiano Amerigo Javarone de la Regia Areonautica (fuerza aérea italiana) patrullaba en el mar Adriático con su hidroavión Cant Z 501. La presencia de la flota británica del Mediterráneo y la Royal Air Force se había intensificado en la zona debido a la invasión de la Italia fascista (desde su colonia de Albania) al Reino de Grecia el 28 de octubre de 1940. Los británicos apoyaban a los griegos y habían logrado hundir a los principales acorazados italianos en su base de Tarento el 11 de noviembre. La vigilancia italiana era fundamental para evitar una nueva sorpresa y en esta tarea Javarone, sus tripulantes y sus enemigos, vivirán una experiencia que nunca olvidarán. Estas son sus palabras según sus memorias: Il Lungo Inverno del 1944 (2002):

En un mar en calma, bajo un cielo despejado, la guerra parecía un hecho lejano, sólo un recuerdo. Cuando llegamos a la vista de Corfú y me estaba preparando para virar hacia la costa de Apulia, vi un punto distante, que venía de la costa hacia el mar abierto. Se acercó rápidamente: era un avión inglés, un Sunderland, (…) el cual se unió a nosotros, a una distancia de no más de mil metros, y durante un rato voló en un rumbo paralelo. Los nuestros estaban listos, pero las ametralladoras estaban en silencio. Había dado órdenes de no abrir fuego excepto en respuesta a su acción ofensiva. Sus ametralladoras también estaban en silencio: el Sunderland estaba fuertemente armado con dos ametralladoras de 12,7 mm y ocho ametralladoras de 7,7 mm; y nosotros sólo teníamos dos ametralladoras de 7,7 mm. Mis hombres estaban pálidos, con las manos en las armas, y miraron hacia mí, esperando una señal. No perdí de vista al piloto del avión inglés, a quien distinguí claramente, acercándome aún más.

Hubo algunos momentos de tensión, pero no pasó nada. De repente vi que la mano del piloto inglés se elevaba hacia arriba y saludaba en un amplio y evidente gesto de saludo. Respondí al saludo sorprendido y emocionado. El Sunderland aceleró su paso alejándose hacia el mar abierto y desapareció en el horizonte.

Han pasado muchos años desde entonces pero nunca he olvidado ese día: era el 24 de diciembre, Nochebuena.

La memoria colectiva de la humanidad considera la tregua de Nochebuena de 1914 en medio de las trincheras del Frente Occidental, como el gran momento en que el profundo significado de la Navidad pudo detener aunque sea por unas horas el horror de la guerra. La Segunda Guerra Mundial pareció incapaz de emularla, pero como acabamos de contar hay pequeños ejemplos que demuestran que la Encarnación del Niño Dios logró que en la “Tierra haya paz entre los hombres de buena voluntad”.

En la primera Navidad de la Segunda Guerra Mundial (1939) el dolor embargaba principalmente a los polacos (católicos y judíos) que comenzaban a padecer la esclavitud nazi. Se combatía en: Finlandia (a menos 30° C.) la cual se defendía de la invasión de la Unión Soviética (el 25 de diciembre Helsinki y otras ciudades serán bombardeadas); en los mares (tal como relatamos en la entrega de la semana pasada al analizar la Batalla del Atlántico) y en la lejana China conquistada gradualmente por el Imperio del Japón. En el occidente de Europa se vivía la tensión de la “drôle de guerre” entre Aliados anglo-franceses y el Tercer Reich (Adolf Hitler visitaba a sus soldados en las defensas). Por lo que muchos combatiente ya pasaban la Navidad en el frente, cuarteles o campos de concentración y de esa forma en la mayoría de los hogares la nostalgia se hacía más fuerte debido a la ausencia de sus seres queridos (solo los cartas le daban esperanzas de volverlos a ver). En ese diciembre de 1939 podemos leer testimonios en los diarios personales como el de Victor Klemperer (alemán judío al cual dedicamos un artículo el 20 de diciembre pasado en el Wall Street Journal Magazine) que se titulan: Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-45, el cual escribió en la tarde antes de Nochebuena:

Pese a todo, esta Navidad no es tan deprimente como la pasada. Entonces había paz, los países occidentales parecían haber capitulado definitivamente, Hitler, instalado por un tiempo indefinido. Y ahora, se va a decidir la partida y tiene que decidirse contra Hitler.

Klemperer conoce bien los horrores de la guerra al haber estado en las trincheras de la Primera, pero a pesar de sus horrores al menos resulta menos malo que el régimen nazi no tenga oposición alguna y se quede en el poder indefinidamente. La guerra es vista como un mal menor, como una esperanza y; de esa forma comienza a mostrarse como la defensa del bien ante los más perversos. Y en la vida cotidiana de esos días hay pequeños gestos de caridad con él que es un judío y por tanto sus cupones de racionamiento son menores. Un tendero le permite comprar unos dulces y una antigua estudiante (Klemperer era profesor y los nazis lo jubilaron a la fuerza) le trae de regalo:

¡Dos grandes filetes de ternera, un huevo, una lata de sucedáneo de miel, una tableta de chocolate, dos panes de especias, un par de calcetines, dos latas de leche y un libro! Eva (su esposa “aria” razón por lo que él no termina en un campo) y yo estábamos emocionadísimos. Qué época increíble. ¡Esos son los regalos para un profesor de universidad! Una manifestación de valentía y un testimonio de oposición. Es un síntoma importantísimo del ambiente general.

Ese mismo día el papa Pio XII en su Mensaje del 24 de diciembre de 1939 diría:

Ante el estruendo de la guerra, una inmensa amargura inunda nuestro ánimo, triste y preocupado porque el santo nacimiento del Señor, del Príncipe de la Paz, habrá de celebrarse hoy entre el funesto, fúnebre tronar de los cañones, bajo el terror de bélicos aparatos volantes, en medio de las amenazas y de las asechanzas de los navíos armados.

Y denuncia: (…) la premeditada agresión contra un pueblo pequeño, laborioso y pacífico (más adelante hablará claramente de Polonia y Finlandia), con el pretexto de una amenaza ni existente ni querida y ni siquiera posible; las atrocidades (quienquiera que las haya cometido) y el uso ilícito de medios de destrucción incluso contra los no combatientes y los fugitivos, contra los ancianos, las mujeres y los niños; el desprecio de la dignidad, de la libertad y de la vida humana (N° 7).

La semana que viene trataremos otros aspectos de las Navidades y Año Nuevo de la SGM pero le daremos mayor importancia a las de 1940. Aprovechamos para dar un saludo de Feliz Navidad a todos nuestros lectores y especialmente a los que nos apoyan en este proyecto de revisión de la historiografía y la cinematografía en el 80 aniversario de la SGM. Un excelente ejemplo es el amigo italiano Michelle Merenda (actual estudiante de la Sorbona en París y al que conocimos por medio de un exalumno y buen amigo: Guillermo Ramos Flamerich) que al saber que hablaría de las navidades me hizo conocer la primera anécdota que hemos contado. A ambos y a todas las personas de buena voluntad: ¡Feliz Navidad!


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