El diario La Prensa de Nicaragua cumplirá cien años de existencia en el 2026, acontecimiento solemne para una empresa mediática que ha sobrevivido muchas adversidades y calamidades políticas, siendo la principal la estancia del sandinismo desde 1979 a la actualidad, a pesar de que ésta, como muchos otros sectores institucionales y ciudadanos, no le dieron uno sino muchos votos de confianza a la guerrilla comunista sandinista que se tornaba triunfalista, tumbando al último de los Somoza  para después morderles  la mano a ella,  a todo el pueblo y al mundo entero que los endiosó febrilmente.

Recientemente, con motivo de sus 98 años de fundada, he visto desde mi exilio a través de sus páginas virtuales, algunos artículos de viejos colaboradores, intelectuales, escritores y académicos que escribieron desde sus años mozos universitarios hasta la llegada del sandinismo y quienes, tras el lapso de la toma violenta del poder del FSLN,  (1979-1990), dejaron de hacerlo hasta la llegada de los gobiernos de transición y la segunda presidencia de Daniel Ortega a la actualidad.

¿Qué pasó entonces, a qué se debió tanto abandono? que todas estas gentes con todo y bártulos, títulos y academias, se pasaron al lado del sandinismo, ¡al lado de la flamante revolución popular sandinista!

En dos monazos se olvidaron no sólo de La Prensa, a la que también atacaron como el «medio de la derecha», «reaccionario», «agente de la CIA y el imperialismo» y sobre todo «diversionista ideológica», sino de casi  todo un conglomerado nacional que los apoyó, y quienes se convirtieron en policías culturales (vestían de verde olivo con pistolones al cinto) mientras renegaban de toda la cultura y el pasado nacional somocista, del cual muchos se habían beneficiado en sus gobiernos liberales.

No he visto una sola línea de esos «viejos camaradas» hablando sobre la censura de prensa en esos años. Los cierres a los que fue sometida, los encarcelamientos a sus directores, editores y periodistas y demás atrocidades como la suspensión publicitaria, lo cual considero oportuno traer a colación en estos 98 años de creada para no olvidar el pasado.  Eso sí, ellos han vuelto a sus páginas, ¡que bueno y fortuito es vivir en democracia,  aún para sus decrépitos  y pasionarios destructores!

Escribo esta nota a mis más de 40 años de ser colaborador tanto de La Prensa Literaria en cuyas páginas me publicó mis primeros poemas y cuentos el gran poeta y amigo Pablo Antonio Cuadra (PAC), su director general en 1982; y de haber sido redactor político y cultural de planta  de 1992 a 1998.  Ahí, en esa ya desaparecida sala de redacción conocí a don Horacio Ruiz (qepd), quizás el mejor periodista que ha tenido Nicaragua no solo por su destreza y capacidad intelectual redactora sino también por su inmensa cultura y manejo de varios idiomas, quien estuvo preso siendo director del periódico.

La historia de este hombre en la etapa en la que trabajé fue verdaderamente aleccionadora y grandiosa. En las décadas de los ochenta y noventa La Prensa atravesó numerosos momentos críticos, como el asesinato de su director mártir Pedro Joaquín Chamorro Cardenal; los constantes cierres e incluso la propia autocensura que su subdirectora, Cristiana Chamorro, intentó llevar a cabo para favorecer a su esposo Antonio Lacayo (qepd), quien trató por todos los medios de ser candidato presidencial siendo secretario de la Presidencia del Gobierno de su suegra, la expresidente Violeta Barrios de Chamorro.

En esa guerra periodística interna supe lo que significa el valor  de informar sin manipulaciones. Aun el periódico se armaba manualmente con las notas ya corregidas, cortadas con tijera y pegadas en un tablón ya diseñadas, y Don Horacio a la hora del cierre muchas  veces, enfrentaba verbalmente a Cristiana y desarmaba sobre todo la portada en la que ella ya había colocado crónicas afines al gobierno de su mamá y esposo. Eran contradicciones  fuertes, entre una de las propietarias y el director.  Sin embargo, en la mayoría de los casos reporteros y  editores casi siempre cerraban filas alrededor de este, quien hacía un trabajo ajustado a las clavijas éticas informativas con un sentido de verdad y de justicia en “el diario de los nicaragüenses”.

Hay mucho que decir sobre este importante diario, como por ejemplo la división interna de sus propietarios, lo que causó severas crisis. Por ejemplo, uno de sus socios y hermanos se fue a fundar El Nuevo Diario abiertamente sandinista y otro miembro de esa familia a dirigir Barricada, el medio oficial del partido de gobierno desde inicios del sandinismo.

Aun con todo, recuerdo con nostalgia y alegría los almuerzos y tertulias  en el restaurante El Trébol (que tampoco ya existe y ubicado en medio de los periódicos antaño establecidos en la carretera Norte de Managua), en los que conversábamos, discutíamos e intercambiábamos sobre nuestras fuentes e informaciones entre sopas, bistecs con arroz, uno que otro trago servido con discrecionalidad en horas de almuerzo, tostones y cotilleos entre periodistas de ambos medios.

Ya Barricada y El Nuevo Diario desaparecieron y a La Prensa le fueron confiscadas sus instalaciones, su equipo periodístico se encuentra en el exilio, otros estuvieron presos, aun con todo, continúa informando desde sus ingenios creativos, viviendo del legado de sus grandes propietarios, directores, editores, reporteros, personal administrativo y del esfuerzo nada fácil para poder sacar día a día las ediciones actuales.

Pararon la última rotativa del país, pero no el periodismo. Como bien la nombró el poeta Pablo Antonio Cuadra (PAC), este periódico —entre penas y glorias— sigue siendo La República de Papel.


El autor es poeta y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.

 


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