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A partir del 1 de julio, la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea (UE) en la segunda mitad de 2023 quedará en manos de España, un país que siempre ha desempeñado un papel estratégico en la promoción del acercamiento entre el bloque comunitario y América Latina. La llegada de España a la presidencia plantea como gran ambición la de reforzar una relación que ha perdido terreno los últimos años. Es, sin duda, una oportunidad que puede resultar positiva para las dos partes. Los tiempos de acercamientos interesados o asimétricos quedaron atrás.

El contexto internacional no es el más propicio para cerrar grandes avances comerciales. La pandemia y la guerra en Ucrania han dejado un escenario de desglobalización, fragmentación y tendencias proteccionistas. En los últimos meses se vieron movimientos hasta hace poco impensables, como el Inflation Reduction Act (IRA) en Estados Unidos y otros instrumentos inspirados más por la política que por la economía, que plantean un reto inédito para el tradicional multilateralismo e impulso regulatorio europeo.

Sin embargo, ese mismo contexto geopolítico complejo ha traído movimientos positivos en Europa. La UE ha entendido que la búsqueda de crecimiento debe darse acompañada por garantías de sostenibilidad social, económica y medioambiental, con el consecuente objetivo de combatir el cambio climático y potenciar la transición energética y la revolución tecnológica y digital. Y América Latina puede beneficiarse de ese empeño.

La directora de Política Energética en la Dirección General de Energía de la Comisión Europea, Cristina Lobillo, aseguró en una conferencia reciente que la UE no puede permitirse “repetir el mismo error” de depender en exceso de un único proveedor, como ocurrió con el gas ruso, y apuntó la necesidad de diversificar proveedores de materias primas consideradas críticas para la transición energética. “En particular, nos estamos centrando en África y América Latina”, dijo durante la Jornada Anual de Energía celebrada en la escuela de negocios Esade.

Lobillo calificó de “muy importante” la primera cumbre UE-Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) celebrada en ocho años y prevista para mediados de julio en Bruselas. También el jefe de la diplomacia europea, el español Josep Borrell, ha insistido en la importancia del encuentro y la necesidad de aprovecharlo al máximo. En Bruselas se respira un despertar de la vocación internacional del proyecto europeo que coincide con la necesidad de América Latina y de otras regiones de encontrar nuevas oportunidades al margen del marco confrontativo China-Estados Unidos.

La presidencia española del Consejo de la UE llega con muchos canales abiertos con América Latina y con diversos países en concreto. Chile y la UE acordaron en diciembre actualizar el marco regulador de sus relaciones comerciales, un ámbito siempre pendiente con Argentina. A nivel Mercosur, es difícil predecir si habrá avances tras la llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia y ante la perspectiva de un año electoral en Argentina. La agenda también vendrá marcada por el potencial energético de América Latina, sobre todo en renovables, y por cuestiones de industria, cambio climático, desigualdad y digitalización, entre otras.

El interés europeo en América Latina debería ir más allá de España y Portugal, los dos grandes impulsores de la relación con la región. La Europa del norte y la Europa del este deben asumir también la relevancia global de América Latina. Más aun ante los múltiples desafíos de un mundo cada vez más complejo, como muestran la guerra en Ucrania, la tensión con China o el papel de otros países como Irán o Turquía. La presidencia española podría dar ahora un nuevo énfasis a esa necesidad.


Juan Moscoso del Prado es senior fellow del Centro de Economía Global y Geopolítica EsadeGeo.

 


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