De un tiempo a esta parte la realidad china y la realidad norteamericana son vistas desde todos los lugares del planeta a través de un prisma de confrontación bilateral. Personajes con un alto nivel de calificación de lado y lado e instituciones de calibre son citados para demostrar que en esta guerra fría cada país intenta mantener una primacía planetaria. Ello ha terminado por crear un ambiente en el que se les ve a los dos países enfrascados en una batalla sin cuartel por dejar la mayor huella planetaria en lo económico, en lo político, en lo tecnológico y en lo militar.

Hay otro actor de este episodio al que hay que endosarle buena parte del posicionamiento de los observadores ante esta supuesta diatriba de poder: la prensa encargada de echarle gasolina al fuego.

Debido a la intensidad y la frecuencia con que los temas económicos son abordados por los medios de comunicación y por las redes digitales ya se acepta en todas las latitudes como un hecho incontestable que Pekín está empeñado en disputarle el primer lugar que Washington ocupa en la dinámica mundial. Pareciera que las estrategias que desarrolla el titán de Asia por superar sus enormes dificultades, mantener su tasa de crecimiento y resolver la desaceleración de sus variables económicas, responden a ese inveterado deseo de pisar más fuerte que los Estados Unidos en la escena global.

Sin embargo, es el terreno de lo militar donde se observa con mayor nitidez el papel que la prensa norteamericana está desempeñando para avivar un sentimiento nacionalista y en crear un ambiente adverso a China. Y los lectores lo absorben sin casi percatarse. Por ejemplo, de nada valen las declaraciones hechas por las autoridades militares norteamericanas -el Comando Sur, en este caso- por aclarar que los ejercicios de patrullaje llevados a cabo por China y Rusia en agosto pasado cerca de la costa de Alaska no son vistos como una amenaza sino como simulacros navales sin mayor trascendencia. La prensa de Estados Unidos no dejó pasar la ocasión para inventarse un episodio de agresión y alimentar la animosidad contra China. Lo mismo puede decirse del abordaje de la turbulenta relación de Pekín con Taipei en el que la prensa ha sido esencial para calentar constante y peligrosamente el ambiente.

Flaco servicio prestan estos medios a la ciudadanía al hacer ver que se está generando un inevitable episodio de enfrentamiento militar que no existe en el ánimo de los supuestos contrincantes por lo inconveniente que resultaría para ambos lados.

No hay duda de que algunos medios están siendo alimentados por sectores afines al Pentágono a quienes interesa hacer rodar reportes periodísticos tendenciosos con el propósito de evitar cualquier perspectiva de cooperación que pudiera estarse gestando entre los dos países. También existe interés en ciertos círculos en desviar la atención de la opinión pública de los problemas económicos que enfrenta la gran nación americana. Para ello, poner el acento sobre el expansionismo chino en Occidente o enfatizar la coerción económica o la dominación de Asia son particularmente útiles para destacar la noción de riesgo.

A pesar de que las diferencias en todos los terrenos son abismales, no existe tal cosa como un deliberado curso de colisión entre los dos países. Pero los prejuicios ideológicos que los medios están creando, sin duda no trabajan a favor de un deshielo.


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